Literatura

Utopía insular de lengua impropia

Daniel Barreto ha preferido arriesgar en su reflexión sobre la utopía y Canarias, saliendo de lo trillado y emplazándonos ante el doble sentido: el no-lugar y el buen lugar 

Canariedades.

Canariedades. / La Provincia / DLP

Javier Doreste

Javier Doreste

En su momento publicamos una reseña sobre Canariedades. Intentamos en ella resumir lo que creíamos, aspectos más importantes de cada uno de los trabajos contenidos. Ese resumen, injusto como todos los resúmenes, no hacia justicia a algunos de los artículos que para nosotros destacaban, más por nuestros intereses particulares que por la esencia misma de los trabajos. Este es el caso de Utopía insular de lengua impropia, del doctor Daniel Barreto, y que merece que le dediquemos algunas líneas, más allá de las del mentado resumen. 

Barreto podía haber solventado la cuestión de la utopía y Canarias recurriendo a los clásicos, citándonos a Heródoto y a todos aquellos que desde los tiempos pasados ubicaron en nuestro archipiélago el paraíso, el edén, la Atlántida, la tierra prometida. Pero ha preferido arriesgar en su reflexión, saliendo de lo trillado y emplazándonos ante el doble sentido de la utopía en las islas. Por un lado el no-lugar (ou topos) y por otro el buen lugar (eu topos). Empieza recopilando las diferentes versiones de lo que se ha llamado la razón utópica. Desde las acervas críticas de Carl Schmidt a las reflexiones de pensadores como Ernst Bloch o Levinas, entre otros. 

Nuestro autor pretende profundizar en el significado de la utopía y que nosotros lo hagamos con él, y avanza en la visión moderna de la misma 

Recopilación que tiene como objetivo dotar al lector de las herramientas necesarias para que reflexione por sí mismo. Pretensión loable en un mundo de pensamiento fugaz, más centrado en la brillantez o la ingeniosidad que en lo profundo. Y nuestro autor pretende profundizar en el significado de la utopía y que nosotros lo hagamos con él. Pero no se conforma con eso, avanza la visión moderna de la utopía que aparece en Lancelot 28º -7º, de Agustín Espinosa: «Construyo un Lanzarote inventado por mí (…) Sustituyo lo concreto por lo abstracto. El modelo por el módulo». Una visión de Lanzarote desde el automóvil, símbolo de la modernidad (incluso los patos imitan el claxon), que acerca Espinosa a Marinetti. La modernidad es la técnica, las palmeras son hélices. Las carreteras dominan el paisaje, acercando a los hombres a la naturaleza y esta es suplantada por la técnica: las palmeras como ruedas de fábrica. Esta utopía lanzaroteña, con el tiempo se ha hecho realidad, aunque no sea una eu topos, un buen lugar. 

César Manrique.

César Manrique. / .

César Manrique

Lo mismo puede decirse de la obra de Manrique. Este imagina la isla como el espacio ideal para la creación y la meditación, como el buen lugar que puede desarrollarse sin perder la calidad de vida. Calidad de vida, recordemos, reservada a una clase determinada. El resto cava la tierra, trabaja en las salinas o se dedica a la pesca. Manrique construye su obra como la realización de una Utopía, una obra de arte que moldea la naturaleza, como siempre han hecho los seres humanos, pero que intenta hacerlo desde el respeto o cierta idea de la belleza. Se trata de potenciar la belleza propia de la isla, manipulándola para que se convierta toda ella en un atractivo para el visitante, el que venga buscando ese lugar para la creación o la meditación, o simplemente para relajarse y olvidar los agobios de la vida europea. Que lo hiciera porque logró el apoyo de las autoridades franquistas, por benévolas que fueran en ese tiempo y ese lugar, no desmerece en nada. 

Leonardo busco la protección de Francisco I y Goya pudo pintar bajo el cobijo de los Borbones. El arte siempre ha estado cerca de los poderosos. Y si en un momento Manrique se rebela contra la especulación desaforada es porque cree que se está destruyendo no solo la naturaleza sino su propia obra de arte, la isla concebida como tal. «No permitamos que el afán de lucro y las malas intenciones de los especuladores hagan de nuestro entorno un infierno estándar y masificado que destroce nuestro brillante futuro».

Que el Lanzarote de Manrique es un Lanzarote imaginado por el artista nos lo recuerda Barreto con las palabras certeras de Santaana: «…tras la intervención de Manrique, la mayor parte de la actividad agrícola, a la que responde las soluciones constructivas y tipológicas de estas edificaciones, ha desaparecido de Lanzarote».

Y Manrique y Espinosa se unen pues: «El principal agente transformador de espacio insular fue el coche y la red viaria a su servicio, planificada por Manrique para construir el paisaje como atracción turística». La velocidad imaginada por Espinosa y realizada en la utopía manriqueña. 

El espacio utópico de las Islas

De esta forma la reflexión de Barreto nos lleva a la actualidad. ¿Qué representan como espacio utópico las islas? No por querer buscar las huellas de la arcadia feliz en la que la tradición dice que vivian los antiguos canarios (la arqueología, ayudada por otras ciencias, ha desmentido tamaño disparate), sino como la viven los canarios actuales y la disfrutan los visitantes. Esos millones de turistas que vienen atraídos por el clima, los paisajes, etc… y se encuentran con la distopía del crecimiento desmesurado, la masificación, los aeropuertos despersonalizados, los paisajes arruinados, etc. Se comercializa una visión utópica de cada una de las islas, la belleza de playas y paisajes, amabilidad de la gente, buen vivir, que intenta ser reflejo del buen lugar.

Hasta la publicidad anuncia una cerveza diciendo: ¡Qué suerte vivir aquí! Sin embargo se esconde la reflexión de Aldecoa: es el paraíso para los visitantes y el infierno para los residentes. Son estos los que limpian los retretes, hacen las camas, recogen la basura, sirven las mesas, asean las habitaciones. Ya Pedro Flores en La isla de los muchachos hermosos recordaba que no es el mismo sol que tuesta al extranjero en la piscina o en la playa que el que cae sobre la cabeza del portero o del obrero que construye un techo. Esa dualidad es la que nos domina, y la que nos recuerda el doctor Barreto. Pues si bien una parte de los que nos visitan, que no dejan de ser el otro por lengua, cultura, costumbres, aunque estemos cada vez más homogenizados por la globalziación, es bien recibida, otra parte de nuestros visitantes, los emigrantes, más otros todavía, es rechazada, expulsada. Olvidándonos que lo único que buscan es su propia Utopía, su buen lugar, para tener una vida lejos de las guerras que asolan el continente africano, la sequía y el cambio climático, la pobreza y la miseria. Y olvidando también que nosotros también fuimos los otros en momentos de nuestra historia de exclusión y pobreza. 

Los borbones nos enviaron a la fuerza a poblar Méjico y parte de Texas, a fundar Montevideo y después nos desperdigamos por Cuba, Venezuela y tantos lugares donde nuestros parientes fueron los otros que buscaban un buen lugar donde vivir y trabajar, huir de la miseria y la pobreza. Barreto nos recuerda esa Utopía de la emigración que fue nuestra y ahora es de otros y por eso, por no olvidar lo que fuimos obligados a hacer, debería hacernos más solidarios con los que vienen. Porque la emigración, ser el extraño en otro país, también es parte de nuestra identidad.