La llegada a la capital grancanaria de Diego Swanston, uno de los primeros miembros de la colonia británica que se estableció en la Isla durante el siglo XIX, se produjo por causalidad. Este comerciante escocés, que dio nombre al famoso jabón Swanston que tantas mujeres canarias usaron durante años, fue asaltado cuando navegaba rumbo a América en aguas cercanas al Archipiélago y tuvo que refugiarse con lo puesto en Fuerteventura. "Mientras esperaba a que le mandaran dinero de su tierra se trasladó a Las Palmas. Aquí empezó a comerciar con Inglaterra y en un dos por tres se hizo rico. Se trajo a sus hermanos y a su pariente Miller, con quien se asoció. Se le ocurrió la genialidad de comprar unas gabarras para suministrar de carbón a los barcos y cada día que pasaba se hacía más rico. Fue él el que convenció a León y Castillo para que renunciara a ampliar el muelle de Las Palmas y creara el puerto de La Luz", lo que propició el despegue económico de la Isla. Con estas escuetas pinceladas históricas esbozó ayer el abogado Nicolás Díaz-Saavedra y Morales los inicios del asentamiento de la colonia británica, durante las II Jornadas de la Presencia Inglesa en Canarias, celebradas en el Club Británico. Un grupo de expertos debatió sobre la colonia británica y su huella en la capital, desde la historia de la Iglesia Anglicana, que narró Betty Burgess, hasta la trayectoria del imperio británico en Canarias, coincidiendo con el desarrollo de la navegación a vapor, que ayudó a entender el historiador Francisco Quintana Navarro.

"Canarias quedó atrapada", por su estratégica ubicación geográfica, "en esa tupida red de intereses y relaciones que tejió Inglaterra a lo largo del mundo y que convirtió a las Islas en una especie de colonia sin bandera del Imperio británico", explicó Navarro. La primera etapa de ese dominio, señaló, la protagonizaron los Hamilton en Santa Cruz de Tenerife y los Miller en Las Palmas de Gran Canaria, que transformaron sus modestos negocios en grandes empresas, a medida que el Puerto de La Luz se iba desarrollando. El dominio británico en la economía isleña tuvo su punto de máximo esplendor en 1913 y fue la dictadura franquista la que le dio el golpe de gracia.

"El golpe de estado de Franco", dijo, "fue recibido con alivio por las casas históricas inglesas, un alivio que se transformó en pesadilla" porque la política económica del dictador contribuyó a desmantelar sus negocios. Díaz Saavedra indicó que fue en el Club Británico donde se realizaron reuniones y actividades para apoyar el golpe de Franco. "Aquí surgió la idea de traer el avión que llevó a Franco a Marruecos para el alzamiento", sostuvo.

Espía de la Gestapo

El abogado Bernardino Correa Beningfield, en su condición de "hijo de inglesa y de converso", fue el encargado de transmitir las vivencias de su infancia, durante la II Guerra Mundial. Correa recordó a una tal Miss Poly, que "todos creíamos que era inglesa porque hablaba inglés perfectamente y que luego resultó ser una espía de la Gestapo". Beningfield recordó la primera vez que fue a Inglaterra en el barco frutero Betancuria. "Yo tenía 15 años, imagínense ustedes la emoción cuando llegamos al puente de Londres y vi en letras grandes Canary Wharf; o cuando llegué al Covent Garden y empiezo a ver los nombres de Betancor, Navarro, Naranjo", todos ellos exportadores canarios. "Parecía que estaba en mi casa". Y es que algunos exportadores canarios, y sobre todo sus hijos, se encargaron de hacer una especie de viaje de vuelta a Inglaterra. Uno de ellos, Carmelo Santana, recordó que en los años 60 había 16 oficinas canarias en Londres, con empleados ingleses, y habló de la dura etapa de la exportación del tomate en la segunda mitad de los 60, cuando había que tirarlos porque "no los quería nadie".