Crónicas de un rompesuelas

El general Nogueras, bregado en tres guerras, muere en la calle Triana

La muerte en Triana de Agustín Nogueras Pitarque por un infarto impresiona a un Benito Pérez Galdós preadolescente, que lo incluye en su vigésimo quinto episodio nacional, La campaña del Maestrazgo

El general, al que muchos querían muerto, falleció a la altura del número 54 de la calle del casco histórico de Las Palmas de Gran Canaria

Vivienda de calle Triana, 54.

Vivienda de calle Triana, 54. / José Pérez Curbelo

Paseábamos por la calle Triana hablando de la espiral de violencia que se ha desatado en el mundo y parece no tener fin, cuando al llegar al número 54, mi acompañante se paró en seco ante una casa abandonada de principios del siglo pasado cuya única particularidad, según él, es la de levantarse en el lugar donde murió Agustín Nogueras Pitarque.

Al ver que aquel nombre no me resultaba conocido añadió:

-Fue un militar y político que tras luchar en la guerra de independencia y la reconquista de Nueva Granada se hizo tristemente célebre por sus acciones durante la primera guerra carlista, que estalló en 1833 entre los carlistas, partidarios del infante Carlos María Isidro de Borbón y los isabelinos, defensores de Isabel II y de la regente María Cristina de Borbón.

-¿En qué frente?

- En el del Maestrazgo.

-¿Dónde queda eso? 

-A caballo entre Teruel y Castellón, el Maestrazgo es una comarca que bajo el mando del general Ramón Cabrera se convirtió en uno de los principales bastiones carlistas.

-Ahora que lo dices, creo que conozco a este último personaje, ¿no era apodado ‘El tigre del Maestrazgo’ por su ferocidad?

-Efectivamente, pero para hacer honor a la verdad, su némesis, Agustín Nogueras, que era isabelino, no le fue a la zaga.

-¿Por qué?

-Pues porque como de costumbre, los ataques de un bando desataban las represalias del otro, de modo que carlistas e isabelinos rivalizaban en crueldad. 

-¿Por ejemplo?

-Cuando Ramón Cabrera fusiló a dos alcaldes isabelinos acusados de espionaje, Nogueras ordenó como venganza el fusilamiento de la madre de Cabrera, Ana María Griñó, y la detención de sus hermanas.

-¿Por qué delito?

-El único que había cometido, haberlo traído al mundo.

-¡Menuda salvajada! 

-Y para más inri sin juicio ni poder despedirse de sus hijas, escribir su testamento, recibir el sacramento o cubrir su cabeza con una mantilla de camino al suplicio. 

-¿Y qué hizo Cabrera?

-Nada más enterarse ordenó masacrar durante cuarenta días a todas las familias isabelinas hasta la cuarta generación, y cómo no, juró vengar la muerte de su madre matando personalmente a Nogueras. Acciones por las cuales recibió su terrible apodo, un título que podía haber compartido con Nogueras, pues a partir de entonces la ley de la selva reinó en ambos bandos con fusilamientos masivos de prisioneros y civiles y violaciones de mujeres y niñas. 

-¿Y nadie hizo nada para detener esa espiral de violencia?

-La repulsa fue tan generalizada que no sólo la prensa liberal condenó el asesinato de Ana María Griñó sino que la indignación traspasó nuestras fronteras llegando hasta Inglaterra y Francia, los mayores aliados de María Cristina, cuyos gobiernos amenazaron con retirarle su apoyo. 

-¿Pero no se exigieron responsabilidades?

-El capitán general de Cataluña, Francisco Espoz y Mina, que aprobó y firmó la sentencia de muerte de Ana María Griñó, hubo de dimitir mes y medio después.

-¿Y Nogueras?

-Fue relevado y se le abrió una causa que sin embargo no obstaculizó su ascenso por méritos de guerra, pues acabado el conflicto fue elegido gobernador militar de Barcelona y poco más tarde capitán general de Baleares, ganándose la amistad de Espartero, que al final de su regencia lo nombró senador y luego ministro de la guerra, cargo que desempeñó hasta la caída del espadón, a quien acompañó al exilio. 

-¿Y cómo acabó en Canarias?

-Tras Revolución de 1854, más conocida como la Vicalvarada, se le permitió regresar, otorgándole el mando de la Capitanía General de Galicia y un mes y medio después la de Canarias.

-Que está en Santa Cruz de Tenerife, ¿verdad?

-Adonde llegó con su sobrina, Manuela Costa, y de la que dos años después fue relevado y trasladado hasta aquí como jefe de la guarnición de Las Palmas.

-¿Fijó su residencia en esta casa?

-No. 

-¿Pero no decías que había muerto aquí?

-Sí, pero el óbito le sobrevino inesperadamente la tarde del viernes veintitrés de enero de 1857, mientras realizaba su acostumbrado paseo entre su vivienda de la calle Reyes Católicos, que perteneció a Francisco Tomás Morales, y la caleta de San Telmo. Habiendo recorrido la mitad de su itinerario se sintió tan cansado que decidió volver a su hogar, pero tan sólo tuvo fuerzas para alcanzar este inmueble que a la sazón era un modesto taller de carpintería, en cuya acera cayó víctima de un ataque al corazón.

-¿Murió en la calle?

-No, los carpinteros y unos transeúntes lo tendieron sobre un banco del taller, donde minutos después expiró su último aliento.

-¡Aquel hombre que había escapado de las garras de la muerte en tres guerras atroces y había ocupado el sillón de un ministerio acabó falleciendo sobre un banco de carpintero!

-Sí, y a pesar de su avanzada edad, pues era septuagenario, su inopinada muerte sorprendió tanto a toda la ciudad, que inmediatamente corrió el rumor de que tras vivir atormentado por el recuerdo de sus crímenes los remordimientos acabaron con él. A ese respecto hubo quien añadió que durante sus últimos años padecía una especie de manía persecutoria y cada vez que doblaba una esquina temía toparse con el familiar de alguna de sus numerosas víctimas que lo seguía en busca de venganza. 

-¿Entonces el infarto se produjo porque confundió a alguien con su verdugo?

-Es posible, pues también se dijo que aquella muerte, tan repentina, no se debió a ninguna enfermedad, sino a la impresión que le produjo averiguar que el general Cabrera, que por aquel entonces se encontraba exiliado en Inglaterra y casado con una rica heredera británica, había enviado a Las Palmas a un sicario para vengar la muerte de su madre, e incluso llegaron a afirmar que este había desembarcado aquella misma tarde en el muelle de San Telmo y yendo a buscarlo a su casa se había cruzado con él aquí, pero no necesitó cumplir su letal contrato, pues nada más verle, Nogueras, que como buen militar nunca bajaba la guardia, lo reconoció y cayó fulminado. 

-Es increíble que nadie haya escrito una novela a partir de esta historia.

-Pues te equivocas, porque a pocos metros de aquí, en la calle Cano, se encuentra la casa natal de un escritor que lo incluyó en una de sus obras. 

-¿Te refieres a Galdós?

-Que en aquel momento tenía trece años. Y no olvides que si su muerte dio mucho que hablar debió conmocionar a una familia como la suya, cuya cabeza era otro militar que también había participado en la guerra de independencia.

-¿Se conocían?

-Seguramente, porque además de ser compañeros de armas, Las Palmas era muchísimo más pequeña y desde que la guerra existe los veteranos acostumbran a reunirse en tiempos de paz para rememorar sus hazañas.

-Hablando de paz, ¿cómo fue su entierro? 

-Multitudinario, pues se celebró una mañana de domingo con toda la pompa que correspondía a su rango. Asistieron todas las corporaciones y autoridades, con la banda militar de Guía a su cabeza y los dos batallones que había en Gran Canaria cerrando el cortejo fúnebre. Cuatro capitanes llevaban las cintas del paño mortuorio que en todo momento estuvo flanqueado por una numerosa concurrencia que abarrotó las calles que conducían al cementerio, donde le rindieron los últimos honores. 

-Los entierros ya no son lo que eran -exclamé.

-Motivo de más para suponer que también impresionaría a aquel Galdós preadolescente que cuarenta y dos años después, en su vigésimo quinto episodio nacional, La campaña del Maestrazgo, no sólo demostró conocer muy bien sus crímenes sino que puso en boca de su anciano protagonista, Beltrán de Urdaneta, estas palabras: “Si yo fuera mozo, créanlo, iría a esa guerra, no para defender ambiciones y derechos de reyes más o menos legítimos, sino para perseguir y castigar tan salvajes crímenes, para vengar a Dios de los ultrajes que unos y otros le infieren; sería implacable con los cobardes asesinos de uno y otro bando, llamáranse Nogueras, llamáranse Cabrera, y vengaría a la madre de este”

-¿Vengar a su madre? ¿Es posible que Galdós pensara que Nogueras merecía la pena de muerte?

-No menos que Cabrera, porque los carlistas no fueron tan sanguinarios como los isabelinos sino aún peores.

-Bueno, pero al menos podrás decirme dónde yace enterrado Nogueras.

-En el cementerio de Vegueta, en una tumba situada a la izquierda según se entra, bajo una sencilla lápida de mármol con este lacónico epitafio: El Gen. Nogueras. Falleció el 23 de En. de 1857. Su sobrina Man. Costa. 

-Donde por fin disfruta de lo que jamás conoció en vida, la paz.

-Muchos aseguran que no, pero esa es otra historia que también incluye fantasmas.

-¿De qué guerra?

-De la que se libra en los campos del más allá. (CONTINUARÁ)