Personalmente creo que la homofobia, al menos en sus versiones más activas, es una enfermedad, y no sería inoportuno aconsejar al que la padece ir al psicólogo, tal como ha sugerido el portavoz del PSC tras las palabras, luego desmentidas, del líder democristiano catalán Duran i Lleida. El homófobo, igual que el machista (no siempre coinciden), tiene probablemente un lío íntimo con su propia sexualidad, que en el primer caso logra superar marcando distancias con el enemigo interno y en el segundo, radicalizando su virilidad para defenderla. No se trata de un mal grave, pero puede tener consecuencias graves para los demás, por lo que conviene combatirlo. El homófobo, en el fondo, no tiene miedo a la homosexualidad ajena, sino a un fantasma interior que le susurra al oído en los peores momentos. La terapia consiste en convencerlo de que conviva con él, pues no hace daño a nadie.