Supongamos que es usted el director de recursos humanos de la empresa Poca Cola, que desde 2008 ve cómo sus ventas van aflojando hasta dejar el negocio hecho un asco. Esta debacle está obligando a la firma a inmovilizar camiones de reparto, a precintar líneas de embotellado y a anular contratos con los suministradores, todo ello mientras el jefe de fábrica se pone a echar más aire en las botellas que Poca Cola, lo que al poco deriva en una desastrosa burbuja comercial.

Pero con todo, y para no provocar una estampida, se dedica a alegrar a sus empleados con una variada gama de incentivos, tirando de ahorros de cuando el negocio iba cojonudo. Entre este suntuoso despilfarro y la citada burbuja embotellada la situación se hace insostenible tres años después, en 2011, fecha en la que usted, director de recursos de la empresa Poca Cola, se le llena la cachimba y decide cambiar al equipo directivo en peso.

Pone un anuncio y se presenta el señor Marciano Tajoy, un experto que le parece muy serio y capaz, y que promete que con su sola presencia los clientes no sólo volverán a tomar Poca Cola, sino que se van a embostar. Lo primero que hace Marciano Tajoy es reducirles el sueldo a los trabajadores que quedan. Luego les cobrará unas tasas por usar los servicios de la fábrica, y solicita a la competencia que le preste dinero, pero no para mejorar las máquinas de producción, sino para inyectar liquidez a sus bancos amigos.

Un año después ya solo quedan en plantilla una de cada cuatro personas, a las que exige no solo mantener la misma producción sino aumentarla a menor precio, creando un sombrío ambiente en la manufactura. Es entonces que un día en el bar, usted, director de recursos humanos, se entera con tres rones de que el señor Marciano ya trae de antiguo mucha cola, y que existen hasta documentos que lo colocan bajo sospecha. ¿Usted qué haría, lo deja que se explique? Lo larga antes del cuarto ron. Esto es así en cualquier empresa con fundamento, bueno, salvo en alguna que otra cosa.