Opinión | Homilía

Cristóbal Déniz Hernández

«Deseaba marchar en paz y que todo transcurriera en paz»

Estimada María, estimada familia, estimados amistades de Ángel, celebramos esta tarde esta Eucaristía pidiendo al Señor de la vida por él, para que lo acoja para siempre en la eternidad de su presencia. Nos unimos todos desde el cariño y el agradecimiento por conocerlo.

La Eucaristía en la que pedimos por una persona fallecida es una experiencia religiosa de esperanza real en la vida eterna. En este sacramento damos gracias a Dios por el amor incondicional de Cristo ofrecido hasta la muerte y que resucitado se hace nuevo para ser nuestro alimento y nuestra mayor esperanza para el mejor futuro en nuestras responsabilidades y en la vida futura después de la muerte. Desde la fe proclamamos que nuestros difuntos y un día nosotros estamos llamados a vivir plenamente en el Señor dejando la atrás la caducidad de la muerte.

La palabra de Dios nos invita a su conocimiento porque nos muestra el amor eterno ofrecido como luz y salvación, como defensa de nuestra vida en un amor que es compañía real e incondicional en el final de la vida, pero que lo es realmente para toda la existencia personal. De esta forma, desde la gracia de la amistad y la docilidad con Dios se alcanza una sabiduría y una fortaleza extraordinaria para acertar en la vida con mayúscula. Esta bella realidad para ser cierta ha de visibilizarse en las distintas facetas de la realización humana y desde un programa vida que tiene como centro el amor y como objetivo la felicidad y la prosperidad de todos.

Mejorar el mundo desde los espacios más cercanos a los más amplios de la cultura, la sociedad, la economía y la política no se consigue individualmente, pero si se puede hacer una aportación, que en primer lugar hacer crecer la experiencia propia de convicciones y compromisos desde ese amor que se vive, y que ya tiene frutos iniciales de satisfacción personal y elevación de la propia estima. Esto lo quiere realmente Dios para todos.

En segundo lugar, vivir desde esta perspectiva, ayuda a cambiar inercias que no mejoran nada, a abrir nuevos caminos, a alcanzar logros que parecían utopías, y a favorecer una atmósfera atrayente de más aliados a favor de causas nobles por el bien de todos. Escuchando a algunos de ustedes y siguiendo las opiniones publicadas en estos días sobre Ángel, creo que sabía de esto y se sentía comprometido desde sus ideales por estas causas.

He conocido a Ángel, más de cerca recientemente, sabía quién era por su notoriedad pública. Conectó conmigo a través de un buen amigo que tenemos en común, sabía que no que le quedaba mucho tiempo entre nosotros, y como buen previsor de las situaciones y de las respuestas que se requieren quería hablar de los temas finales y de su encuentro en plenitud con Dios.

Tuvimos un encuentro más, de igual o tal vez de mayor profundidad espiritual 13 días antes de su fallecimiento, quedamos para que yo le hiciera llegar un Evangelio y para otro encuentro que no pudo darse.

El me daba las gracias por este diálogo, pero como le dije a él y le digo a ustedes, las gracias mayores a el y a Dios las doy yo.

Pude comprobar que, pese a ser consciente del momento vital último en el que estaba, y la debilidad y dolores importantes por la enfermedad, mantenía una calma y una lucidez extraordinaria confiado en que entraba en nueva etapa en las buenas manos de Dios. Tenía sensación y satisfacción por el deber cumplido. Deseaba marchar en paz y que todo transcurriera en paz.

Doy gracias a Dios por ser testigo de esta fortaleza espiritual encomiable que quería seguir acrecentando y pido a Dios para que cada uno de nosotros pueda también alcanzarla, es muy útil para los momentos finales, pero es igual de útil para las prioridades y responsabilidades a realizar cada día.

Sin conocerlo mucho, creo que hemos de felicitarnos como sociedad por haberle agradecido en vida su aportación a la sociedad, a la empresa y a la educación, así lo expresan todos los reconocimientos públicos. Seguramente hay muchos más de carácter personal con las que personas que trabajó, se relacionó directamente y convivió.

Esta forma de vivir y de morir no se improvisa, no se logra por suerte, no se alcanza por tener sólo unas cualidades extraordinarias para algunas responsabilidades, y sin embargo no es tan complicado. Requiere de docilidad para aprendizajes nuevos, aunque sepamos mucho. Igualmente es fundamental dejar espacio a Dios y a los demás para hacer mejores recorridos en todos los ámbitos de la vida y estar dispuestos a aprender de todos. La escucha, la capacidad de dialogo, la colaboración mutua, la búsqueda de la unidad de acción en las situaciones desafiantes lejos de ser instrumento de débiles es camino para llegar mas lejos y encontrar mejores soluciones. Creo que esto lo firmaría Ángel.

Nuestro encuentro concluyó rezando a la Santina, a la Virgen de Covadonga, de gran afecto para el desde sus orígenes asturianos. Rezamos para que como es su deseo de Madre, la sintamos tan cerca de nosotros, como estuvo de su hijo en Calvario y creo que así lo sintió.

Que hoy sigamos dando gracias a Dios por la vida de Ángel, pidamos para que goce plenamente de lo que creyó y esperó de parte de Dios y para que nosotros lo sigamos honrando con nuestro recuerdo agradecido y nuestra Oración.

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