Objetos mentales

Algo más que mascotas

Mascotas a bordo.

Mascotas a bordo.

Antonio Perdomo Betancor

Antonio Perdomo Betancor

Casi todos hemos tenido una mascota o algo que se le aproxima. Siempre ha habido y hay un animal cerca. Lo digo sin segundas intenciones, siempre las hay, de hecho no se pueden evitar y nunca se desvanecen por completo, por lo que me disculpo retóricamente por lo primero. En todo caso, el tema nos es conocido o próximo. Nos puede ilustrar este fenómeno quien bautiza a su perro Kant, Messi o a su chihuahua, Superman, dista de ser una casualidad, sino que imagino que, de alguna forma, los fantasmas de estos nombres ya les precedían en forma de conversaciones simuladas de cómo habría de llamarse en el supuesto de que se diese la ocasión de tener una. Sin promocionarme como zahorí, una de las preguntas que le ha rondado a usted por la cabeza y que quizá su respuesta la ha dejado para mejor ocasión, porque afrontarla en esos instantes le hubiera también probablemente distraído de otras ocupaciones más urgentes, de todo punto impostergables, es aquella relativa a los sentimientos y emociones que los animales y mascotas nos generan. Y en caso de haberla abordado, si se hubiera dado la posibilidad, pudo preguntarse si los sentimientos y emociones que le produce su mascota o animal más cercano bien pudiera tratarse de sentimientos y emociones que, a priori, debían estar destinados, por imposición moral, a los seres humanos. Una de las primeras interrogaciones que nos asalta es la de cómo y por qué los sentimientos o las emociones que suscitan los animales a las personas se alojan en un subnivel, a diferencia de las que se producen entre los seres humanos y que se les otorga un top moral. Como si las emociones y los sentimientos que en los humanos despiertan, pasado cierto rango, son cancelados o reprobados. Cuando se catalogan de propias e impropias las emociones de un ser humano respecto a los animales advertimos un límite moral. De ahí el interés de alojarlas moralmente en un subnivel, sin otro propósito que discernir entre lo humano y lo no-humano. De lo que una persona apenas alberga dudas es de la capacidad de infligir y provocar los sufrimientos atroces, en cuya comparativa los animales resultan ennoblecidos. Vistas las cosas desde esta perspectiva, parecerá obvio que debe revisarse o reconsiderarse, en este punto, la excelsitud y desmesura con la que se dispensa a la naturaleza humana. En especial, a esa recepción exclusiva y preferente de una superioridad moral cuando entra en litigio pormenores acerca de la preferencia y jerarquización de valores. Las escasas personas que reciben daños de los animales y de las mascotas son infinitamente menores que la de los seres humanos como habíamos indicado. Quizá no sea ajeno el que a los animales en general les gusta vivir alejados del hombre: intuyen y recuerdan el daño que se les ocasiona. Akiko Tokoaka, especialista en cognición animal, adscrita al Departamento de Psicología de la Universidad de Rissho, Tokio, ha publicado los resultados de una investigación en National Geographic, entre cuyas observaciones constata que los perros recuerdan a las personas que los han engañado y de las que recelan y no vuelven a fiarse. Disponen de la capacidad además de detectar a las malas personas, y recuerdan quiénes se han portado mal con su familia humana. Por añadir alguna cualidad más, sin que resulte enojoso ni agotador, aquella de que las mascotas ofrecen lo mejor en cada instante y siempre están a la espera de una conversación de entendimientos mutuos y que, si no son tales entendimientos, al menos lo parece, de tal modo que, sin entrar en paralelismos, son momentos tao, por otra parte difíciles de alcanzar entre humanos. Convocadas algunas de sus cualidades, las mascotas y animales en general y sin especificar ninguna en particular, podrían ser útiles a la humanidad. Es muy probable que un prejuicio antropológico atávico y nada analítico haya infravalorado al animal-no humano e hipervalorado la «esencia humana». Por decirlo de algún modo, si las especies pudieran escribir historia la perspectiva sería otra. La especie humana no ha, por tradición, renovado su mitología antropológica. Se resiste con la obcecación de un terraplanista. Una reflexión más justa y equilibrada podría propiciar una apertura cognitiva que resignificara la especie humana en un marco equilibrado. En este estado de cosas y de apertura, las demarcaciones que dibujan los manuales tradicionales de zoología, entre las especies, es mera convención de quien tiene la potestad y el mero capricho de otorgarles límites, cualidades y valores. Sin que la contraparte pueda responder si no mediante la investigación humana serena y éticamente iluminada por su afán de saber. Es bien sabido que algunos animales son capaces de detectar enfermedades cancerígenas, por ejemplo. En el reciente y trágico incendio forestal (¿sólo forestal?) de la isla de Tenerife, las autoridades y público en general se centraron machacona y prioritariamente en la evacuación de las personas afectadas, como es natural. No obstante, dicha imagen de sobrerrepresentación de poder nos parece una perspectiva falaz. No hubiere sido nada extravagante aludir a los millones de seres y especies de todo orden dañados en la hecatombe. Esa mutilación atroz nos da idea del statu quo actual.

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