Entrevista | Juan Carlos Velasco Filósofo

Juan Carlos Velasco: «Los pobres sueñan con cambiar de país, no con cambiar sus países»

Juan Carlos Velasco (Cáceres, 1963) es doctor en Filosofía por la Universidad Autónoma de Madrid, con estudios en ciencia política y derechos humanos. También es investigador del Instituto de Filosofía del CSIC, donde oficia como director del Departamento de Filosofía Teórica y Práctica. En esta entrevista nos habla de su conferencia Fronteras, nacionalidad y privilegios: piezas de un mismo engranaje

El filósofo Juan Carlos Velasco. | |

El filósofo Juan Carlos Velasco. | | / Juan Castro

¿Su especialidad es la ciencia política?

Cultivo más bien la filosofía política, pero no desde una perspectiva abstracta, sino analizando la plasmación de los principios normativos en la realidad política y para ello recurro a las ciencias sociales y adopto un enfoque multidisciplinar.

¿En qué aspecto?

En el de analizar el fenómeno del pluralismo cultural como uno de los rasgos distintivos de la sociedad moderna: cómo se pueden integrar lo diverso, ya sea religioso, lingüístico, étnico, etc. Se trata de algo novedoso en España porque hasta finales del siglo XX, cuando se hablaba de diversidad, no había nada más que las nacionalidades periféricas o los ciudadanos de etnia gitana, ya que la inmigración masiva es un fenómeno reciente. Por eso ha sido en este campo en el que he centrado mis estudios.

¿Y qué ha descubierto?

Que a nivel global la justicia tiene una cara oculta que es la desigualdad, sobre todo la desigualdad socio-económica entre países.

¿A qué se refiere?

A que para el bienestar de una persona es más decisivo el grado de desigualdad entre países que el existente en su propio país.

¿Por ejemplo?

El 1% de daneses más pobres vive infinitamente mejor que el 95% de los burundeses, de modo que si se ha tenido la fortuna de nacer en Dinamarca se tiene muchísimas más posibilidades de vivir mejor que si se ha nacido en Burundi. Por eso, detrás de los movimientos migratorios hay una brecha económico social. Los conflictos bélicos o los efectos del cambio climático también son motivos que confluyen.

¿Y no hay ninguna manera de hacer que el mundo sea más justo?

Lamentablemente no existen mecanismos que redistribuyan la riqueza a nivel global, como sí los hay a nivel nacional. A este nivel los impuestos y la seguridad social ayudan a aminorar las diferencias sociales, pero no hay nada remotamente parecido a nivel global.

¿Cuál es el resultado?

Que la emigración se convierte en una válvula de escape para dicha situación. Constituye el único ascensor social disponible para mucha gente. Con frecuencia, para una persona de un país pobre, no hay mejor manera de mejorar su situación que emigrar.

¿Pero la gente no lucha porque sus países mejoren?

Actualmente a los parias de la Tierra no les mueve el deseo de cambiar sus países; los sueños de revolución y justicia social del tercer mundo se han agotado, porque se han vuelto inviables o se han deslegitimizado. En este momento los pobres sueñan con cambiar de país no con cambiar sus países. Se ha perdido la esperanza de cambio, de modo que la manera más rápida que tienen los pobres para mejorar su situación desplazarse a países con mayor nivel de vida.

Pues conozco a personas que están muy involucradas en la política de sus respectivos países para lograr que mejoren.

No lo dudo, porque es posible que sus países cambien, pero ya no se confía que sea a corto plazo. Muchas personas no pueden esperar décadas a que eso suceda; la solución rápida es emigrar.

Que sea más rápido no significa que sea más sencillo

Evidentemente, existen mecanismos institucionales para reproducir la desigualdad, y entre ellos yo destacaría las fronteras y la nacionalidad, porque ambas actúan como llaves de acceso a un país. No es lo mismo acceder a un país partiendo del primer mundo que del tercero. Por ejemplo, con un pasaporte alemán o español se pueden visitar 180 países sin visado mientras que con uno afgano tan sólo se pueden visitar poco más de treinta.

¿La religión no es importante?

España, como la mayoría de los Estados europeos, es un país aconfesional, la gente puede practicar la religión que quiera, nuestra identidad no se basa en ninguna fe en particular, sino en otros valores como la cultura de la participación democrática, los derechos humanos o la tolerancia, a la que cabe señalarle límites.

¿Cuáles?

¿Debemos tolerar a quienes no toleran? Hay que velar por la protección de la igualdad de género. Si los inmigrantes violan la igualdad de la mujer, ¿se debe tolerar? Aunque un determinado sector de la población siga a la sharía, es decir, la ley islámica, una sociedad democrática no debe ceder jamás en todo lo que concierne a la dignidad de la mujer.

¿Qué opina de la teoría del gran reemplazo que tan en boga está últimamente?

La teoría del gran reemplazo, defendida por corrientes de ultraderecha, constituye una forma de paranoia colectiva con la que intentar aliviar el pánico ante la crisis. No es más que una variante de las teorías conspiratorias aplicada a los movimientos migratorios. En lugar de asumir el enorme esfuerzo de pensar las múltiples causas que generan la migración, pensando, por ejemplo, en las enormes desigualdades globales que están detrás de tantos desplazamientos, se pretende explicarla como un plan de una minoría diabólica que quiere sustituir al pueblo bueno e inocente por foráneos.

Por su laconismo deduzco que es un tema que no le interesa.

Giovanni Sartori, un investigador italiano en el campo de la ciencia política, escribió sobre la sociedad multiétnica y nunca respondió a esa teoría sin fundamento, sino a otra pregunta más realista: ¿son integrables las comunidades musulmanas existentes en Europa? Mi respuesta es que a día de hoy los conflictos que se registran, que no se pueden obviar, son gestionables. Apenas conocemos el grado de participación política de los inmigrantes musulmanes nacionalizados. Según algunos estudios, sabemos, por el contrario, que los europeos del Este suelen votar más a partidos de derecha y que los sudamericanos manifiestan mayor pluralidad.

¿Y qué hay de quienes dicen que los inmigrantes van a hacer que Europa pierda su identidad?

Las sociedades cambian como lo hacen las personas. La identidad colectiva va evolucionando en cada generación y no se trata de un fenómeno unidireccional sino bidireccional entre la sociedad de acogida y los recién llegados. Recuerdo que de niño comía un menú algo más limitado que el que tengo actualmente. Hasta bien entrada la veintena no probé la pizza ni el kebab, de modo que con el paso de tiempo mi menú se ha ampliado y eso ha sido posible en gran medida gracias a la inmigración. Creo que es un ejemplo que se puede ampliar a otros campos y demuestra que nuestra paleta de opciones se ha enriquecido con la pluralidad y los aportes de las corrientes migratorias.

Pero hay inmigrantes que no creen en la integración.

Los cambios no se producen de la noche a la mañana. Las mutaciones son mucho más perceptibles en los mal llamados migrantes de segunda generación. Un hijo de migrante, que ya ha nacido aquí, suele sentir extrañeza cuando visita el país de sus padres. Los estudios longitudinales muestran cómo se van cambiando mentalidades y hábitos.

¿Cuál es el mejor modelo migratorio?

No hay un modelo que sea mejor que otro. El francés, el sueco, el canadiense, todos funcionaron más o menos bien durante un tiempo. Pero en el caso de Francia, por ejemplo, es innegable que actualmente tienen un problema enquistado con su población de origen magrebí que claramente tiene que ver con su pasado colonial.

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