Literatura

Carlos Ruiz Caballero, escritor: «Sin literatura, nos quedaríamos con seres superficiales y sin democracia»

El escritor canario estará mañana en la Feria del Libro a las 12.00 horas presentando su novela ambientada en La Palma 'Retrato del fin del mundo'

La obra se ubica en el contexto de la Guerra Civil y los años previos al conflicto

El escritor canario Carlos Ruiz Caballero, autor de 'Retrato del fin del mundo'.

El escritor canario Carlos Ruiz Caballero, autor de 'Retrato del fin del mundo'. / José Carlos Guerra

Martina Andrés

Martina Andrés

Con paso tranquilo y arrastrando su maleta, el escritor Carlos Ruiz Caballero llega a su isla natal desde Barcelona para hablar en la Feria del Libro de Las Palmas de Gran Canaria de su primera novela, ‘Retrato del fin del mundo’, una historia ambientada en La Palma durante la época de la Guerra Civil atravesada por la realidad y la ficción y en la que la palabra dignidad brilla entre sus líneas.

¿Cómo llega a la fotografía -auténtica- de Margarita Rocha y Néstor Mendoza que da pie a Retrato del fin del mundo?

La encuentro mientras me documento para escribir una novela sobre la Guerra Civil en La Palma, al rededor de un personaje real, que era de San Andrés y Sauce, que fue amigo de mi padre y al que yo conocí cuando era muy pequeño: Santiago Abreu. Era comunista y en el momento del estallido de la Guerra Civil tuvo que huir a la montaña a esconderse. Fue uno de los alzados. Mientras estaba documentándome me encontré con esa foto que no te deja indiferente. El olfato periodístico captó rápidamente que era una gran historia por el drama que encerraba. Pensé que esa historia alguien la había tenido que narrar y para mi satisfacción comprobé que nadie lo había hecho.

¿Qué sintió al ver la imagen de ese matrimonio de jóvenes en el campo de concentración de Fyffes de Tenerife?

Cuando ves esa foto te quedas atrapado en ella. Pasé varios días entrando y saliendo de la foto. Ves muchas cosas: la tragedia, la proximidad de la muerte, está allí, están en la frontera. Una cosa que me llamó poderosamente la atención y que creo que es uno de los temas transversales de la novela, que es la importancia de la dignidad. Como Margarita y Néstor miran a la cámara sabiendo que él va a morir. Una de las novelas-ensayo sobre la Guerra Civil que más me ha interesado es la obra de Orwell, Homenaje a Cataluña. Él participó como voluntario, como brigadista en la Guerra Civil, en el frente de Teruel y que visita Barcelona dos veces concluye y resume su participación en el conflicto en una lucha por la dignidad. Utiliza la palabra decencia. Creo que esta es la esencia de esta fotografía.

A usted le entra el gusanillo de escribir una novela tras ganar en 2014 el premio de ensayo Josep Vallverdú. ¿Por qué decide ambientarla en este contexto histórico y en la isla de La Palma?

Antes te hablé de Santiago Abreu. Hace 36 años fui a visitarlo, él ya estaba enfermo. Entonces le dije que algún día escribiría una novela sobre la Guerra Civil en La Palma y que hablaría de él. Creo que al escribir esta novela saldé esa deuda moral tan importante para mí, con un hombre que, como muchas otras personas, vieron frustrado el desarrollo normal de sus vidas. Sobre todo por haber cometido ningún crimen. Es lo terrible de lo que estamos narrando. Néstor muere por haber cometido ningún crimen. Lo que es bastante irracional es que los asesinos gobernaran durante tanto tiempo. Y que todavía hoy, incluso en esta Isla y en esta ciudad, transites por calles que llevan nombres franquistas.

¿Cómo surge un personaje como el boticario catalán Jauma Margalit en esta historia? ¿Por su propia vinculación con Barcelona o por la vinculación de la isla de La Palma con la herencia catalana?

En la novela aúno esos dos mundos que forman parte de mi vida. Forman parte de mi vida de una manera literal. Te lo voy a contar porque hasta ahora no lo había contado. Mi madre es concebida en Barcelona porque mi abuelo trabajaba como radiotelegrafista de transatlántico. Hacía la ruta con América del Sur, con escala en Canarias. De hecho, es uno de los personajes de la novela, el radiotelegrafista Antonio Caballero. Pero la importancia de Margalit estriba en varias cuestiones. Primero, porque él es un liberal. Defiende la democracia liberal. Y en aquel momento tempestuoso del siglo XX la democracia fue absolutamente devorada porque todo el mundo tenía prisa. Los fascistas, los comunistas, los anarquistas, todos tenían prisa.

¿Prisa por imponer sus ideas?

Por construir su modelo de sociedad. Dejaron sin oxígeno la posibilidad de una democracia. La democracia, y creo que todavía no lo entendemos hoy, significa ni tuyo ni mío, significa que hay que tener mucha paciencia. Otro motivo de la existencia de Margalit como personaje es la importancia del diálogo. Me interesaba mucho la farmacia como un ágora pequeñita donde se encontraba gente con puntos de vista muy diversos, como los hermanos Mendoza, que así eran en la realidad, un pequeño parlamento en miniatura. Uno era anarquista y Pedro Mendoza fue socialista y llegó a ser presidente del Cabildo en las elecciones del 36. Florisel Mendoza era comunista. Hay un intercambio interesante de ideas y, al mismo tiempo, ese diálogo que se intenta mantener sereno llega un momento en el que se agota y ya no hay lugar para la democracia. Ahí es cuando estalla la Guerra Civil. Margalit representa todo eso y aún más: se llama Margalit porque me interesan las ideas de un filósofo que se llama Avishai Margalit, que tiene una obra que se llama Una sociedad decente. Una sociedad decente, para él, es aquella en la que las instituciones no humillan a los individuos. Él considera que es el paso previo para una sociedad civilizada, que es aquella en la que los individuos no humillan a los individuos. Yo creo que no solo en aquel momento histórico no fuimos una sociedad decente o civilizada. Tenemos bastantes elementos como para preguntarnos si hoy vivimos en una sociedad decente o civilizada.

Margalit es un personaje crítico con la religión, es ateo. ¿Cuánto hay de usted en esta visión de la religión que tiene el personaje? ¿Hasta qué punto usted se ha proyectado en él?

Yo al final me he convertido en un liberal clásico. Me gustaría cabalgar con Thomas Jefferson, viajar con Alexis de Tocqueville o tomarme una cerveza con John Stuart Mill. Creo en lo que decía Ortega y Gasset de que es posible inventar un sistema político mejor que la democracia liberal. No lo niego. Pero, sin duda, deberá contener todos los elementos esenciales de una democracia liberal. Creo que en las afueras de la democracia hace mucho frío y que somos unos irresponsables cuando tiramos de la cuerda de la polarización, de la intransigencia, de la intolerancia. En esa partida nadie gana. Creo en la democracia, en el diálogo y en la tolerancia. Pero eso requiere de un ingrediente importantísimo que es el pluralismo: debemos caber todos. Con un requisito: debemos caber todos los que consideramos que un sistema político deben caber todos.

En la novela también está muy presente el amor por los libros. Desde cómo Margalit ordena su estantería para que sus libros dialoguen, al diccionario que le regala a Santiago Abreu o al libro de la poetisa cubana Juana Borrero que le regalan a Margarita. ¿Toda esta presencia literaria ya la tenía planteada de antemano?

La tenía planteada y es la consecuencia lógica de lo que acabamos de hablar. Los liberales quieren que haya un pensamiento crítico en la sociedad. De hecho, la democracia es el gobierno de la opinión. Todos tenemos que formarnos una opinión que después podamos transformar en voluntad política. Entendieron que había dos caminos esenciales para formar la opinión críticamente: una, el periodismo, la información, la libertad de prensa y la libertad de expresión para que podamos conocer todas las ideas; la otra es la educación, la cultura, no hay cultura sin lectura. Creo que no nos estamos dando cuenta en la actualidad de que estamos entregando nuestra capacidad de crítica a la tecnología. Eso no significa que la tengamos que quemar. Significa que tenemos que preguntarnos como sociedad cuál es la finalidad de la tecnología. Porque si no lo hacemos, al final quien marca la finalidad es la propia tecnología. Me refiero a, por ejemplo, todo el debate que hay entorno a la Inteligencia Artificial. Hay gente diciendo: paren esto, porque lo que está en riesgo es la humanidad. Y oímos esta advertencia y seguimos disfrutando de la IA. Creo que no somos humanos sin esa dimensión literaria. Y el libro está desapareciendo de las aulas, de la universidad... Y, sin libros, nos podemos quedar al pairo. Hay una frase de Kafka que me gusta mucho que dice que la literatura es el hacha que rompe ese mar helado que hay en tu interior. Sin literatura, nos quedaríamos con seres superficiales y, por lo tanto, sin democracia.

En la novela hay un objetivo muy claro por recordar, que ciertos nombres no se olviden. A nivel institucional en Canarias, ¿cómo ve que se está haciendo este proceso de reparación de la Memoria Histórica aquí en las Islas?

Yo sé que hay un monumento en Santa Cruz de Tenerife que lleva 16 años en litigio judicial para retirarlo. Hay cosas que no entiendo. Es una cuestión de justicia. No se tiene que fomentar un discurso de venganza, pero sí de justicia. Estamos en la edad de la ira y eso es peligrosísimo para una democracia, porque la gente está enfadada. Los jóvenes están enfadados porque para alquilar un piso tienen que juntar una tribu, porque tienen trabajo y no llegan a final de mes. Hay múltiples causas para la ira. Y eso es peligroso porque es lanzar a la gente a los brazos del populismo y de la ultraderecha. Hay gente que está enfadada porque fue humillada. Eso una democracia no lo puede permitir. No puede ser que 86 años después de acabada una guerra todavía haya gente que esté buscando a sus muertos. No puede ser que muchos años después de vivir en democracia haya fuerzas políticas que intenten destejer lo tejido y reformular leyes de Memoria Democrática a pesar de que la ONU ha advertido que eso puede ir en contra de tratados internacionales. No podemos ir para atrás. Pero por una cuestión de decencia, de respeto. Porque aquí se ha humillado y mucho, porque las víctimas tuvieron que vivir con los asesinos y no hay mayor humillación posible.

En Canarias, como usted ha indicado y según autores citados por Paul Preston, los fascistas asesinaron a unas 2.600 personas, sin que previamente hubiese ninguna muerte por parte de la República. ¿Cree que aquí la situación fue más injusta?

No fue injusta. ¿Por qué no le interesa a parte de la derecha o ultraderecha que se abran fosas? Porque los muertos hablan. Cuando abres una fosa y encuentras el esqueleto de un niño de catorce años con un lápiz y una goma de borrar estás evidenciando cuál fue el crimen terrible que cometió ese peligroso individuo: pensar. Dibujar. Vivir. Lo que demuestra la cifra, por contraste, es que hay un discurso que es mentira. No se defendía la patria. Se defendían unos privilegios porque no se quería que el orden social cambiara. Lo que demuestra esa cifra es que había un plan de exterminio. Hay un personaje, de apellido Aguilera, que era uno de los contactos del franquismo con la prensa extranjera que decía que uno de los problemas que había habido es que se puso alcantarillado en los barrios de los obreros, que eso mejoró las condiciones de vida y se reprodujeron mucho más. Que lo que había que hacer era exterminar a un tercio. Si lees las transcripciones de las primeras proclamas de Queipo de Llano en Andalucía por la radio y sumas material, fue un exterminio. Yo creo que quién lo entendió realmente fue Paul Preston cuando tituló un libro El holocausto español. Fue una lucha racista. Vallejo Nájera, que fue el psiquiatra del régimen hablaba del gen rojo. Por lo tanto, fue un exterminio con todo un discurso racista construido para justificarlo.

Por eso Margarita, en el libro, piensa de pequeña que los rojos son una especie alienígena.

Yo iba al cine Astoria, al lado de la Playa de las Canteras, que soy de allí y veía el Nodo. Y el discurso del contubernio de los bolcheviques, los rojos, los comunistas, no casaba con aquel hombre bondadoso que yo veía compartiendo el sillón de delante del coche de mi padre. Algo no cuadraba. Y ahí es cuando empiezas tú a desatornillar el mundo que te quieren dar por hecho.

¿Qué caldo de cultivo hubo en las Islas para que se prendiera la mecha que dio paso a la Segunda Guerra Mundial?

Esto era el fin del mundo. Y hay quién se enfada. Yo soy canario y estoy muy orgulloso de ser canario, pero en aquella época... Cuando destierran a Unamuno a Fuerteventura, él habla de las urbes marítimas, miseria, pobreza, centenares, miles de personas que tienen que irse porque les iba la vida en irse a América. Justo en el periodo de la República es cuando hay menor registro de gente que se va de las Islas. Porque había esperanza. Luego la esperanza se fue al traste. Miseria por un lado, pero ya has visto, no es miseria que se traduce en violencia. Tenían esperanza. Pero luego unas estructuras sociales y económicas de casi el Antiguo Régimen no querían perder los privilegios que tenían. El siglo XX comenzó con la revolución bolchevique que vino a decir a los desheredados que el orden social y político no era un orden natural ni divino, era un orden humano, un orden que podía cambiar.

«La dignidad es vivir sin temor, sin ningún temor», es una frase de José Miguel Pérez. Este político canario que aparece en su obra también existió. ¿Hasta qué punto cree que hemos alcanzado la dignidad en nuestra sociedad?

Cuando te vas documentando te planteas que cómo es posible que uno de los fundadores del Partido Comunista Cubano, que ha tenido una trascendencia enorme en la Historia Contemporánea, sea de La Palma y haya sido expulsado por la dictadura. Actualmente, hay unas cotas de dignidad, incluso en la vida cotidiana. Lo que les intento decir a mis estudiantes de periodismo es: 'no se equivoquen, el mundo no es cómo ustedes se lo imaginan, hay muchos mundos en este mundo'. Y en este momento en el que hablamos, como decía la canción, hay un niño en la calle. En este momento hay un padre y una madre que están sufriendo porque no llegan a final de mes, porque no tienen con qué pagar la hipoteca, porque tienen pobreza energética en invierno y no tienen calefacción para sus hijos. Me refería a eso. Es una apropiación indebida esa frase de una frase de Walter Benjamin que decía que la felicidad es vivir sin temor. Desgraciadamente, él fue infeliz.