Un prontuario vitalista: ‘Reguetón’

La obra de Luis León Barreto acoge desde su enunciado el hondo significado de ‘carpe diem’

Luis León Barreto.

Luis León Barreto. / LP/DLP

Victoriano Santana Sanjurjo

Hay obras que requieren de toda una vida para ser compuestas. No hablo de libros que se han aplazado durante años por vaya uno a saber qué razones personales o profesionales de sus autores, sino de títulos que, para que adquieran la consistencia conceptual, estilística y retórica necesarias, precisan de unas condiciones que solo se pueden obtener después de haberse recorrido una larga trayectoria vital y creativa. Este es el caso de Reguetón, de Luis León Barreto (Mercurio Editorial, 2024); una novela que, desde su mismo enunciado, acoge con intensidad el hondo significado de la locución latina carpe diem (aprovecha el día), presente en tantas manifestaciones artísticas y literarias de Occidente desde su aparición en las Odas (I a. C.) de Horacio y referente principal de unas páginas que nos invitan a celebrar la vida —como se lee al comienzo y al final de la historia—; a sacar provecho de todos y cada uno de los instantes que dan color a nuestra existencia y que logran mitigar, aunque solo sea en parte, la espesura de las sombras que nos cubren diariamente en forma de tristeza, desdicha, incomodidades e incertidumbres: «Anímate, pues; y aunque no estés contento, lo importante es disimularlo», nos llegará a decir el narrador.

Reguetón, que toma del género musical la habitual actitud desenfadada y desinhibida que ofrece el estilo, es una revisión honesta, humilde, sin dogmatismos ni asperezas, de lo que son y de lo que deberían ser a juicio de la voz narrativa las prioridades en nuestros días; de tal modo es esto así que, se mire por donde se mire, esta larga reflexión sobre la actualidad y los acontecimientos condicionantes adquiere, a medida que se lee la obra, las formas de un grato recetario sobre cómo intentar alcanzar la felicidad, entendida como una manera de estar acorde a lo que la situación personal demanda en función de las circunstancias; o, para ser más precisos y acordes a lo que señala el personaje de Anna Vilà, quizás sería más coherente utilizar la palabra «bienestar», término que ella considera menos pretencioso. Por eso, reitera el narrador que no basta con sobrevivir, sino que hay que hacerlo en condiciones: no se trata de vivir, sino de vivir bien.

El título distribuye su contenido a lo largo de trece capítulos. Cada uno representa un momento concreto del protagonista en el que cada tema que aborda (los hay específicos de cada episodio y los hay generales de toda la obra) se expone desde la perspectiva sincrónica en la que se halla nuestro interlocutor. Por eso, creo que es un error plantear la obra como un proceso sujeto a la tradicional estructura de planteamiento, nudo y desenlace, aunque algunas subtramas internas, puntuales, sí respondan a este desarrollo: la desaparición de Silvana Estruch o el cambio de estatus de Aythami Artiles. Esto, que puede alternar nuestras nociones de lo que es la linealidad del discurso narrativo y nuestra particular zona de confort como lectores, está muy bien pensado, está hecho adrede, es una genialidad que se refuerza —en una suerte de analogía inversa—, con las ideas sobre la naturaleza que, en mayor o menor medida, a todos nos afectan: «la naturaleza es hermosa, aunque esté llena de defectos. Hay que extraer de ella tres ideas básicas: nada es perfecto, ni permanente, ni está completo». Asumida la naturaleza tal y como es, solo nos resta «festejar lo inexacto o inacabado», y el narrador, atento a la posición que tiene, amolda su expresión a la realidad que comparte; de ahí que parezca que habla al golpito, cambiando de temas y entrelazando asuntos. La novela en este sentido es como la vida; y la vida, como leemos en sus páginas, «no tiene un fluir apacible, sino que se compone de una sucesión de cascadas y despeñaderos».

Reguetón es, de algún modo, vista la totalidad con perspectiva, un gran conjunto de extractos del dietario que la interesante Cornelia la Maga le recomendó al protagonista que fuera componiendo antes de irse a dormir. Adán Khoury, la omnisciente voz narrativa en primera persona —qué genial combinación— tiene cáncer de colon y ha asumido su final teniendo presente que la muerte a todos nos iguala: tan muerte es la de una niña que no ha tenido ocasión de disfrutar de la vida como la de un anciano que la ha vivido a tope; por eso, no hay que virarle la cara: «hay que recibirla con buena predisposición. Incluso con alegría, con infinita armonía. Hay que prepararse a liberar las sombras de las malas experiencias».

La escritura del personaje principal supone la revisión de episodios de su vida y, sobre todo, el planteamiento, a partir de ellos, de una honda reflexión sobre lo que es estar vivo. De ahí que sea perceptible en todo momento cuál es el gran tema de la obra: la supervivencia. En torno a la estrella que representa este vocablo, orbitan tres grandes planetas, tres subtemas en los que entrarían la ingente cantidad de asuntos que el memorialista comparte con nosotros, a saber: las relaciones y condiciones humanas, los residuos emocionales que dejó, por un lado, la pandemia de Covid y, por el otro, el volcán de La Palma. En todos, los contenidos que se abordan son universales y extrapolables a cualquier semejante nuestro que habite en cualquier rincón del mundo.

No les miento porque no tengo motivos para hacerlo: Reguetón no es un libro cómodo, quizás porque no se sujeta a patrón alguno de desarrollo más allá del contemplativo. En todo caso, es un libro que se acomoda, que se adhiere a nosotros si dejamos que fluya y nos liberamos de las sujeciones clásicas que condicionan nuestras lecturas de ficción. Si buscamos una historia en sentido estricto, no la hallaremos; si dejamos que las historias de la voz narrativa nos busquen, entonces la experiencia lectora será espectacular porque la obra se nos mostrará como una extensa sinfonía compuesta por trece movimientos —tantos como capítulos— que, a su vez, son en sí mismo otras tantas sinfonías integradas por escenas y secuencias repletas de axiomas, sentencias, observaciones y sensaciones que remueven el ánimo, agitan el intelecto y producen una sensación deliciosa que solo puedo identificar de una manera: embobamiento.

En este vademécum liberador y hedonista, la voz de Adán Khoury sirve para testamentar en su dietario su inmenso amor a la vida, a pesar de todas sus contrariedades; y su deseo de seguir reunido, como sea, con el pequeño y variopinto círculo con el que se ha conjurado para dejar a un lado, hasta donde sea posible, la lúgubre e irremediable verdad de la muerte.

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