Literatura

Antología

La poeta chilena Gabriela Mistral fue la primera autora hispanoamericano y quinta mujer en obtener el premio Nobel de Literatura

Javier Doreste

Javier Doreste

He aquí un excelente volumen para acercarse a la obra de una de las mejores poetas de nuestra lengua, la chilena Gabriela Mistral, primera autora hispanoamericana y quinta mujer en obtener el premio Nobel de Literatura. Después de Tagore fue el segundo premio a un país no europeo ni de la órbita anglosajona. Con ella, el Nobel salía de occidente.

La academia sueca reconocía que su poesía se había convertido en el símbolo de las aspiraciones de todo el continente latinoamericano, es decir, que su obra trascendía más allá de Chile. Hoy, cuando parece olvidada o al menos relegada ante las poetas anglosajonas, es bueno recordar la vida y la obra de esta mujer que se reclamaba mestiza, de raíces indígenas, en el Chile que se proclamaba blanco.

Con esa declaración Mistral tomaba partido por los desfavorecidos, como antes había rechazado el papel sumiso de la mujer en el hogar y reivindicado su independencia económica frente a la dependencia del trabajo doméstico. Desde los 14 años ganó un salario como profesora auxiliar, primero, y después como maestra de todo un continente.

Sus escritos en defensa del magisterio y su labor pedagógica s extendieron hasta México, así como su defensa de las bibliotecas públicas y del libro en general. Su esfuerzo por que la educación alcanzara a las niñas y a las mujeres es doblemente meritorio pues en aquel entonces solo el uno por ciento de las mujeres chilenas sabía leer y escribir.

En su discurso de agradecimiento por el Nobel nombró refiriéndose a Suecia a «la legión de profesores y maestros que muestran sus escuelas ejemplares», a sus cientos de científicos y artistas «y miro con leal amor a los campesinos, artesanos y obreros suecos». En ese acto ceremonioso y ante el rey y lo más granado de la sociedad anfitriona, como diría un cronista rosa, Mistral convoca a los desfavorecidos, a los de abajo, artesanos, obreros, campesinos, demostrando que no olvidaba que venía de ese mundo, de los de abajo.

Desde la adolescencia recorrió la geografía chilena. Enseñando en pequeñas escuelas rurales, de poblados mineros o pescadores. Aulas con el suelo de tierra y que debían abrirse por las tardes pues hasta los niños del lugar tenían que trabajar.

Ejerció en los Andes, en el sur austral y en los desiertos norteños, trasladada según las necesidades del servicio, considerada como la mestiza que solo podía enseñar a los suyos, expulsada a veces por enfrentarse a lo establecido, pero siempre reivindicando la dignidad de ser mujer con sangre indígena, sintiéndose hermana de todos los suyos, desde Texas a la Tierra del fuego, como escribiría en el magnífico poema El Pan: Se ha comido en todos los climas/ el mismo pan en cien hermanos: / pan de Coquimbo, pan de Oaxaca, / pan de Santa Ana y de Santiago. Un alimento cotidiano le sirve a la poeta para expresar la hermandad de la cultura y los pueblos hispanoamericanos. Hoy dirían que es una actitud decolonial o postcolonial. Llámese como se llame, su raíz está en Rubén Darío y su tallo florece en Neruda y su Canto General. A eso hacía referencia la Academia Sueca en la exposición de motivos que tuvo para concederle el Nobel, como hemos citado más arriba.

Pero la vigencia de Mistral no se agota en lo que podríamos llamar panamericanismo. Cuando rechaza el trabajo doméstico como destino, está poniendo sobre la mesa la cuestión de la independencia de la mujer, la necesidad de que pueda trabajar, desarrollarse como persona autónoma, fuera del matrimonio, la importancia de la educación para el progreso de la mujer y las clases desfavorecidas. Recordemos que lanza esa propuesta con apenas 21 años, en una época de dominio absoluto e incuestionable del patriarcado y del caciquismo. Mantiene vivas polémicas al respecto en la prensa de las pequeñas localidades en las que enseña, defendiendo esta y otras posturas progresistas frente al acoso y ataques de elementos reaccionarios locales.

Recordemos el poema Nocturno de los tejedores viejos: Nos callamos las horas y el día/ sin querer la faena nombrar, / cual se callan remeros muy pálidos/ los tifones, y el boga, el caimán, / porque el nombre no nutra el Destino, / y sin nombre se pueda matar. Los de abajo no deben, no pueden hablar. El silencio gobierna sus horas y su destino. Y en el muy realista Todas íbamos a ser reinas escribe: Todas íbamos a ser reinas, /de los cuatro reinos sobre el mar: / Rosalía con Efigenia/ y Lucila con Soledad. (…)/ Todas íbamos a ser reinas, / y de verídico reinar; / pero ninguna ha sido reina/ ni en Arauco ni en Copán. Rosalía besó marino/ ya desposado con el mar/ y al besador, en las Guaitecas, / se lo comió la tempestad. / Soledad crió siete hermanos/ y su sangre dejó en su pan, / y sus ojos quedaron negros/ de no haber visto nunca el mar. La vida cotidiana devora los sueños de las niñas, al crecer la realidad, que no la realeza, las alcanza.

Junto a estos poemas escribe otros más íntimos, más cercanos, sobre el desamor: Ahora voy a aprenderme/ el país de la acedía, / y a desaprender tu amor/ que era la sola lengua mía, / como río que olvidase/ lecho, corriente y orillas. O la alegría del amor: Nos tenemos por la gracia/ de haberlo dejado todo; / ahora vivimos libres/ del tiempo de ojos celosos; / y a la luz le parecemos/ algodón del mismo copo.

No olvidemos que no tuvo empacho ninguno en convertir a sus secretarías en sus amantes o a sus amantes en sus secretarías y vivió sus amores lésbicos sin pudor en cuanto pudo, cuando el prestigio ganado le permitió dejar la profesión de maestra. Esta faceta lésbica es la que ahora están reivindicando y estudiando varias investigadoras en Estados Unidos como su biógrafa E. Horan. En la época de Mistral no existían nombres como binario o queer para definir su orientación sexual. Pero a ella no le hicieron falta.

Su compromiso con la libertad le llevó a organizar una red de apoyo y fuga para republicanos españoles y judíos alemanes, atrapados en la Francia invadida por los nazis. Vivió su vida plena y libremente y procuró plasmar muchas de sus vivencias en versos que a algunos les parecen simples. La dictadura de Pinochet quiso construirle una imagen de virgen adocenada, domesticada, pues sabían que su éxito es una amenaza directa al patriarcado.

Mistral es rechazada porque no aceptó el lugar reservado a las mujeres y, al no aceptarlo luchó para superar ese rol y nunca, nunca se dio por vencida. Su historia es la historia de la determinación que llevaron a una mujer a ser algo más que una maestra o un ama de casa. A ser una poeta reconocida mundialmente que hablaba de igual a igual con los genios de su época; Paul Valery, Alfonso Reyes y tantos otros se rindieron ante su fuerza y su determinación. Y hoy, cuando algunos vuelven a cuestionar el papel de la mujer, leer a Mistral puede ser un acto de rebeldía frente a la acomodaticia cultura globalizada que nos quieren imponer.