Manuel Palomino, geometría y poética del paisaje

El paisaje como motivo y objetivo en la pintura

El pintor jienense Manuel Palomino, aunque de procedencia peninsular, se ha aclimatado afectiva y sensorialmente al territorio archipielágico

Obras de la exposición individual ‘rePaisando’, del pintor Manuel Palomino, integrada por una veintena de obras concebidas entre los años 2008 y 2024, que pueden contemplarse en el Centro de Artes Plásticas hasta el 12 de julio.

Obras de la exposición individual ‘rePaisando’, del pintor Manuel Palomino, integrada por una veintena de obras concebidas entre los años 2008 y 2024, que pueden contemplarse en el Centro de Artes Plásticas hasta el 12 de julio.

ángel sánchez

El globo terráqueo que habitamos desde tiempos muy remotos atesora por destino meramente cósmico regiones y lugares de una singular belleza que propicia la felicidad de sus naturales y atrae a multitud de visitantes. Dentro de la diversidad posicional y climática, son los archipiélagos los que ofrecen un despliegue extremadamente original, más aún si son de origen volcánico. Tal sucede con el de la Macaronesia, que se extiende en nuestra orilla oceánica desde las islas Azores hasta las de Cabo Verde.

En él, nuestras islas son universalmente conocidas por su bondad climática, el encanto primigenio de su diversidad paisajística, la general amabilidad de sus gentes y el sorpresivo encuentro con un pueblo sumamente mestizado desde su remoto pasado troglodita con población amazigh hasta esta actualidad que vivimos, si bien con tantas recompensas como problemas.

Existe una tendencia natural en los humanos a reproducir de algún modo lo que sus sentidos perciben de la realidad que contemplan. De tal observación y reflexión surge el mundo de sus ideas en la esfera de las ciencias y las artes, el método de fijar su representación en ciclos vitales, las tecnologías de supervivencia en materia de caza, pesca, nomadeo y finalmente agricultura. Lo que conocemos como artes plásticas es una vía de autoconocimiento más, la que aquí nos ocupa. Obviamos hacer un recorrido por la Historia del Arte desde las cavernas a la actualidad para detenernos en que la contemplación y la fijación del paisaje y sus habitantes de los reinos vegetal, mineral y animal han sido los protagonistas de la preferencia artística.

Y en la exposición de pinturas de Manuel Palomino que se exhibe hasta el 14 de julio en el Centro de Artes Plásticas del Cabildo grancanario habremos de recurrir a la milenaria tradición de este género como uno de los más representativos de la óptica mental del género humano. Después de las cartas de navegación y los portulanos que indicaban las rutas a seguir, empezaron a llegar a las islas ciertos individuos que, con oficio artístico, se dedicaron a captar la geografía archipelágica, ya sea en sus aspectos científicos, etnográficos, tipología de la población y, desde luego, el paradisíaco paisaje que se ofrecía a su mirada.

Y surgieron las primeras láminas de grabados del inglés Williams, así como abundantes dibujos tomados del natural por los viajeros —tanto curiosos como científicos— que llegaban desde Francia, Inglaterra y Alemania, sobre todo porque la privilegiada situación estratégica de Canarias las convirtieron en un lugar de paso obligado para los imperios que dichas naciones levantaron prácticamente en todo el orbe. De esta profusión de imágenes dimos tratamiento exhaustivo en nuestra obra El signo insular. Materiales de iconografía canaria (Ediciones del Cabildo de Gran Canaria, 3 volúmenes, 2021), que comienza con las ilusorias imágenes que contiene el manuscrito de Le Canarien, redactado por el aventurero Gadifer de La Salle, y continúa con el repertorio ofrecido por el italiano Leonardo Torriani (cuyo manuscrito, conservado en la Biblioteca de la Universidad de Coimbra, necesita urgentemente una edición facsimilar) y los abundantes apuntes que ilustran tantísimas obras con iconografía incorporada como se han publicado sobre las islas, seducidos como fueron los artistas por el exotismo de lo que percibían, una naturaleza en estado virgen, complementando sus impresiones de viajero.

El paisaje como motivo y objetivo en la pintura. Este es el contenido de la exposición que están contemplando, preguntándose seguramente quién es este desconocido que se suma a la larga lista de cultivadores de lo que, sin alcanzar la categoría de ‘género’, pudiera llamarse modalidad, preferencia, fijación temática con la querencia empática, con lo que se ve al paso y nos maravilla a los que paseamos recreativamente en cualquier lugar del Archipiélago.

A Manuel Palomino le fascina primordialmente todo lo que tiene que ver con la geometría, con la arquitectura, y le busca el lado poético para que quede captado en el cuadro final, un aspecto bastante inédito en los pintores que le han precedido. Conocemos el auge que tuvo el paisaje idílico y costumbrista durante la época romántica en Europa y en las Américas, y sus consiguientes epígonos españoles e incluso insulares.

un regalo para los sentidos

Obras de la exposición individual ‘rePaisando’, del pintor Manuel Palomino, integrada por una veintena de obras concebidas entre los años 2008 y 2024, que pueden contemplarse en el Centro de Artes Plásticas hasta el 12 de julio. / La Provincia

Ya entrado el siglo XX, hay un auge del paisajismo en las islas con fines decorativos de casas del patriciado local y de las clases altas, tanto con la técnica del óleo como la acuarela y el gouache, y se empiezan a abrir salas de exposición en galerías particulares, instituciones culturales e incluso se celebran certámenes donde se conceden premios a la excelencia. En la capital grancanaria suelen ser el Gabinete Literario, El Museo Canario, el Círculo Mercantil… Era muy frecuente ver por los campos a estos artistas con su caballete, su paleta, sus colores y sus pinceles tomando instantáneas de pueblos, campos de cultivo, bosques, barrancos y montañas en la diversidad paisajística de la que está dotada nuestra isla y, por supuesto, el resto de las ocho en las que vivimos. Recordemos en este punto a ciertas figuras destacadas del siglo XX que cultivaron con acierto el paisaje: el acuarelista tinerfeño Bonnin, el pintor regionalista tinerfeño Manuel Concepción, los motivos vegetales de Néstor Martín-Fernández de la Torre, los paisajes del surrealista Juan Ismael, los de los indigenistas Felo Monzón y Santiago Santana. A esta nómina hay que añadir a Tomás Gómez Bosch, a Juan Carló, al gran Nicolás Massieu, al inmenso Jorge Oramas, creador de un especialísimo realismo mágico, a Baudilio Miró Mainou, a Juan José Gil, a Gonzalo González, a Juan Hernández, a Juan Guerra y a tantos otros que se pierden en nuestra memoria hasta conformar un variado panorama de visiones particulares de nuestros paisajes.

Nuestro artista, aunque de procedencia peninsular, jienense por más señas, se ha aclimatado afectiva y sensorialmente a nuestro paisaje y le ha tomado una predilección que queda muy patente en esta muestra. Aunque dedicado a la enseñanza de la Arquitectura, siempre ha dibujado, y esta persistencia cuaja en un nivel de extraordinario realismo reproductivo de la realidad con todos sus detalles minuciosamente a la vista en aquellas obras donde la complejidad de la estructura se percibe a la perfección, sumido en la mística del momento que ha elegido para su trabajo. Como era de esperar, sus reproducciones arquitectónicas son sorprendentemente veristas.

No debe olvidarse que su tesis doctoral versó sobre el norteamericano Edward Hooper y que, al mismo tiempo, siente un tirón admirativo por nuestro icono paisajístico, José Jorge Oramas, posiblemente el artista del Archipiélago que ha alcanzado el culmen de la pureza poética como sublimación de su maltrecha salud. Esta querencia por el pintor majorero se percibe en ciertos muros de casa rústica con el emblemático azul índigo con el que nuestros maestros albañiles querían perpetuar la presencia del cielo y del mar, siguiendo una tradición electiva de origen mediterráneo y especialmente magrebí; y más en cualquier lugar de la geografía grancanaria, ampliando su presencia como la sombra que se percibe sobre ciertos muros blancos como un reflejo de refracción lumínica del rocoso azul de ciertos barrancos que hemos observado en el noroeste de Gran Canaria, entre los municipios de Agaete y Artenara. Hay en esta artística narratividad elementos que documentan fielmente lo contemplado, sin que evitemos añadir un aura poética que supera la materialidad de la obra y la sitúa en la esfera del arrobo.

Situarse ante una de estas obras equivale a recobrar la serenidad que nos quieren transmitir, inclinarnos a la meditación contemplativa de ese faro, de esa casa blanca de cuadrados minimalistas que evocan el estilo promovido por la Bauhaus, de esa choza de pastor en un altozano, de ese mural de arte urbano de tipo hiperrealista, como tantos otros detalles que sus obras muestran con un efectivo dominio dibujístico. Y si el punto de mira es la base de la obra, la elección del lugar la adecuada y los materiales idóneos, tan solo hay que confiar en que el proceso del dibujo, el color, la textura, el sombreado y otros detalles y matices den como resultado una obra de arte que transmita la intensidad del momento anímico del artista ante su paisaje, y que esta intensidad la perciba el futuro visitante o poseedor de la obra como una recompensa.

Al fin y al cabo para eso está el arte, siempre al servicio del consumidor de belleza, quien la mayoría de las veces ignora que todo ello es producto de un proceso de fermentación de conflictos personales que se resuelven idealmente en la catarsis creativa.

Situarse ante una de estas obras equivale a recobrar la serenidad que nos quieren transmitir, inclinarnos a la meditación

Es por eso por lo que a veces nos domina la idea de que quienes se dedican a alguna faceta de las artes asumen, junto a la vocación y a la dedicación, el riesgo de perderse en la anécdota y no entregarse por completo a un vaciado de conciencia purgativa que lo limpie de impurezas. Una necesidad básica para conservar la paz interior y transmitirla a quienes disfruten del resultado final. Contemplar cualquier obra de Palomino es un regalo para los sentidos, necesitados como están de estímulos que los ayuden a conseguir un grado de felicidad recreativa que los saque de la monotonía de sus vidas. Por ello hay que considerar estos cuadros como una ayuda inesperada para conseguir una estabilidad emocional contemplando que la vida tiene como compensaciones o, si se quiere, utilidades que contribuyen a nuestro equilibrio emocional con inputs estéticos.

Por algo llama él mismo a su exposición rePAISANDO, con la intención de que remirando, reexaminando, registrando los paisajes transitados muchas veces, encontraremos «un singular espejo en el que mirarnos […]. El intento es contribuir a que la transformación del paisaje se acompase a nuestro vivir, para que una nueva belleza emane de los cambios». En esto sigue la poética del surrealista Agustín Espinosa cuando valora la pintura de Jorge Oramas, una imagen tutelar que Palomino admira y pretende cuando colabora con el biólogo Carlos Suárez en sus investigaciones medioambientales incluso para localizar in situ los lugares de la isla donde captó Oramas sus maravillosas pinturas.

Damos por acabada esta presentación diciendo que estamos ante un artista inesperado para la gran mayoría del público, pese a su dedicación al arte desde hace muchísimo tiempo, a la enseñanza para despertar vocaciones y a la palmaria calidad de su trabajo como pintor. Era pues preciso mostrarlo al público para que lo conociera cuando ha alcanzado una muy reconocible madurez estilística, para que sea reconocido como un excelente artista, delicado en el trazo, perfeccionista en la técnica y con una suerte de talento reproductivo de la realidad que no es fácil encontrar. Se trata de un artista recuperado para el conocimiento general y para el goce de su magnífica obra.

Sigámosle la pista porque su buen hacer lo merece ampliamente. Y, desde luego, sigamos sintiéndonos afortunados por vivir en lo que queda virgen y prístino aún —pese a los evidentes destrozos y la modificación del territorio en manos de una aculturación de la industria turística que tanto daño ha hecho a la virginidad archipelágica—. Ojalá el arte pueda ser una herramienta auxiliar de algún valor para despertar nuestras conciencias y reaccionar ante la negatividad de los hechos consumados en tal aspecto.