Literatura

Mi Teguise

Este libro aúna una serie de relatos y cuentos escritos por el «cronista de las cosas cotidianas», el lanzaroteño Leandro Perdomo

Mi Teguise

Mi Teguise

Javier Doreste

Javier Doreste

Leyendo el interesante libro del profesor José Miguel Perera, Literatura canaria con identidad, encontramos dos precisos artículos o grandes notas de lectura sobre el escritor lanzaroteño Leandro Perdomo.

Y entonces recordamos el muy buen texto de Herminia Fajardo incluido en el volumen publicado por las Ediciones Remotas y la antología que el crítico Gómez Aguilera hizo en su momento. Este último libro recoge suficientes artículos y algunos cuentos para hacernos una idea del dominio del oficio periodístico y de su herramienta, el idioma, que tuvo Leandro Perdomo.

Llamaron Mi Teguise a este tomo, pues desde esa localidad oteaba la realidad isleña. Unas veces solo y otras acompañado por Bentejuina, la fiel dromedaria, que le ayuda, en lo posible, a entender los súbitos y vertiginosos cambios producidos en el mundo conejero en poco menos de veinte años.

Perdomo emigró de Lanzarote a Gran Canaria en su momento, como tantos lo hicieron acuciados por el hambre o el ambiente carcelario del franquismo. Y terminó yéndose a Bélgica a trabajar en las minas, donde dejó parte de sus pulmones y fundó un periódico, Volcán, que fue mítico entre los emigrantes canarios y de otras regiones. De mi infancia recuerdo ejemplares que mi padre guardaba cuidadosamente y la impresión que me dejaban las noticias sobre los campeonatos de rana que allí se comentaban.

Quebrantada la salud regresó a Lanzarote y retomó su oficio de cronista de las cosas cotidianas, implacable en lo preciso de la mirada que descubría como el Lanzarote de siempre se iba desvaneciendo en el tiempo, devorado para unos por el progreso y para otros por la especulación.

Todo esto nos lo cuenta Gómez Aguilera en lo que más que un prólogo es un estudio riguroso y bien escrito en este Mi Teguise que les recomendamos como puerta de entrada a la extensa obra de Perdomo. Aguilera consigue que tengamos una amplia visión sin olvidar ninguna de las facetas de su antologado. Incluso la dulce Bentejuina aparece en el relato Mi dromedaria. No será el único texto con animales. Perdomo es alguien vinculado al terruño, al campo, y por tanto a los animales. Así podemos leer La resurrección del gato, artículo de impecable prosa: Esto sucedió entre Teguise y Tahíche. Yo contemplé la escena. Fue una tarde arrugada y soleada, y el paisaje original de la isla se retorcía por las montañas y el llano. El disparo retumbó en el llano. Y yo contemplé el gato muerto, que era amarillo como un tigre. Lo cogí en mis manos y le di sepultura. Al tiempo que lo enterraba, yo me lamenté de que no fuera verdad eso de las siete vidas de gato. Parece escrito por un maestro americano, un Hammett, un Hemingway, un Chandler… Primero se nos da la precisión geográfica en la que ocurre la acción. Después el narrador se presenta como testigo. Y se anuncia un drama en esa descripción de la tarde arrugada y el paisaje que se retuerce. Se describe la acción y su consecuencia, un disparo y un gato muerto. La repetición de la primera persona refuerza la imagen del hombre que entierra al gato.

Textos como estos se desparraman por las páginas de esta obra. Perdomo era, además de periodista, un escritor. Un escritor enamorado de su herramienta, el lenguaje, que conseguía la belleza de lo escrito sin supeditarla a la eficacia de lo que quería transmitir. Vean un ejemplo de esta eficacia: Estos afirman que, a los tres meses más o menos de contraer matrimonio, su mujer dio a luz, y que el párroco, muy enfadado lo llamó a la sacristía y le dijo: «Rafael, nunca creí esto de ti…Además: ¿quién te asegura que el crío es tuyo?». A lo que el Bruno contestó: «Mire usted, señor cura… si yo compro una burra y la burra está preñada, yo creo que la cría es mía, me pertenece a mí… ¿o no?» Puede objetarse que la comparación de la mujer con una burra no es muy acertada, pero no se puede negar la eficacia del razonamiento de Rafael ni el rechazo a las habladurías y los chismes del señor cura.

Perdomo insiste varias veces en el quehacer cultural de quienes le precedieron; Pérez Armas, Clavijo, son nombrados en más de una ocasión, pero quizás uno de los textos más hermosos recogidos sea el dedicado a Ángel Guerra al que llama «cónsul en Madrid» de todos los canarios cuando su etapa de diputado a cortes, y a quien vindica como intelectual del momento. El profesor Perera nos recuerda el carácter ético de sus escritos. Baste recordar el artículo titulado Los capitalistas de hoy y mi viejo retrete de palo: Ni hambrientos ni feroces, amigo mío, le contesté a uno de ellos: simplemente lobos que se alimentan de la víctima mansa que es el ignorante, por un lado, y, por otro, de pobre trabajador esclavo que suda en el tajo las ocho horas por el jornal mínimo para comer, para ir escapando… Parece que habla de nuestros tiempos, estos en los que nuestro pueblo puede ser llamado víctima mansa, que para eso se le mantiene en la ignorancia, y que se esclaviza ocho horas por lo mínimo. Hasta algún político de fuste ha recordado que en Canarias los sueldos son bajos, con el negativo efecto que tiene eso sobre el consumo interno.

Más adelante Perdomo escribirá: El terrorismo y la droga, los caballos apocalípticos trágicos que están socavando los cimientos de la vieja civilización europea, no responden a otra razón que al sistema imperante, al sistema capitalista este, ñoño y caduco ya en la historia vieja de los pueblos. Un rechazo total y absoluto al sistema que destruye nuestra tierra y su gente. ¡Y Perdomo murió hace treinta años! Y sus textos siguen siendo actuales.

Y a veces recuerda lo que fuimos, para que las bonanzas del turismo no borren la memoria: Había días en que no había agua, faltaba el agua para sancochar las batatas, y ahí tienen ustedes al ama de casa que se va a la vecina y le pide un poco del preciado líquido (…) Y la vecina (…) le dice: «Mira, acabo de retirar las batatas del fuego. Yo las escurro y te llevas el agua para que guises las tuyas, pero con una condición: que el agua que te sobre me la devuelvas».

Leer Mi Teguise y otros textos de Perdomo es leer nuestro pasado, cuando aquí, en esta ciudad el agua solo venía a determinadas horas, cuando la gente esperaba en la trasera del mercado para que lo contrataran por unas horas o cuando veíamos pasar por las calles de la ciudad las cabras de bamboleantes ubres.

Leer a Perdomo es recordar que los camellos, en verdad dromedarios, eran parte del paisaje agrícola de las Islas, que teníamos palabras como tuchido y majalulo y cuentos como el del camello del Berrendo que se acostaba a su lado para hacerle soco y sombra con la joroba.

Por todo eso agradecemos a Perera que nos lo haya recordado y el cuidado y detallado trabajo de Gómez Aguilera editándolo para que nosotros lo disfrutemos.