Opinión

De la abominación a la bendición

De la abominación a la bendición

De la abominación a la bendición

Víctor Ramírez

«No te acostarás con varón como con mujer; es abominación»

(levítico, 18:22)

Esta clásica cita del Antiguo Testamento, escrita aproximadamente en el 1.400 a.n.e., pone en evidencia dos hechos: que la obsesión por el control de los placeres sexuales de las religiones monoteístas es muy antigua y, lo que es más interesante, que hace unos 3.500 años ya existía un evidente «mariconeo» en las tribus israelitas, suficientemente visible y extendido como para prohibirlo en unas normas de comportamiento que intentaban asegurar cierta rectitud religiosa en aquellas tribus. Tanto la ortodoxia cristiana como la judía se han amparado de manera habitual en esa decena de palabras escritas hace siglos para condenar las relaciones homoeróticas masculinas y, por extensión, toda desviación de la norma cis-heterosexual.

De este versículo al «hay demasiado mariconeo en los seminarios del Vaticano» del Papa Francisco, han pasado, efectivamente, unos 3.500 años. Y la cosa no parece haber cambiado demasiado.

Que ninguna de los miles de deidades, todas creadas por el ser humano a lo largo de su historia, es real, es una obviedad inapelable. Y que en nombre de esas falsas deidades se han librado guerras, justificado genocidios, cometido torturas y ejecuciones y otras muchas barbaridades inconcebibles, es una realidad histórica incuestionable.

Bien lo sabemos las disidencias sexo-genéricas. Desde los imanes que acusan a la homosexualidad de ser la causa de catástrofes naturales hasta el pinkwashing del gobierno sionista extremista, ultrareligioso y genocida de Israel, pasando por las terribles torturas de la Inquisición y las disparatadas diatribas de algunos obispos actuales gravemente afectados por una aparentemente incurable intolerancia a la diversidad, las disidencias sexogenéricas hemos sido objeto de ultrajes de todo signo, provenientes de las más diversas corrientes mitológicas, tanto históricamente como en la actualidad.

Las religiones monoteístas siempre han tenido una especial obsesión por el sexo, entiéndase bien (o no), por su control, al considerarlo un instrumento procreativo destinado fundamentalmente a multiplicar fieles. Las relaciones homosexuales, las disidencias de género y cualquier otra salida de tono sexo-afectiva-identitaria han sido habitualmente cercenadas por cuestiones religiosas de múltiples y muy diversas maneras (y luego nos condenan a nosotras por wokes).

Por otro lado, es cierto que, en el caso de nuestra entorno, el empape cultural católico es muy profundo y ha enraizado, a pesar de todo, en parte de comunidad LGTBIQ+, bien sea por un verdadero sentido religioso o por una aparente tendencia al folklorismo kitsch de parte ella. Sin ir más lejos, el colectivo Gamá de Gran Canaria surge de la unión de un grupo de homosexuales, activistas con un sentido político, con otro de carácter cristiano que se reunía en unas dependencias pertenecientes al obispado y, por tanto, con la connivencia de alguna persona claramente cercana a la institución eclesial. La película Te estoy amando locamente (que recomiendo fervorosamente, valga la expresión), muestra cómo algunos curas obreros de los años 70 apoyaron la creación del primer movimiento homosexual andaluz hasta que la curia nacional-católica los echó, en una versión inversa (que no invertida) de la expulsión de los mercaderes del templo que Jesús tuvo a bien realizar.

La educación sexual, para los boomers como yo, brilló por su absoluta ausencia. Educado en un colegio religioso en el que solo había chicos, recuerdo la airada reacción de un sacerdote que nos daba clase de religión al conocer algunas – más que leves - prácticas homoeróticas realizadas entre aquellos preadolescentes, que descubrían sus pulsiones sexuales en un entorno exclusivamente masculino.

«¡En mi clase no quiero maricones!», bramó el ensotanado profesor ante el desconcierto, y quizás el sonrojo de aquel grupo de jóvenes ahítos de hormonas. Y hasta aquí toda la educación para la diversidad en mi época de EGB. También es cierto que hacía poco que el dictador disfrutaba de su merecido proceso de putrefacción y no estaba el horno ideológico y político para bollos (ni para maricas, ni travestis, como se decía en la época).

Pero alabemos (valga, de nuevo, la expresión) algunos avances obtenidos en los últimos tiempos. Hace unos años era noticia un imán gay que además era activista por los derechos de la comunidad LGTBI dentro del islam. Ludovic-Mohamed Zahed propició la primera mezquita inclusiva de París y afirmaba que no había ninguna contradicción entre ser gay y musulmán, hecho que no fue del todo bien recibido por parte de la comunidad musulmana de la capital francesa.

Por su parte, la homosexualidad parece estar mejor aceptada en el judaísmo, en el que existen grupos homosexuales también dentro de comunidades más tradicionales e, incluso, ortodoxas. Asimismo, algunos sectores reformistas han valorado positivamente la inclusión de personas trans en sus comunidades, lo que muestra una apertura en estos aspectos mucho mayor que religiones como la católica.

En esta última, más allá de la boutade del Papa Francisco, él mismo ha realizado algunas declaraciones que quieren señalar cierto cambio de orientación en la Iglesia Católica. Sonada fue su aprobación de bendecir a las parejas homosexuales, eso sí, sin permitirles el matrimonio. El rechinar de dientes de una parte importante de la curia vaticana se escuchó hasta en las Islas y, personalmente, dudo que se vaya a ir mucho más allá de este gesto en los próximos años – o décadas -.

La celebración del orgullo LGTBIQ+ no es sólo una fiesta de reivindicación de lo conseguido durante décadas de trabajo por nuestra dignidad y derechos, sino también un recordatorio de los obstáculos que hemos tenido que superar para desarrollar esa labor. No hay dudas de que las instituciones religiosas han dificultado, en gran medida, el camino. Quienes estuvimos en primera línea en aquel momento recordamos la participación activa –y profundamente agresiva– de la Iglesia española en las acciones y manifestaciones contra el matrimonio igualitario.

Pero el orgullo celebra también la remoción de obstáculos como estos y algunos cambios sí que se han producido: sin esta lucha de décadas no habrían imanes gays, bendiciones papales ni comunidades homosexuales judías. La libertad también es eso.

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