Agaete

Un cachito de Tamadaba baja al Valle

El barrio de San Pedro de Agaete mantiene vivo «con orgullo» la celebración de la rama

Las camisetas recuerdan a los pioneros de esta caminata festiva

La Rama de San Pedro 2024

Juan Castro

Javier Bolaños

Javier Bolaños

El barrio de San Pedro, en el Valle de Agaete, ya tiene un cachito de Tamadaba. Los vecinos volvieron a celebrar ayer la tradicional bajada de la rama, después de subir la noche anterior al macizo para su corte. La fiesta conserva cada vez más con «orgullo y tradición» el recuerdo de aquellos predecesores que cubrieron el largo recorrido. En el jolgorio no faltó la música y el olor a romero.

«Todas las generaciones del Valle de Agaete siempre han sabido que sus montañas y barrancos guardan un precioso tesoro: la Fiesta de La Rama... la Rama del Valle: más intimista, más expresiva, más originaria, más larga, más olorosa, más variada, más emotiva». Así hablaba José Luis Álamo Suárez en su pregón anunciador de esta celebración en 1990. Y, 34 años después, el acto principal de sus fiestas patronales conserva esa misma identidad.

«He traído un cachito de Tamadaba. Y hasta que Lola Rosas -que soy yo- pueda, lo seguiré haciendo». Así de convencida está ella de la promesa que le hizo a una tía cuando falleció hace cinco años, y que ha venido cumpliendo ritualmente verano tras verano desde ese 2019 de su partida.

Lola Rosas volvió a subir a Tamadaba la noche del jueves, como lo hizo su tía durante mucho tiempo, para que su espíritu siga presente de forma testimonial en esa fiesta que tantas alegrías le dio en vida. Y volvió a bajar cargada de ramas de ese macizo, que a sus pies del barrio de San Pedro se ve más impresionante todavía, como si de un gigante te mirara desde las alturas.

El espíritu de mantener la simbólica presencia de familiares y allegados se hace cada vez más presente en la rama de El Valle. Junto a las camisetas oficiales en las que sobresalen las palabras «orgullo y tradición», surgen otras muchas con el rostro de esos pioneros que hicieron la misma subida y bajada, con palabras que evocan un sentimiento de añoranza y nostalgia por su ausencia.

«Siempre estás con nosotros paíto», se pueden leer en algunas de ellas, que incluye un gran retrato, en la zona delantera de la camiseta que portan sus allegados.

En medio del frondoso bosque de ramas que llegan hasta El Valle surge Justo Cubas, un hombre de 80 años que lleva también impreso el homenaje a su fallecido suegro Antonio Jiménez ‘El cuca’, que fue «el romero mayor». Curiosamente, falleció hace 18 años cuando asistía a la misa principal de esta celebración tan arraigada.

Justo Cubas lleva algunas décadas compartiendo esta fiesta, y sube a Tamadaba en compañía de hijos, nietos y otros familiares. Procede del pago de Lugarejos, en Artenara, pero vive en La Aldea («Mi Aldea que nadie me la quite», asegura él con un gran apego a su terruño), en su tierra de acogida de Agaete.

Lágrimas

«Estoy muerto», se le oye cansado a uno de los jóvenes que ha cumplido con la caminata al encontrarse con familiares, y mientras porta un gran manojo de ramas. Eso sí, un agaetense no se rinde, y menos ahora que llega el momento del culmen de la animación entre vecinos.

La banda Guayarmina da paso a la de Guayedra, antes de ceder el testigo a la Banda de Agaete. Los bailes y la música dan un nuevo respingón.

«Canta y no llores, porque cantando se alegra cielito lindo los corazones», y la estrofa del «te daré una cosa, una sola que yo solo sé, café», se entremezcla con otras canciones del repertorio más canario.

BAJADA DE LA RAMA DE SAN PEDRO Y SAN PABLO

BAJADA DE LA RAMA DE SAN PEDRO Y SAN PABLO / Juan Carlos Castro

Los romeros emprenden la recta final hasta su llegada al centro del pueblo por el Camino de los Romeros. Ese tramo final se hace a paso de tortuga. Es el momento de que se vayan sumando nuevos danzantes. Incluso, hacen su aparición las cabezas de papagüevos con rostros de populares vecinos de Agaete.

Uno de los jóvenes grita al aire: «De San Pedro al Cielo», a lo que un conocido le responde, «que para eso tiene las llaves». Y muy cerca de ahí, un adolescente recibe una videollamada de su padre, al que le dedica un buen rato a mostrarle el ambiente, sin perder detalle de las estrofas de las canciones.

La rama de El Valle es, como se decía al principio, una fiesta grande, que conserva el espíritu familiar. Por eso algunos de los que han asistido la primera vez se han llevado una grata sorpresa y, a su vez, una gran alegría, porque los fieles bailan y cantan en completa armonía, aunque se arremolinen y las ramas de varios metros de altura puedan llevarse media cabeza con los giros imprevistos de sus portadores. Es lo que uno de los habituales habla de que está «entre gente sana», que busca divertirse y no buscar jaleo.

Y también es un día de reencuentro para los vecinos de Agaete. Este es el caso de José Antonio Melián, un camarero que trabaja desde hace mucho en la hostelería en un centro comercial del Sur de la Isla y que siempre pide libre en su trabajo el día de esta rama para cumplir con la tradición en su pueblo. Es uno de los veteranos, y ya acumula 35 años cumpliendo con la caminata y los matos apoyados al hombro y levantados al cielo.

BAJADA DE LA RAMA DE SAN PEDRO Y SAN PABLO

BAJADA DE LA RAMA DE SAN PEDRO Y SAN PABLO / Juan Carlos Castro

La fiesta está garantizada, ya que los niños alcanzan un gran protagonismo. La muestra más clara está en que en esta fiesta se multiplican cada vez más las caracolas. Y que muchos de los que hacen sonar estos bucios son adolescentes. Por eso no es de extrañar la escena de una abuela con su nieto agarrado de la mano animándole a meterse entre el grueso de la expedición «para que huela el romero», al tiempo que arrancaba unas hojas de hierbas aromáticas para dárselas al pequeño.

A los pies del macizo de Tamadaba se dan igualmente curiosos encuentros. Es el caso de unos vascos de origen, ahora adoptivos de Gran Canaria, que hablan sobre sus pueblos gracias a la mediación de un tercero para que se encontraran. La nostalgia quedó atrás, y ahora disfrutan de la tierra que les ha acogido, y que les hizo incluso dejarse algunas lágrimas por la acogida familiar recibida.

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