ANÁLISIS

González Sosa, el cronista en su calle

El periodista, cuyo funeral tiene lugar esta tarde, adquirió en 1980 el compromiso de divulgar la historia de su ciudad natal

Pedro González Sosa, en una imagen reciente junto al alcalde Pedro Rodríguez

Pedro González Sosa, en una imagen reciente junto al alcalde Pedro Rodríguez / LP/DLP

José A. Luján Henríquez

Cuando el Regidor de la Corte, al aceptar la propuesta de la Real Audiencia de Canarias, establece en 1813 la vara de Justicia en Guía como cabeza de Partido Judicial, convierte a esta Ciudad en una clara referencia de la comarca norte de Gran Canaria. A este Partido quedan adscritos los municipios que van desde Mogán a Arucas y, entre ellos, el municipio cumbrero de Artenara. Arriba, en mi pequeño pueblo, los hombres recios, los labradores y ganaderos que a veces litigan por propiedades y herencias, por linderos de fincas y por las aguas, antes de proceder a la ligera, se advertían mirándose a los ojos: «Si no te avienes a razones, nos vemos en Guía». Guía, pues, está alojada en mi primera memoria civil como una ciudad de respeto y asiento de la justicia, y donde se dirimen las conductas y el buen hacer de las gentes de nuestra comarca, siendo la ciudad que atesora la nominación de las cosas bien hechas.

A esta evocación personal se une el recuerdo más reciente de hace casi veinte años cuando el alcalde de Guía nos invitó a cumplir con la tarea de levantar un sincero testimonio del honor que la Corporación Municipal le hacía a su primer Cronista Oficial, don Pedro González Sosa.

Guía es la ciudad de las cosas bien hechas, y así se constata en el reconocimiento que ha hecho a sus hijos ilustres como es la difusión de las biografías de Luján Pérez, de Néstor Álamo, del canónigo Gordillo, o del periodista Santiago Betancort Brito.

Creo haber conocido a González-Sosa hace más de cincuenta años cuando, aun sin haberlo tratado personalmente, al filo de la medianoche escuchábamos su popular crónica radiofónica La noticia está en la calle que trataba sobre el acontecer de la ciudad y de la isla.

En 1980 fue nombrado Cronista Oficial de su ciudad natal. Con ello, adquiere el compromiso de indagar en archivos, hemerotecas, legajos y biografías para desvelar, sobre todo, los múltiples aspectos del pasado del municipio. Pedro González-Sosa llega, pues, al desempeño de la cronistía teniendo en su haber una honda vocación y una larga trayectoria en el mundo del periodismo. Tiene nuestro cronista un perfil en el que destaca la clara sensibilidad por el pasado, la defensa del patrimonio en todas sus vertientes y un firme compromiso con los valores y la identidad de la tierra.

Podríamos trazar, aunque sea someramente, los puentes y deslindes entre la función del periodista y la tarea del cronista oficial. El periodista escribe sobre el acontecer diario, en cambio, el cronista escribe básicamente la microhistoria de su pueblo y valora los hechos inmediatos que son los que han de conformar la historia integral de la localidad.

Desde la atalaya que nos ofrece su definitiva e inexorable ausencia, podemos observar la obra del cronista González-Sosa. Su dilatada trayectoria profesional se enaltece con las miles de páginas escritas sobre la historia local y su pertenencia a diversas instituciones académicas vinculadas a la investigación histórica. Desde su primer libro Contribución para una historia de Guía de Gran Canaria; las biografías de Luján Pérez y del Canónigo Gordillo; la fundación de las ermitas, capillas y altares de la Parroquia de Guía, o la historia de La máquina y el cultivo de la caña de azúcar, son una muestra de los variados temas abordados por el cronista.

Detrás de esas páginas hay muchas horas de dedicación y esfuerzo. En ellas late la inquietud del investigador por el rastreo de un dato en el tiempo. Ahí está escondida la soledad del cronista ante la página en blanco, tratando de fijar un acontecimiento del pasado o una biografía inédita antes de que el tiempo y la desmemoria las sepulten definitivamente.

Con el hechizo de la evocación y la magia de la literatura, algunos de estos personajes redivivos en la leyenda, se aprestaron a acompañar a Pedro en el día solemne de la rotulación de su calle.

El imaginero Luján dejó la gubia sobre el banco, entornó la puerta de su taller…y todo el friso familiar de mujeres e hijos, legítimos y naturales, llegaron en tropel a saludar a su cronista.

El Canónigo Gordillo abandona su estrado parlamentario y se suma al cortejo de amigos que baja por la calle principal de la Plaza…

Y los jornaleros, que han pasado el día bajo la canícula en el cultivo de la caña de azúcar, se limpian el sudor de su frente y se colocan en primera fila de la ceremonia civil.

Y Saint-Säens deja por un momento de peinar el teclado del órgano del templo parroquial y se ha sentado de incógnito entre nosotros.

Todos estos personajes de nuestra historia local e insular, en un juego imaginario del pasado y del presente, se suman al homenaje de quien es su padre espiritual…porque los ha rescatado del olvido.

Ahí está, pues, la obra de González-Sosa, con una prosa directa, sin artificios y sin retóricas, siendo consciente de que sus textos van a ser trabajados por los historiadores del futuro para recomponer la historia integral de la ciudad. Decía Azorín que el estilo es el hombre. Y Pedro González-Sosa, el hombre, es el reflejo de su escritura: directo, limpio en su mirada y preciso en las convicciones de compromiso con su ciudad.

Pedro estuvo en primera línea de trabajo cuando nos propusimos crear la asociación que aglutinara nuestros esfuerzos e ilusiones; participó, no sólo con su puntual colaboración, sino con su saber, en la edición del primer número de Crónicas de Canarias, que vio la luz en 2005. Pedro proyectó su vocación de cronista más allá de su frontera personal y a todos nos enriqueció con sus certeras aportaciones. Ahora, la treintena de colegas que conformamos la Junta de Cronistas Oficiales de Canarias, le damos el adiós definitivo. Con la nominación de una calle de su ciudad se cumple lo que decían los ciudadanos de Roma cuando escribían en mármol el nombre de sus hijos ilustres: «Non omnia moriar», ‘ya no moriré del todo’.

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