Crónicas de un rompesuelas

Molino cerrado, contento el asno

Una visita al más antiguo de la ciudad acabó en algo más que una decepción mayúscula

Es una construcción en ruinas que ni los okupas ocupan

Aspecto actual del molino.

Aspecto actual del molino. / Andrés Cruz

Fabio García

-¿Quieres visitar el molino más antiguo de Las Palmas? –me dijo un buen amigo hace unos días–, He leído tus crónicas, así que estoy seguro que te va a interesar.

Subimos a su coche y nos dirigimos al Guiniguada, mientras por el camino comenzó a contarme la historia del ingenio que íbamos a visitar:

- Está situado en la ladera de San Roque y es el último molino hidráulico de la Heredad de Vegueta.

- Entonces no debe ser muy viejo –pensé en voz alta.

- Todo lo contrario, data de principios del siglo XVII, de modo que es el más antiguo de la ciudad, a pesar de lo cual siguió funcionando hasta mediados de los años sesenta.

Mientras continuaba aleccionándome comencé a imaginarme la típica estampa de un molino con la característica rueda hidráulica movida por el agua de una acequia, ¡qué imagen más bucólica! –pensé–, ¿cómo es posible que no conozca esta joya de nuestro patrimonio?

- Era un molino harinero de unos setenta metros cuadrados –continuó– propiedad del Conde de la Vega Grande. Los más ancianos del barrio aún recuerdan el trasiego de carros trayendo costales de grano y llevándose el fruto de la molienda, pero acabó desierto en cuanto comenzó a ser más sencillo y barato comprar la harina en los supermercados.

Hablando del rey de Roma, tras pasar el hipermercado de la calle Bernardino Correa Viera tomamos la carretera que lleva a Tafira y paramos a la derecha, a unos quince metros antes de llegar a la entrada del Batán. Entre este último barrio y San Roque, en la margen izquierda del barranquillo homónimo, justo debajo de la calle Fragata, frente a la antigua Prisión Provincial, se esconde un pequeño parque.

A un lado había una edificación en ruinas cubierta por unos grafitis casi borrados por la lluvia y el sol. Aquella construcción no tenía puertas ni ventanas pero estaba llena de basura. Latas, botellas, plásticos, ropa sucia, un colchón putrefacto, olor a orina, excrementos y Dios sabe qué más, pero ningún rastro de vida, exceptuando algunas lagartijas que reptaban a sus anchas entre la inmundicia y la suciedad.

- ¿Dónde está el molino? –pregunté.

- Lo tienes justo delante de ti.

El molino data de principios del siglo XVII, de modo que es el más antiguo de la ciudad, a pesar de lo cual estuvo funcionando hasta mediados de los años 60

- Estás de broma, ¿verdad? –volví a preguntar.

- Ojalá –exclamó con tristeza y parafraseando la Canción a las ruinas de Itálica de Rodrigo Caro dijo:

- «Estos, Fabio, ¡ay dolor!, que ves ahora campos de soledad, mustio collado fueron un tiempo el molino del Batán», una construcción en ruinas que ni los okupas ocupan, pues ni tan siquiera los heroinómanos se dignan a entrar ahí dentro para drogarse.

Rodeamos el exterior del molino, examinando sus fachadas construidas con grandes bloques de piedra y cantería. Un minino, que pese a ser callejero no tenía aspecto de pasar hambre, hacía sospechar que allí habitaban numerosos inquilinos con los que se entretendría jugando al gato y al ratón. Por fuera conservaba su canal y la acequia y en el interior, entre la porquería, aún se apreciaba lo que debió haber sido el salón del molino y el cubo, así que intenté imaginar cuan bello y pintoresco debió haber sido aquel lugar cuando todavía no habían tapado el barranco.

-En cualquier otro lugar– dijo mi Virgilio en aquel descenso a los infiernos de la sinrazón–, un ingenio hidráulico con mucho menos valor histórico y etnográfico que este habría sido preservado y se conservaría casi intacto.

-¿Entonces cómo es posible que en menos de sesenta años haya quedado en este estado? –pregunté.

-Si buscas en internet ‘el molino del Batán’ encontrarás varias páginas de turismo rural que muestran diferentes ingenios hidráulicos que han sido acondicionados como museos etnográficos, casas rurales o restaurantes, pero respetando su integridad.

-¿Y por qué ha sucedido esto?

-Quizás haya que buscar la clave de todo en nuestro refranero, que cuenta con numerosos proverbios sobre molinos. Uno de ellos dice: ‘molino cerrado contento el asno’.

- Creo que lo estás interpretando mal –repliqué–, ese dicho se refiere a aquellos ingenios de tracción animal, los llamados molinos de burros, que consistían en una piedra en forma de rueda que esos pobres animales estaban obligados a arrastrar hasta la muerte por agotamiento, y según acabas de decir, este se movía por la acción del agua.

- Quien me has interpretado mal eres tú, porque no has captado mi ironía –aclaró mi amigo–, con lo de asnos no me refería a los que caminan sobre cuatro patas, sino a quienes lo hacen sobre dos.

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