Opinión | Risas y fiestas

El fondo

El fondo

El fondo / La Provincia.

Me gusta mucho Derry Girls, la serie irlandesa escrita por Lisa McGee para Chanel 4 entre 2018 y 2022. La serie tiene lugar en la ciudad de Derry, una ciudad de Irlanda del Norte, en los años 90, y sigue a un grupo de cuatro amigas adolescentes que son alumnas de un colegio católico femenino. Me gusta la serie por muchas razones: lo que me cautivó primero fue su retrato de una adolescencia que me parece muy bien tratada, pilla pero inocente, nada sexualizada por la mirada adulta y torpe y graciosa y ruinita y esperanzada como creo que hay pocas en la ficción audiovisual. Lo que más me interesa, sin embargo, o lo que más me sirve para entender ciertas cosas de la vida, es su manejo del «fondo», cómo el conflicto norirlandés puede leerse en las vidas de las protagonistas sin que ellas aludan a él de manera directa y profunda.

Podemos ver la serie de dos maneras: fijarnos solo en las vidas de las adolescentes, arrebatarles su contexto y quedarnos con la desnudez de las bromas. O asombrarnos ante el genial retrato de la Derry de los 90 que tenemos delante, contado a su vez de una manera que ilustra cómo vivimos las cosas antes de comprenderlas del todo: podemos entender el conflicto a través de pinceladas que nos permiten unir el puzle de la situación, a través de comentarios de los adultos, retazos de lo que se ve en la tele, prohibiciones y normas asentadísimas en las vidas de las niñas. El fondo no es solo un decorado y es un error entenderlo así.

Esto me hace pensar en muchas cosas. ¿Cómo crecemos ante nuestros propios fondos? ¿Se agudizan las situaciones al poner sobre la mesa que formamos parte de ellas? Quiero decir: los personajes de un relato no saben que viven en él, no se lo cuentan a sí mismos como una historia, más bien las historias contrastan con esa situación base desde la que se entiende el mundo, y, siguiendo esta lógica, aquello de lo que somos una pieza nos va a parecer «normal» la mayoría de las veces, un fondo inevitable que quizá no tiene mucho que ver con nosotras aunque se convierta en esas imágenes difusas en la tele, en esas condiciones de vida que parecen ser simplemente nuestra vida individual. No estoy diciendo que sea más fácil o mejor encender alarmas desde la extrañeza. Lo que quiero decir es que suele pasarnos lo de entender el contexto como un fondo. No conocer completamente cuánto nos afectan ciertas cosas aunque lo encarnemos, aunque lo suframos, aunque nos sintamos encerradas en ello.

Esto, supongo, es a veces causa de cierta tibieza política y social, de crecer con cierto desapego de lo que tenemos alrededor porque nos ha anestesiado entender que el mundo es así y punto. Yo lo siento cuando paseo por algunos lugares de mi adolescencia y me viene esa euforia pasada de estar por ahí de fiesta y chachuleo, y mi yo presente me para y me dice no, oye, aquí están pasando cosas y tienes que mirar más allá de tu vida para ver tu vida de verdad, para ver de verdad tus alrededores y las situaciones como son. La hiperturistificación de las islas se nos ha enseñado siempre como inevitable y necesaria, y qué dolor descubrir que para comprender lo que nos destroza tenemos que descomponer gran parte de nuestra educación, de lo que supimos al ir creciendo, de lo que aprendimos para ser piezas de esa narrativa terrible.

En la ficción, este tema del fondo es un recurso poderosísimo. Hacer que los personajes no miren es la mejor forma de señalar. Escribir, por ejemplo, un cuento sobre una casa encantada en la que las personas que la habitan actúan con la rareza de la casa es una forma asegurada de dar miedo. En la realidad, bueno. Es tan difícil lidiar con la desinformación, con lo normalizado y la narrativa que anda sola, con una estructura económica que no nos tiene en cuenta, con un modelo que ni funciona bien ni es justo y está en todas partes y parece reírse en nuestras caras.

No sé muy bien cuál es la mejor salida, pero supongo que buscarla es un poco encontrarla. Buscar información a través de fuentes que no traten el problema como un fondo. Escrutar nuestro entorno y verlo enseguida claro, clarísimo. Construirnos otras narrativas en las que la cuestión no se escuche susurrante, en las que conectemos esas historias que es tan peligroso entender como individuales con lo que nos está pasando y nos ha pasado. Contar las viviendas vacacionales que hay en nuestra zona y asustarnos, por ejemplo. Poner nombre, consecuencias a los números. Sé que estamos en ello. Sé que se van a llenar las calles.

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