Opinión | Contexto

Juanjo Pérez Estévez

Las adicciones en Canarias

El verano eleva las adicciones y las conductas de riesgo con las drogas.

El verano eleva las adicciones y las conductas de riesgo con las drogas.

Desde la Aecad (Asociación de Entidades Canarias de Adicciones), red compuesta por siete ONG canarias con más de 400 profesionales y voluntarios, que el año pasado atendió en el Archipiélago a más de 11.700 personas en sus servicios de tratamiento, y que a través de programas de prevención llegó a más de 40.000 (la gran mayoría jóvenes en edad escolar), queremos compartir una serie de reflexiones y reivindicaciones en el Día Internacional de la Lucha contra el Uso Indebido y el Tráfico Ilícito de Drogas. Desgraciadamente la primera cuestión señala que los números de nuestras atenciones han subido. Lo han hecho además especialmente entre las mujeres, que representan ya más del 20% de nuestras pacientes. Esto sucede entre otros motivos porque, al menos, conseguimos ir superando ciertos tabúes para que puedan solicitar ayuda, sabiendo que lo tienen mucho más difícil por el doble estigma y la presión social en un ámbito muy masculinizado. En las adicciones, las consecuencias y los riesgos no son iguales si eres mujer que si eres hombre. Ya casi el 40% de las personas en tratamiento tienen menos de 35 años. La heroína y la cocaína (30 y 23% respectivamente), seguidas del alcohol (si la estudiamos en combinación con otras sustancias sería la primera) y el cannabis (16% y 13%), son las sustancias principales de consumo entre las personas usuarias. En porcentajes pequeños pero habiendo crecido estos años, la categoría relativa a abuso de benzodiacepinas, ansiolíticos y otros psicofármacos es ya el motivo principal de tratamiento de unas 600 personas. Ocurre lo mismo, incluso en mayor cantidad, en el tratamiento por adicciones conductuales o sin sustancia (como el juego patológico o las tecnoadicciones, representando el 7%).

La sensación general entre quienes forman parte de esta labor es de cierta cronificación. En parte también de olvido respecto a priorizar la prevención y el abordaje de estas problemáticas por parte de las administraciones. Por extensión, el olvido ocurre en el conjunto de la sociedad. En las décadas de los ochenta y los noventa, la droga o el VIH eran algunas de las principales preocupaciones de la población en cualquier encuesta. Veníamos de la irrupción del sida como enfermedad incurable hasta la llegada años más tarde de los retrovirales, y de la «epidemia» de heroína y como esta destrozó a una generación de jóvenes y familias. La prevención formaba parte de nuestro día a día porque lo veíamos en la calle, en personas cercanas, amigos, vecinos, familia... Formaba parte de nuestros conocimientos como jóvenes y nos enfrentamos seguramente a un menor porcentaje de bulos e intoxicación en las inexistentes redes sociales digitales, que han traído desde la ignorancia nuevos estigmas hacia personas drogodependientes o seropositivas. Hoy día, si a cualquier persona de entre 15 y 25 años le cuestionáramos sobre aspectos relacionados con la heroína u otras drogas duras, o por las formas de contagio de enfermedades de transmisión sexual, nos sorprendería enormemente el nivel de desconocimiento generalizado. Esta «bajada de guardia» es responsabilidad de todos y todas, un reto compartido que hoy día lamentablemente no forma parte de las prioridades de la agenda pública. Si además unimos la relación de estos fenómenos con otros nuevos como, por citar solo unos ejemplos, las tecnoadicciones, los usos no responsables de las TIC o la violencia sexual asociada a la accesibilidad a la pornografía en edades tempranas, podemos darnos cuenta de la magnitud de estos desafíos.

Nuestra mirada debe ser holística, integral y biopsicosocial, porque entendemos que las adicciones y sus problemáticas relacionadas no pueden abordarse sólo desde un paradigma médico, farmacológico o de alguna otra disciplina específica y desconectada. La mayoría de las personas con las que trabajamos presentan una historia de vida donde la adicción es sobre todo un síntoma. Ayudar a una persona a rehabilitarse en una comunidad terapéutica sin después poder proporcionarle oportunidades de habitabilidad, empleo, independencia económica… es poner un parche en un problema que no dejará de repetirse. La exclusión social en Canarias no puede abordarse solo de manera parcelada, tampoco las adicciones o la salud mental.

Por todo ello desde la Aecad creemos y reivindicamos al gobierno autónomo que es una prioridad trabajar ya en la redacción participativa y ambiciosa del nuevo Plan de Adicciones de Canarias. Se trataría de la quinta versión y debería estar vigente en el próximo mes de enero. Además de respetar los plazos, los planes de adicciones no pueden convertirse simplemente en trámites a cumplir porque así lo marca la ley. Deben ser documentos participativos, nacidos desde la experiencia y conocimientos de las personas profesionales, voluntarias y usuarias de estos servicios. Desde esa mirada integral, debe ser precisamente eso, un Plan con mayúsculas, con una hoja de ruta con objetivos, acciones, indicadores y una ficha financiera en cada caso. Esa financiación es muy mejorable desde nuevos modelos de colaboración con el tercer sector, desde una disposición multianual que genere certidumbre, dignidad y confianza a quienes libran esta batalla. Debe incluir el desarrollo de una estrategia de investigación propia que nos ayude a entender mejor (y por tanto a actuar) la cronificación entre generaciones de conductas y procesos de exclusión en nuestra tierra. Debe también proponer una planificación más eficiente de los recursos de la red de adicciones, su disposición, su equilibrio, la medición de su evolución y eficacia, su especialización y otros factores que maximicen la respuesta a esas necesidades, como por ejemplo la apuesta por recursos híbridos o transversales (precisamente para no parcelar la atención de problemas interrelacionados). Puede ser ambicioso y desarrollar una apuesta innovadora en acciones y campañas de impacto para la prevención, desde el enfoque de gestión de placeres, riesgos y daños, abordando nuevos fenómenos por desgracia estigmatizados como el chemsex, así como todo el universo de conceptos asociados a los abusos y malos usos de las tecnologías. Esa apuesta innovadora puede inspirarse en modelos como el caso islandés, y en diseñar a la vez espacios de ocio saludables, atractivos y accesibles para la juventud. Contaría en su núcleo con una estrategia coordinada con los recursos de salud mental desde la base, siendo urgente que también en esa base la violencia sexual y la violencia de género sean entendidas como factores directos en la feminización de muchos problemas de adicción hoy día invisibilizados. También puede contener una estrategia concreta, basada en los principios de la justicia restaurativa, para el abordaje de la realidad de las adicciones en los ámbitos penitenciarios y en el trabajo con las personas privadas de libertad. En definitiva, este nuevo plan debe ser un verdadero Pacto de todas las instituciones políticas y sociales por la prevención y el tratamiento de las adicciones en Canarias (y parte a su vez de un Plan mayor de lucha contra la exclusión social)… sin colores, sin estrategias parciales, sin intereses partidistas, sin usos electoralistas de los datos o del sufrimiento de tantas personas y familias…

Es obvio que ya llegamos tarde, por eso es urgente comprometernos a superar la maraña administrativa y competencial (entre gobierno autónomo, cabildos y ayuntamientos los planes de adicciones y sus actuaciones se prestan a mayor confusión y desconocimiento entre la ciudadanía), y a impulsar la que debe ser la carta fundacional de la estrategia para luchar contra las adicciones y la exclusión social en nuestra comunidad.