Opinión | Retiro lo escrito

A muerte

Paulino Rivero en una imagen de archivo en el despacho presidencial del CD Tenerife SAD.

Paulino Rivero en una imagen de archivo en el despacho presidencial del CD Tenerife SAD. / Jorge Dávila

A mí todavía me impresionan mucho estas cosas. Paulino Rivero, que fue presidente del Gobierno de Canarias además de alcalde de El Sauzal, lo ha proclamado solemnemente: «Al CD Tenerife hay que defenderlo a muerte, por encima de cualquier cosa». Sin duda la retórica deportiva se ha acercado más a la verborrea política que lo contrario: como ocurre en el fútbol, la actividad política, la política que se ofrece como espectáculo, es básicamente sentimentalidad, cuando no sentimentalismo de la más baja estofa. Yo creo, sin embargo, que es ahora la política la que arrastra al deporte de competición –y sobre todo al fútbol, el gran negocio material y simbólico del mercado deportivo– al cachanchanismo patriotero, a la exageración caricaturesca, a la tontería llorona o sonriente. Defenderlo a muerte, dice Paulino. ¿Pero, defenderlo, ante quién? Bueno, en este caso, al parecer, ante su principal propietario y coartífice, junto a Miguel Concepción, de la actual estructura de poder de la sociedad, incluyendo el consejo de administración que preside Rivero. Se puede deducir que, en cierta forma, Paulino Rivero se ha visto abocado a defender al CD Tenerife de Paulino Rivero.

Pero lo que más me asombra del presidente y expresidente es la confesión de que lo más que le ha interesado siempre es el CD Tenerife. No ahora, eh, sino siempre. «A lo largo de mi trayectoria ha habido algo en lo que he sido muy contundente, que es la defensa del Tenerife. Y no solamente con palabras, sino con hechos. He demostrado, con acciones, que he estado siempre al lado del Tenerife. Para mí el Tenerife es lo más importante». Ningún otro presidente canario ha estado ocho años ininterrumpidos al frente del Gobierno autonómico. Incluso intentó, y casi le salió la jugada, postularse por otros cuatro, un tercer mandato. Pues bien, durante esos ocho años, ahora lo sabemos, lo que consumía sus mayores energías, angustias y desvelos era el CD Tenerife. Quizás ahora puedan entenderse ciertos déficits, quizás no, pero es imposible no sentir admiración por un adhesión tan inquebrantable. Te estalla una crisis financiera mundial en 2008, debes recortar gasto público salvajemente, no queda más remedio que cerrar quirófanos por la tarde y darle desayunos a miles de escolares al mediodía y, sin embargo, a finales de la temporada 2008/2009, el equipo sube a Primera División. ¿Causalidad o Paulino? Quizás se les antoje excesivo, pero me imagino a Rivero podando los presupuestos o soportando los silencios polisémicos de José Miguel Pérez (ese hombre que tras 15 días de militancia fue elegido secretario general del PSOE de Gran Canaria, y lo que vino después) y pensando en ese mismo momento vertiginoso en los estilos y capacidades de Sergio Aragoneses, Alfaro, Ezequiel Luna, Richi, Kome, Richi, Cendrós, Juanlu Hens o Saizar. Hay que reconocerlo: a la gran mayoría nos hubiera estallado la cabeza. Pero a Paulino no. Sin duda quería conservarla para poder convertirse un día en el presidente del Club Deportivo Tenerife. Dicen las malas lenguas que fue una promesa de Miguel Concepción a su viejo amigo, pero descreo de semejantes insidias. Concepción, que es un hombre lúcido y meditativo, llegó a la conclusión de que lo mejor para el CD Tenerife es que lo presidiera Paulino Rivero. No me extrañaría que, en su momento, Concepción haya examinado previamente cientos de perfiles. Ninguno como Rivero.

Antes de acabar el último párrafo me apresuro a aclarar lo obvio: no sé nada de fútbol, y no solo eso, sino que me cuesta imaginar el entusiasmo que suscita un equipo, cuando los clubes ya son jurídica y financieramente empresas con una lógica corporativa insoslayable. Rivero, como todos los presidentes, quiere vender sentimientos para mantener el chiringo abierto. Los que están ahí dentro llevan marujeando veinte años y solo ofrecen escandaletes, torpezas, desvergüenzas, escepticismo, chismes y fracasos deportivos. Una ganga. A muerte.

Suscríbete para seguir leyendo