Opinión | Canarismos

La verdad ofende

La verdad ofende

La verdad ofende / La Provincia

Este decir de uso común en las islas, aunque de origen incierto, ha pasado a formar parte del repertorio fraseológico popular. Se emplea para aconsejar (o censurar) que conviene ser prudentes a la hora de sincerarse con los demás y no decir todo lo que se piensa ni todo lo que se sabe, pues se corre el riesgo de herir la sensibilidad o el orgullo de nuestro colocutor cuando lo que se dice le afecta directamente.

Cuando la respuesta o actitud del sujeto muestra susceptibilidad o reacciona de modo desproporcionado, la frase cobra el valor de censura o reproche a quien se muestra así de pejiguera. La máxima «la verdad ofende» puede interpretarse como un intento de postular contra la franqueza y trata de hacer valer el respeto hacia el prójimo que puede verse ofendido al ser declarada la verdad.

Verdad que, aunque conocida por el sujeto al que se refiere y de cuya difusión puede verse perjudicado, se prefiere ignorar para evitar vergüenza o agravio. Se sitúa semánticamente en la periferia de aquella otra expresión, genuinamente isleña, que dice: «Si le digo, le engaño», en la que el dicente prefiere guardar silencio a decir algo inexacto por desconocimiento sobre lo que se le pregunta. Porque ya se sabe que para engañar no hace falta mentir de manera flagrante, sino que basta decir verdades a medias o medias verdades. Sin embargo, este registro no constituye una invitación a la mentira, sino la constatación de un hecho: los efectos que puede provocar escuchar una verdad que nos compromete si esta se difunde públicamente. Y aquí viene a colación otro refrán que alude a tales efectos en el interlocutor: «El que se pica porque ajos come» que tiene el valor significante de recriminar o contestar a quien se siente aludido por una crítica más o menos velada o explícita que alguien expresa en su presencia.

Como antecedente más remoto y fundamento de esta lectura localizamos el aforismo latino que dice: Est bonitas vere, quae sunt celanda tacere («No todo es para ser dicho, ni todo para ser callado») que en parecidos términos documenta Cervantes como: «No todas las verdades han de salir en público, ni a los ojos de todos» [porque «las verdades de las culpas cometidas en secreto, nadie ha de ser osado de sacarlas en público, especialmente las de los reyes y príncipes que nos gobiernan» (PS, I-XIV)].

Se dice desde antiguo que el hombre prudente sabe cuando revelar la verdad y cuando guardarla, pues de todos es sabido (es dominio común de comerciantes, políticos y enamorados) que la verdad dulcificada se traga mejor que la verdad a secas. De modo que decir la verdad sin cortapisas, en toda su crudeza, es un privilegio del que pocos pueden gozar porque, como se suele decir: «La verdad ofende», sobre todo a aquellos a los que se refiere. Por ello, pocas veces podemos pregonar la verdad tal cual, la verdad desnuda, y tenemos que adornarla, disfrazarla. Visto así, hay quienes consideran que este modo de ocultar la verdad, de exponer las cosas de manera más o menos solapada, más que un vicio, puede ser considerado una virtud, un arte de adornar las palabras que, dichas en toda su crudeza, pueden resultar hirientes.

El mismo registro lo podemos escuchar también en forma negativa («la verdad no ofende»); esta variante debe referirse —creemos— a que cuando se desvela la verdad sobre algo o alguien, esta «no debería ofender». Pero lo cierto es que, la mayor parte de las veces, cuando se revelan o pregonan aspectos negativos, aunque sean ciertos, no son agradables de escuchar de boca de otros, aunque sea «una verdad como un templo» (que es un modo hiperbólico de expresar que lo que se ha dicho es una gran verdad, absolutamente cierto) porque «la verdad ofende».