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El plasma que envenena los sueños

El plasma que envenena los sueños

El plasma que envenena los sueños / La Provincia

El Gobierno da luz verde a la nueva Ley digital del menor. En ella se insta a los pediatras a que informen de los posibles desajustes mentales relacionados con la excesiva conexión a móviles y plataformas digitales. Ya hace tiempo que expertos en Psicología, Psiquiatría y Medicina familiar habían alertado a las familias, educadores y población general de que una conexión diaria a móviles e internet por más de cuatro horas se consideraba una adicción susceptible de tratamiento del mismo calibre que la adicción a las drogas o el alcohol. Cocaína digital. Coincide con el aumento, en nuestra comunidad autónoma, de casos en niños y adolescentes con problemas que afectan a la salud mental. Los medios digitales, las redes que cautivan a esta población de forma que un estudio de la Universidad de Balamand en el Líbano observó una clara tendencia a la frivolización y el autodiagnóstico. «La narrativa romántica de la enfermedad mental atrae seguidores y provee de una falsa autoestima y empoderamiento», concluye el estudio. Entre los adolescentes se normaliza y glorifica la tristeza. Otra manera de ser populares en la comunidad on line. Investigadores de la Universidad de Cornell, con 30 años de estudio en redes, defienden que la tristeza «es un estado mental predeterminado en internet». Hablan de «tristeza melancólica» o «tristeza organizada». De esta situación riesgosa nadie, ni siquiera algún miembro de la familia, le aconseja que consulten a un especialista, psicólogo o psiquiatra. En Canarias, recientemente, el Gobierno ha implantado un programa de detección de posibles síntomas que afectan a la salud mental en los centros de enseñanza al comprobar, no solo el aumento de casos, sino que a partir del año 2010 uno de cada diez niños y adolescentes desarrollaron algún trastorno mental y que el suicidio aumentó en un 32%. Son los miembros de la generación Z nacidos a partir del año 1996 los que arrojan estos porcentajes de ansiedad y depresión más alto que cualquier otra generación de la historia. Precisamente los que tienen más acceso a móviles, mensajes e imágenes de plataformas digitales. Hay denuncias e informes fidedignos que hablan de que unos 46.000 adolescentes se suicidaron en el mundo a consecuencia de imágenes vistas en Facebook o Instagram. Trabajadores de estas redes afirman que no se quiso informar de sus efectos nocivos para no perder la cuota de mercado, o sea, el negocio. Se cuentan casos en todo el mundo de chicas y chicos, niños y jóvenes que se quitan la vida después de consultar en Internet y preguntar a influencers, una plaga que rodea al planeta, si debían o no hacerlo. A esto se añaden los miles de programas basura de la televisión que, además de romper el diálogo familiar, expanden imágenes y comentarios nocivos de personajes que tienden a imitar a niños y adolescentes. Un minuto y poco más de gloria que puede terminar en tragedia. No existen medidas milagrosas, pero cada vez más urge que los padres controlen el uso de móviles y otros instrumentos de alta tecnología y que, por ejemplo, no cedan a la moda y petición reiterada de un hijo o hija de edades muy tempranas de que le compren o regalen un móvil por el cumpleaños o la Primera Comunión. Ya hay centros públicos de comunidades autónomas cuya dirección y profesorado han prohibido el uso de los móviles en alumnos de Primaria y Secundaria. Pero debe cundir el ejemplo en el hogar. Hay padres que permiten la visión compulsiva de sus hijos en las comidas y son ellos mismos los que se acuestan y se despiertan por el soniquete de un plasma que han colocado, activado, encima de la mesa de noche. Se debe intentar y hacer que los niños vuelvan a un pasado venturoso, aire libre, naturaleza, que escuchen el canto de los pájaros, el olor del perfume de las flores, el sonido del viento, las noches estrelladas que, obvio la iluminación de ciudades y pueblos, impiden ver. Porque la conexión a tanta tecnología les resta tiempo para jugar, estar con los otros o simplemente, soñar.