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Marine Le Pen vota en las legislativas de Francia 2024

Marine Le Pen vota en las legislativas de Francia 2024 / MARINE LE PEN / X

Mientras espero con fascinado temor los resultados de las elecciones legislativas en Francia recuerdo el manual de instrucciones de Francois Miterrand que Pedro Sánchez ha imitado en las últimas semanas. Mientras, por un lado, el presidente de la República cursaba órdenes para que los servicios secretos franceses volaran por los aires una embarcación ecologista, por otro no se le caía de la boca la expresión Frente Nacional. Cuando Mitterrand ascendió al poder el FN apenas llegaba al 3% del voto emitido. En la campaña de las legislativas de 1986 el líder socialista se quedó ronco mencionando una y otra vez al diminuto partido del exparacaidista Jean Marie Le Pen. Esta astucia tenía un objetivo obvio: fragmentar el voto de las derechas francesas. Y en parte lo consiguió. Las derechas unidas de Giscard y Chirac, con Simone Weill encabezando la lista, se alzaron con un 44% de los votos, pero el Frente Nacional se vio impulsado casi al 10 % (en Marsella consiguió, ya entonces, un 22% de los sufragios). Miterrand repetiría este recurso más adelante y lo imitarían varios dirigentes socialistas. El Frente se pasó más de veinte años rondando entre el 9% y el 12% del voto y fue naturalizado por el sistema político. El presidente Sánchez ha jugado al mismo juego mencionando en sede parlamentaria las tres cabezas de la reacción francopantana (el PP, Vox y Alvise) buscando el mismo efecto. Es un juego peligroso. El payasete de Telegram no le ha quitado votos ni al PP ni a Vox: ha encontrado su propio nicho. Y el trasvase de votos de los conservadores a los de Santiago Abascal no hace más que aminorarse elección tras elección. La derecha y las ultraderechas crecen simultáneamente.

El Frente Nacional pasó por su propia crisis y metamorfosis. La hija y heredera de Le Pen, Marine, fue la encargada de desdiabolizar el partido, incluyendo a su propio padre, expulsado finalmente de la organización. Varias plataformas y partidetes se sumaron al proyecto y así nació Agrupación Nacional, que rechaza ser caracterizada como una fuerza ultraderechista. Marine Le Pen define su partido como una «derecha radical». ¿Quién sería entonces la ultraderecha? Sin duda un perverso chiflado, Éric Zemmour, quien agavilla en su chiringuito a ultras tradicionales, católicos integristas y bestezuelas neonazis cuya misión básica es «impedir el suicidio de Francia», es decir, desmontar la república democrática piedra a piedra. Le Pen deberá cortejar el voto de los seguidores de Zemmour – tal vez entre un 5 y un 7% del censo -- para conseguir mayoría absoluta en la segunda vuelta. Las izquierdas y el declinante centrismo macronista deberían llegar a un acuerdo electoral circunscripción por circunscripción. Aun así no lo tienen claro. El partido-corbata de Macron se esfuma. Y el programa del Nuevo Frente Popular es espeluznante. Izquierdas y macronistas coinciden en que no se debe hacer nada esencialmente distinto, salvo resistir a los ultras. Y así no podrán resistirlos.

Porque en esta hora cada minuto más oscura, en la que los valores de la revolución de 1789, fundamento básico de las modernas democracias representativas, parecen a punto de subvertirse, los demócratas de izquierda, derecha y centro siguen sin entender nada. Todos los esfuerzos hermenéuticos se centran (incluso con cierta desesperación) en evitar reconocer lo obvio: son los electores los que votan a la ultraderecha porque quieren que gobierne la ultraderecha. Para orillar una evidencia tan angustiosa se improvisan cientos de tesis: la gente no sabe lo que es la ultraderecha, la ultraderecha miente sobre sí misma, no son los ciudadanos, sino las élites políticas, las que abandonan la democracia. Lo que sea con tal de no ver lo que está ocurriendo y preguntarse, con valor político y honestidad intelectual, por las razones por las que ocurre esto en Europa, en Francia, en la patria democrática de los ciudadanos libres y los derechos humanos.

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