Opinión | Retiro lo escrito

Un descaro sobrenatural

El ministro de Política Territorial y Memoria Democrática, Ángel Víctor Torres, en una imagen de archivo.

El ministro de Política Territorial y Memoria Democrática, Ángel Víctor Torres, en una imagen de archivo. / EP

Ya he escrito una y otra vez para solaz de mis escasos lectores que agradezco que mi capacidad de asombro siga intacta. Yo veo lo que está haciendo el Tribunal Constitucional con la sentencia sobre los ERE, y la particularísima hermenéutica del PSOE sobre la misma, que incluye la portentosa afirmación de que Moreno Bonilla ha llegado a ser presidente de Andalucía gracias a un lawfare en el que participaron (cámbate) media docena de juzgados de instrucción, una Audiencia Provincial y el Tribunal Supremo. Antes el PSOE jamás cuestionó la corrección de los procesos, aunque lamentara o criticara las penas. Estoy en deuda con la Providencia por haber nacido en estos tiempos donde el material para las columnas es infinito. Pero también creo que este raro tiempo en el que se ha desintegrado la actualidad –los asuntos se precipitan a tal velocidad que paradójicamente solo existen pasado y futuro– confunden a muchos colegas porque, además, hemos perdido sustancialmente nuestra capacidad de indagación. Ya no preguntamos o, lo que es peor: ya no nos responden y nos resignamos inmediatamente.

Volviendo al asunto de los últimos días: Ángel Víctor Torres jamás ha explicado las razones por las que destituyó a Teresa Cruz (como no ha explicado tantas cosas). Eso sí: el señor ministro está dispuesto a acudir a cualquier sitio para solemnemente no explicar nada, siempre desde una educación exquisita. Otro matiz: el acoso político que, según refirió la exconsejera de Sanidad, sufrió por parte de Román Rodríguez, por entonces vicepresidente de Gobierno, tiene unos matices machistas evidentes que en ningún momento pueden ni deben ser soslayados. Yo entiendo que los varones de Varón Dandy que jamás han recibido un trato sexista menosprecien esos matices, pero tampoco cabe hacerles mucho caso. El hecho de que en el fondo lo que existiera fuera una disputa sobre el control del Servicio Canario de Salud no excluye que en la descalificación de Cruz no se utilizaran actitudes y retóricas misóginas. Rodríguez ofreció pruebas de esa inclinación con algunas diputadas en la anterior legislatura, muy notablemente con Vidina Espino. Mientras la diputada grancanaria le exigía una actitud respetuosa Rodríguez hacía ostensibles aspavientos y se ponía a escrutar la pantalla de su móvil, sin atender la intervención ni medio segundo. Una grosería que ninguna de sus señorías de la izquierda se atrevió a afearle.

El presidente –y hoy ministro– Torres cesó a una consejera que estaba siendo sometida a presiones sistemáticas por parte de un socio de gobierno. Y era la consejera de Sanidad y fue destituida cuando Canarias –como España– atravesaba su peor crisis sanitaria desde la posguerra civil. El secretario general del PSOE no demostró precisamente ni valor político ni firmeza de criterio. Rodríguez jamás se hubiera atrevido a romper el gobierno. Y Teresa Cruz salió para, aprovechando políticamente el infierno de la pandemia, meter en el Servicio Canario de Salud en pocos meses a Conrado Domínguez, que casualmente estaba ya por ahí. El mismo Domínguez que ha terminado procesado por el caso Mascarillas. Mira que tuvieron que dar vueltas las cosas para que Don Conrado recuperase su sillón en el SCS. Una guerra de guerrillas en ciertos pasillos y salas del Gobierno, una destitución fulminante y sin explicaciones públicas, un montón de cambios provisionales en la consejería de Sanidad que desembocaron en un consejero infinitamente bueno de boca en lo material y en lo metafórico. A través de todas estas circunstancias y trampantojos es como desembarcó finalmente Domínguez en la tierra prometida –aunque ya se había encargado de compras y contratos en el seno del oscuro Comité Sanitario– y por eso es tan asombroso que Torres insista en que no tienen ninguna responsabilidad política de lo ocurrido. La tiene toda. Absolutamente toda. Pero algo tan obvio es enmascarado semánticamente una y otra vez con un descaro casi sobrenatural.

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