Opinión | Aula sin muros

El sonido de los dioses

Alumnos de la Escuela Municipal de Música de San Bartolome de Tirajana.

Alumnos de la Escuela Municipal de Música de San Bartolome de Tirajana. / LP/DLP

Lo de festejar el Día mundial de la Música en el mes de junio fue idea en el año 1982 del ministro francés Jack Lang con el fin de unir la noche más corta del año con la música. Resulta que el Homo sapiens, en algún momento de la historia, cansado de su andar errante se asentó en una zona cerca de los ríos, inventó la agricultura, construyó las primeras aldeas y a alguien se le ocurrió tocar algo parecido a un tambor y soplar a través de una caña. Asombrado (el asombro, una cualidad que propicia el descubrimiento, la creatividad y la inteligencia), le gustó como sonaba, abrió unos agujeros e inventó la música. Aunque ya antes se había detenido a escuchar el ruido sonoro del viento entre los matos y el del agua al desplomarse en cascadas sobre los ríos. Andando siglos de evolución y trashumancia humana se fue poblando la tierra y los griegos, padres de todo lo bueno que hoy entendemos como civilización occidental, inventaron la melodía como arte, salvación y purificación y la atribuyeron al mítico Orfeo, hijo de Eagro, al que Píndaro llamó el «padre de los cantos». Sin duda que conocía a Ulises en su andar por el Ponto y el peligroso Egeo en donde se extasiaba escuchando el dulce y sugestivo canto de las sirenas y así se dormía, descansando en un islote, en brazos de la diosa. En pleno medievo Tomas de Aquino hablaba de la música como estética, movimiento, belleza y las virtudes que guían y conducen las almas. La música, motivo de transcendencia divina. Así lo entendieron los monjes que recogieron y ejecutaron las notas de un nuevo pentagrama, motivo de revelación y «caída del caballo» del filósofo Bertrand Russel que le hizo dudar de su ateísmo y acercarse al catolicismo al entrar en la catedral de Notre Dame de París y escuchar de los monjes el canto coral del austero gregoriano. Está probado que la música eleva el nivel de serotonina en el cerebro y que hay melodías para diferentes situaciones que evocan momentos gratos y no tanto, pero que se viven con la melancolía que atenaza a las almas solitarias. Levanta el ánimo de los deprimidos. Lo que la Psicología y la Química afirman hoy de las moléculas cerebrales que, por la música, aportan bienestar y colaboran a una buena salud mental. Sabían de amores melodiosos los antiguos trovadores que se paraban delante de los castillos, cantando y tocando el laúd (un invento que los árabes, junto a la higiene del cuerpo, trajeron a Al Ándalus) delante de los castillos esperando la repuesta de alguna aristócrata asomada a los ventanales o almenas. Como las damiselas no solían hacerles maldito caso se dedicaron a andar por los caminos y aldeas cantando y tocando a cambio de un mendrugo y una marmita de sopa. De ahí el dicho de «la sopa boba». En estos apasionados troveros está el origen de los tunos universitarios. Andaban de residencia en residencia o colegio mayor, de lo que soy testigo y modesto actor, parados ante balcones, arrebujados en las capas, sin miedo al pelete, ofrecían serenatas a las pibas de las que esperaban se asomaran y les regalaran una cinta bordada con un mensaje de amor. Igual que los antiguos tocadores que rondaban a las muchachas, junto a las ventanas o en los patios de flores, enredaderas y armados de parra. Porque todo enamorado es un fiel merodeador. La radio se sumaba a la moda de románticos serenateros y había programas, como el nocturno La Ronda, emitido por Radio Atlántico en la capital que dedicaba canciones con las que se dormían las mujeres si no las atormentaba el barrenillo de sus enamorados. En la plaza de Garibaldi de ciudad de Méjico hay un tropel de mariachis que, por unos pesos, los hombres pagan el canto de un bolero o ranchera a sus novias o amantes. Los ricos los contratan por cantar, en los jardines de la casa, a sus mujeres, novias o hijas, a cambio de una buena cantidad de pesos, comilona y tequila a discreción. Hoy lo hacen los músicos callejeros cuyo origen moderno se encuentra en los que cantaban, acompañados de una guitarra, en los metros de Londres de donde surgió el género musical underground. A pie de calle se dio el caso del experimento sociológico en Nueva York en el que un violinista tocaba una sonata de violín. Los transeúntes pasaban sin apenas mirar, alguno depositaba unas monedas, pero nadie se percató de que, el instrumento era nada menos que un Stradivarius. Pero las serenatas no son nuevas. Pitágoras despertaba a sus discípulos por las mañanas con las cuerdas de la lira. También utilizaba distintas melodías para sanar y para aliviar los males de los que estaban aquejados por una enfermedad somática y aconsejaba entonar «cantos guerreros» antes de la batalla. Hay un instrumento milenario alabado por Gustav Holst en su Sinfonía de los planetas, una suite orquestal dedicada a los siete planetas a una velocidad y ritmo como el que expresaron los griegos que se extendía a través del sonido de la lira. En Ulises, que al responder a la pregunta y la admiración por lo bien que la tañía respondió «que no era él sino el dios Apolo que la puso en su mente, origen de toda armonía visible e invisible que engendra a las musas». La música siempre estuvo presente en la vida de los griegos. Platón, acerca de la armonía, hablaba de que «introduce el vínculo, la amistad y la unión con el universo». El mismo dios Dionisos se hacía acompañar de una corte de sátiros (criaturas mitad hombres, mitad carneros) y ménades, mujeres salvajes en constante estado de trance por efecto del vino y la música. En los banquetes se comía, se bebía, sin freno, se bailaba y se escuchaban melodías interpretadas por coros, tamboriles y mujeres esclavas o prostitutas flautistas. La flauta, de la que Max Weber escribe que antes de ser un instrumento de Dionisos fue el de la madre de los dioses. Canto y ritmo y su relación mental y emocional entre las Matemáticas, la Música y la Filosofía. Una y otra como la Política, la Ética y la Filosofía, amor a la sabiduría, tienen su origen en las polis griega cuna de la democracia. Por eso Borges, asiduo lector y admirador de los clásicos, escribió que todas las artes aspiran a alcanzar las condiciones de la música. Aristóteles en la Política escribe que la música debe cultivarse con el objetivo de «educación y purificación» que propicia la catarsis. Los peripatéticos la asociaban al movimiento del alma hacia un bien superior. Y Plotino anunciaba el poder de la melodía como bálsamo para el ánimo, estado de euforia que, hoy, corrobora la Química y la Psicología. Un bien supremo que reportan la Filosofía, la música y el enamoramiento.