Opinión | La columna

Tino Pertierra

Inocencia en las filas del horror

Josan Hatero

Josan Hatero / La Provincia

Venimos en busca de Nicolás Franz». Vaya susto. Y vaya sorpresa también porque los tres soldados que aparecen en casa de Nico van en busca de un niño. Su madre no parece muy preocupada ante los visitantes. ¿Por qué? Bah, fijo que se trata de un simple error administrativo. Seguro que no se trata del niño sino de su padre, piensa. Otro Nicolás Franz que se fue de casa cuando Nico era tan solo un bebé. Abandono y estupor. El sargento ordena que Nico los acompañe. Bueno, solo se trata de dilatar un poco las consecuencias del error. Pero no: recordemos que la guerra es absurda. Y en ella, cualquier horror es completamente posible.

Josan Hatero (Barcelona, 1970), que el pasado febrero ganó con esta novela el Premio Edebé de Literatura Infantil (el de Literatura Juvenil fue para el escritor canario Daniel Hernández Chambers con Reyes de la montaña), afirma que «es muy difícil ubicar el momento en que un argumento cristaliza en tu cabeza». Y añade: «El de La guerra de Nico nació hace cuatro o cinco años, una mañana dando un paseo. La noche anterior había tenido una pesadilla: a causa de un error burocrático, debía repetir mi año de servicio militar. Durante el paseo le iba dando vueltas al sueño, que no es infrecuente entre los que hemos hecho la mili, pero sí es raro sufrirlo después de tanto tiempo de haberla terminado. Se me ocurrió que podía ser un buen argumento de novela, una suerte de trama kafkiana. Los escritores somos así, a todo le buscamos el ángulo de la ficción. Y entonces se me ocurrió: ¿y si el protagonista era un niño? Un crío de 11 años que por culpa de un error administrativo es llevado al frente durante un conflicto bélico. Me pareció una idea tan buena, tan preñada de posibilidades... que no hice nada. La apunté en una libreta y la dejé ahí. Temía ponerme a escribirla y no hacerle justicia».

En octubre de 2022 murió el padre del autor barcelonés. «Yo había hecho la mili a los 18 años (no mucho mayor que Nico) instado por él, al que la idea de que su único hijo fuera objetor de conciencia le horrorizaba. Y por no decepcionarlo, a pesar de mi falta de espíritu castrense, acudí a filas. Quizá por eso, en mi cabeza la idea de Nico siempre había estado ligada a mi padre. Así, para sobrellevar el luto de su muerte, para engañar al dolor, comencé a escribir La guerra de Nico». Tenía muy claro que «la estructura debía ser la clásica de un viaje del héroe. Aunque un héroe muy a su pesar. Nico es un muchacho inocente, despreocupado, al que la guerra le arrebata la infancia, le obliga a madurar a ritmo de desfile militar. Quería que la escritura fuera limpia, muy visual, que primara la acción, sin subrayados que empañaran el poder metafórico de la historia. No quería hacer un simple alegato antibelicista, eso es demasiado fácil. Quería mostrar el profundo absurdo de la guerra a través de los ojos de un niño. La guerra es una enfermedad moral que no conoce de épocas ni de naciones. Por esa razón no situé el conflicto de la novela en ningún país ni en un ningún tiempo en concreto». Afirma Hatero que el lector se encontrará con «una historia que primero le emocionará y luego le llevará a reflexionar». «Al menos esa es mi intención», subraya.