Opinión | Contexto
Juanjo Pérez Estévez
HBO
El título de este artículo bien pudiera ser un homenaje o un epitafio. Como nueva estrategia comercial de la compañía en Europa, las míticas siglas HBO (Home Box Office) dejan de formar parte del nombre de la plataforma MAX (desde hace tres años se combinaban juntas al añadirse la segunda en 2021). Los directivos esperan que se asocie el nombre a algo más amplio, menos vinculado a las series y no tan «para adultos». Estos cambios siguen la estela de los emprendidos por la multinacional en EEUU. La historia de HBO es un caso de estudio apasionante no solo para cinéfilos o fanáticos de las series, sino también para cualquier escuela de negocios que analice innovación, cambios de modelos, anticipación y adaptación. Sin embargo, este último paso inspira cierto desasosiego o añoranza entre quienes hemos podido venerar algunas de sus auténticas obras de arte. Olvidar «HBO» para intentar ser más comercial y llegar a más gente parece una rendición ante lo mainstream, una renuncia a aspirar a una sociedad donde, de manera general, jóvenes y mayores puedan sentirse atraídos por lo «difícil» o complicado de ver.
Harían falta muchas más líneas para señalar que entre esas grandes y numerosas obras podemos aprender mucho de la vida al conocer los remordimientos de Tony Soprano, escuchar el soliloquio schopenhaueriano de Rust Cohle, aguantar la zafiedad pragmática de Al Swearengen o el sarcasmo inadaptado de Claire Fisher. Pero seguramente si en un lugar podemos entender el mundo es en el Baltimore de David Simon. El sello HBO y sus producciones seguirán como parte de MAX porque obviamente la calidad vende y sus seguidores seguirán estando, pero esta noticia me ha recordado a la tristeza que sentí la primera vez que terminó el último capítulo de The Wire. Me he imaginado cómo terminaría McNulty la noche en la que se enterara de la desaparición del nombre, y me he consolado al instante sabiendo que aún con una resaca terrible estaría al día siguiente cumpliendo su deber con profesionalidad. Imaginé también a Stringer Bell repasando sobre sus gafas bajas la rentabilidad del cambio, a Bubbles empujando el carro sin perder su media sonrisa de buscavidas a pesar de los palos de la vida, a El Griego a lo suyo, sabiendo que él seguiría sobreviviendo a las decisiones de los que supuestamente mandan, a Slim Charles y a Omar esperando al responsable en un callejón oscuro… o a Kima, de noche en la ventana junto a su hijo, repasando en duermevela la cosmogonía de la ciudad. Al parecer, el mundo debe ser cada vez más «para todos los públicos».
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