Un domingo como hoy hace exactamente cincuenta años, el 22 de febrero de 1959, Winston Churchill estuvo por primera vez en Gran Canaria. El crucero que lo trajo a Canarias no fue la primera ocasión en que Churchill pudo haber estado en las islas, pero en 1895 al acudir a la Guerra de Cuba como observador en el Ejército español y corresponsal de prensa prefirió no hacerlo a través de la ruta de Canarias sino vía Estados Unidos, la tierra de su madre. Igualmente, cuando en 1899 fue como corresponsal a Sudáfrica para cubrir la Guerra de los Bóers, el buque en que viajaba, el Dunottar Castle, paró en Madeira y no en Canarias, escala también habitual de los Castles. No obstante, sí tendría Churchill en esas fechas referencias de Las Palmas puesto que su madre, Lady Randolph Churchill, estuvo en esta ciudad en los primeros días de 1900 camino de Sudáfrica, donde se encontró con su hijo.

Sin embargo, la relación más estrecha de Churchill con Canarias fue en razón de sus cargos en el Gobierno británico, especialmente como primer lord del Almirantazgo en la Primera y Segunda Guerra Mundial y Primer Ministro en esta última, contiendas en las que Canarias estaba en los mapas que Churchill tenía desplegados ante sí. Pero, sobre todo, el nombre de las islas estuvo frecuentemente en los oídos y la mente de Churchill debido a los planes británicos de invasión de Gran Canaria a través de Gando y el Puerto de La Luz, invasión que se preveía extender después a todo el archipiélago.

Churchill en sus memorias escribió: "Tan grande fue el peligro que por cerca de dos años tuvimos constantemente preparada una expedición de 5.000 hombres [de comandos, en total más de 24.000] y sus buques para tomar las Islas Canarias".

Pero, finalmente, Churchill vino a visitar el archipiélago por primera vez en un viaje de placer y como invitado del armador griego Aristóteles Onassis a bordo de su yate Christina. Churchill había conocido a Onassis en 1956 y realizó en total ocho cruceros en su yate entre 1958 y 1963, en los cuales Onassis, ya de por sí una persona muy atenta, hizo todo lo posible para que el estadista británico estuviera a gusto y disfrutara de las travesías por mar.

El primero de los tres viajes en el Atlántico a bordo del Christina, una antigua fragata canadiense remodelada que había servido en la Segunda Guerra Mundial, fue en 1959, en un crucero con destino a las Islas Canarias.

Churchill tenía entonces 84 años, continuaba siendo miembro de la Cámara de los Comunes -se presentaría nuevamente y por última vez en octubre de ese mismo año- y, aunque había envejecido notablemente, se encontraba bien de salud. Desde el 7 de enero había estado pasando con su esposa, Clementine, unas semanas en Marraquesh, en el hotel Mamounia, uno de sus lugares favoritos de descanso y que ya no volvería a visitar. El 18 de febrero Churchill se dirigió al puerto de Safi en la costa atlántica de Marruecos, precisamente el lugar por donde los norteamericanos iniciaron la invasión del norte de África en la Segunda Guerra Mundial, para embarcar, con su esposa, Clementine, y su hija Diana, en el Christina e iniciar su crucero a Canarias.

Acompañaban a Churchill y su familia en el crucero el anfitrión Aristóteles Onassis y su esposa, Tina; la hermana de Onassis Artemis y su esposo, el médico Theodore Garofalides; el ex-embajador de Panamá en Londres, abogado de Onassis y esposo de la célebre bailarina Margot Fonteyn, Roberto Arias, quien mes y medio después protagonizaría un intento de golpe de estado en Panamá; el secretario particular de Churchill, el funcionario del Foreign Office Anthony Montague Browne, y su esposa, Nonie; así como el guardaespaldas de Churchill, el sargento de Scotland Yard Edmund Murray, y el enfermero Arthur Sheppard. El Christina estaba al mando del capitán Costas Anastassiadis, un antiguo oficial de la Armada griega.

El día 20, los pasajeros del Christina avistaron Lanzarote y al día siguiente el yate de Onassis llegó a Santa Cruz de Tenerife. En Tenerife Churchill pasó la mañana a bordo del yate donde almorzó en la compañía del director en Tenerife de la consignataria del buque, Miller y Cía., Mr. William (Bill) Lucas, y su esposa, Mary, y por la tarde visitó el Puerto de la Cruz, recibiendo posteriormente a bordo del Christina, donde se ofreció una cena, a las principales autoridades de la isla. Sobre la una de la madrugada, el yate zarpó del puerto de Santa Cruz de Tenerife rumbo a Gran Canaria.

A las ocho de la mañana del domingo 22 de febrero de 1959 Winston Churchill llegó al Puerto de La Luz a bordo del Christina, que fondeó frente a la playa de las Alcaravaneras. El Christina estuvo consignado a C.F. Staib y Compañía, cuyo titular era el Sr. Kenneth Staib. Sobre las tres y media de la tarde, y al igual que hiciera su madre casi sesenta años antes, Churchill se acercó a tierra en una falúa, desembarcando por la marquesina del muelle de Santa Catalina. Acostumbrado como era Churchill a evocar acontecimientos históricos, no podemos dejar de pensar que su mente en esos momentos podría haber rememorado sus planes de ocupación de Gran Canaria durante la Segunda Guerra Mundial, uno de cuyos previstos puntos de desembarco era precisamente el muelle por donde estaba tomando tierra.

DE EXCURSIÓN. Churchill, que disfrutó en Gran Canaria de un tiempo soleado, visitó ese día la Caldera de Bandama, pasando en su camino por el nuevo Hotel Santa Catalina, heredero del que había conocido su madre, así como por la Comandancia Militar desde la que salió Franco en 1936 hacia el aeropuerto de Gando para, en un avión inglés, dirigirse a África con el fin de encabezar las fuerzas sublevadas al estallido de la Guerra Civil, la cual fue seguida por Churchill con especial interés. En Bandama, Churchill bajó un instante del coche a fin de admirar el cráter para luego llegar hasta la cima de la montaña. Entre los turistas que se encontraban en el mirador allí existente había uno que al ver la llegada de Churchill solicitó saludarlo.

Al comunicársele a éste su nombre, doctor Seligmen, Churchill se quedó gratamente sorprendido al reconocer en él a un antiguo compañero de colegio. Después de las explicaciones del consignatario Kenneth Staib sobre las vistas que se disfrutaban desde lo alto de Bandama, Churchill se mostró con deseos de saciar su sed y así se lo dijo al Sr. Staib, quien se encontró en dificultades puesto que en ese lugar no se disponía de lo que Churchill solicitaba. Éste, viendo la situación, le dijo a Staib: "No se preocupe", y a continuación le señaló el portabultos del coche del consignatario donde Churchill había hecho colocar lo preciso para no quedarse en un momento de apuro, como era ese, sin su habitual whisky. Desde Bandama sir Winston retornó al Puerto de La Luz a través de la carretera de la Atalaya hacia Telde y de ahí a Las Palmas.

Al regresar al puerto ese día 22, y según el relato periodístico de Pedro González Sosa: "En el momento en que Churchill bajaba del coche y se trasladaba a la Marquesina, un enorme grupo de personas se agruparon en torno al lugar. Destacaba la colonia inglesa que aplaudió, espontáneamente, su presencia cuando éste bajaba las escaleras. Churchill se quitó el sombrero y saludó apacible. No habló nada. Con rostro cansado, miró con placer y fue la primera vez que lo vimos sonreír. Cuando los de tierra comenzaron a indicar con los dedos la V, Churchill les correspondió. Su pesada mano se levantó con firmeza y con sus dedos volvió a repetir la famosa V".

Esa noche se ofreció un cóctel en el Christina a las principales autoridades y otros destacados invitados. Al día siguiente por la mañana, el lunes 23, acudió al Christina una delegación de la Cámara Oficial de Comercio, Industria y Navegación de Las Palmas. Su presidente Luis Correa Viera, en nombre de los industriales tabaqueros, hizo entrega a Churchill de diversas cajas de puros y uno especial de un metro de largo con una artística vitola con alegorías de Gran Canaria y Gran Bretaña, lo que fue vivamente agradecido por el ilustre visitante, quien asimismo recibió otros presentes.

En la tarde del día 23 Churchill visitó la montaña de Arucas. Allí contempló las plantaciones de plataneras, interesándose asimismo por saber en qué dirección desde allí se veía el Teide. El Jefe de Operaciones de la consignataria del Christina, Francisco Correa Mirabal, le señaló entonces la silueta del volcán, que Churchill llegó a percibir. Desde Arucas la comitiva siguió hasta Teror donde Churchill admiró tanto el paisaje como el estilo de construcción de las casas de la villa. También es de señalar que su esposa y la de Onassis en los dos días de su estancia en Las Palmas acudieron a la playa de las Canteras donde se bañaron.

En la mañana de ese día 23, se habían realizado en la bahía del Puerto de La Luz y en la playa de las Alcaravaneras unas maniobras militares con fuerzas paracaidistas -que se lanzaron desde aviones Junker-, de Infantería de Marina y del Regimiento de Infantería Canarias 50, en un supuesto táctico de desembarco y ataque a fuerzas de resistencia situadas en la playa. Con Churchill en el Puerto de La Luz, esta demostración militar, que fue observada desde el Christina, tenía indudablemente un especial significado.

EMOCIÓN. Entre los buques que se encontraban en el Puerto de La Luz durante la escala del Christina en el mismo estaban el Pretoria Castle y el Carnarvon Castle, ambos de la Union-Castle Line. El capitán del Pretoria Castle le envió a Churchill una nota de salutación y el capitán del Carnarvon Castle, Wm. S. Byles, le escribió una carta en la que le decía a Churchill: "Entre muchos otros soldados y marinos yo le escuché y le vi dar ese magnífico discurso ? cuando usted visitó las tropas en Inveraray", para después referir las operaciones en las que tomó parte durante la guerra, entre ellas los raids de Vaagso y Dieppe. ¡Churchill venía a encontrar en el Puerto de La Luz y al mando de un buque británico a uno de los marinos que habían sido entrenados para el ataque al puerto grancanario durante la Segunda Guerra Mundial! Con la emoción en su mano, el capitán Byles terminaba su carta a Churchill con estas palabras: "Su coraje y personalidad permanecerán con cada molécula de nuestra poderosa nación. Suyo en la admiración, ayer y hoy y por siempre".

El yate de Onassis zarpó de Gran Canaria en la madrugada del día 24 con destino a La Palma, adonde llegó alrededor de las tres de la tarde, visitando Churchill posteriormente varios lugares del interior donde admiró la belleza de la isla, siendo asimismo cumplimentado por las autoridades locales. A las siete de la tarde de ese mismo día, el Christina, con Churchill a bordo, zarpó del puerto de la capital palmera, finalizando así su visita a las Islas Canarias, con rumbo a Agadir para proseguir desde allí hasta Tánger, donde terminó el crucero.

Churchill volvería a Gran Canaria en el yate de Onassis en dos ocasiones más, en 1960 y 1961, aunque no desembarcaría en ninguna de ellas. Las dos veces en escala del Christina en el Puerto de La Luz en lo que Onassis denominaba "la ruta Pullman" -por su rapidez y comodidad- desde las Canarias hasta el Caribe.

El último de estos cruceros en el Atlántico finalizó en Nueva York, donde Churchill tuvo un gran recibimiento. Allí la cena de despedida a bordo del Christina terminó con un discurso del embajador de Estados Unidos ante la ONU, el veterano político Adlai Stevenson, el cual brindó a la salud de Churchill con estas palabras que resumen el valor histórico del gran estadista británico: "Al hombre que fue la conciencia del mundo y el salvador de nuestra libertad".