La plaza de la Música se convirtió en un fiesta adolescente tras el triunfo de España. Los más siete mil espectadores que acudieron para ver el partido ante tres pantallas gigantes eran jóvenes que, en su mayoría no pasaban los 20 años, identificados un equipo plural como es su día a día. No cabía ni una mosca. Y todos seguía con una fidelidad religiosa las jugadas del equipo español. Las únicas discusiones se centraban en la preferencia por un jugador u otro. Y es que otra característica de los allí presentes era que también había mucho turista peninsular que le había pillado la final de casualidad en la Isla.