Inmigración | La inestabilidad en el Sahel amenaza con desbordar la vía atlántica

Éxodo de 300.000 subsaharianos dispuestos a emprender la ruta canaria

Unas 89.000 personas habrán llegado a las Islas al cabo del año tras jugarse la vida en el mar

En Canarias hay 6.000 migrantes menores cuando la capacidad de acogida es de 2.000

Agencia ATLAS

Unas 300.000 personas procedentes de Níger, Burkina Faso, Senegal o Malí se refugian en Mauritania de la crisis, la inseguridad y la violencia que sufren sus países de origen. Alrededor de 300.000 migrantes –el número varía según la oenegé a la que se le pregunte pero hay cierto consenso en que se mueve en torno a esas cifras– que han dejado su vida atrás y que ven en la mortífera ruta canaria la posibilidad de llegar a Europa. Cuanto más se prolongue este éxodo masivo, esta migración interna que tiene su origen en distintos países del Sahel y que acaba por concentrarse en Mauritania, más probabilidades habrá de que decenas de miles de estas personas se embarquen rumbo Canarias aun a riesgo de su propia vida.

Es a partir de octubre cuando el Atlántico suele amainar en la costa occidental de África. En lo que va de 2024 han llegado a las Islas en cayucos y pateras más de 19.000 migrantes. Esta cantidad seguirá incrementándose en las próximas semanas y se da por descontado que lo hará con más intensidad desde que el océano se calme. Al cabo del año habrán alcanzado las costas del Archipiélago alrededor de 89.000 personas después de jugarse la vida en la ruta canaria, la misma en que murieron cerca de 5.000 migrantes solo en los cinco primeros meses de 2024, según los cálculos de la oenegé Caminando Fronteras. Esas 89.000 personas son la suma de las 19.000 que ya han llegado y las 70.000 que lo harán en los próximos meses, de acuerdo con la información que maneja el Gobierno regional. Para hacerse una idea de la magnitud de esa cifra basta con recordar que entre 1996 y 2020 alcanzaron las costas del Archipiélago 110.000 migrantes irregulares. Y en todo el año pasado fueron 40.000. Si en lo que va de 2024 se contabilizan 19.000 llegadas y casi 5.000 fallecidos –exactamente 4.808 según Caminando Fronteras–, las matemáticas advierten de que a fecha del próximo 31 de diciembre el número de muertos podría elevarse por encima de los 20.000. Para entonces, en Mauritania y en distintos puntos de la larguísima frontera que este país comparte al este y al sureste con su vecina Malí –2.240 kilómetros de una desértica frontera que más bien se asemeja a una tierra de nadie–, decenas de miles de personas continuarán como refugiadas y, por tanto, como potenciales pasajeras de cayucos y barcazas en la ruta canaria.

El cambio político en Senegal puede reducir las llegadas, pero el ‘factor Marruecos’ puede aumentarlas

«Sabemos que hay 300.000 refugiados pendientes de dar el salto [a Europa previa parada en las Islas] por la ruta atlántica», subrayó hace unos días el presidente del Gobierno de Canarias, Fernando Clavijo. Es la misma cifra sobre la que la consejera de Seguridad, Lady Barreto, alertó por carta al ministro del Interior, Fernando Grande-Marlaska, ya en enero.

No hay una sola explicación de lo que está ocurriendo en Mauritania, aunque en verdad no es más que el punto donde confluyen las crisis económicas, políticas o sociales –o todas a la vez– de países como Níger, Burkina Faso y, sobre todo, Malí y Senegal. Se ha originado una «tormenta perfecta», en palabras de Luis Padilla, director general de Relaciones con África del Gobierno de Canarias, que ha desembocado en un éxodo masivo desde todos esos países fronterizos o muy próximos a Mauritania, que a su vez –cabe recordar– comparte su frontera noroeste con el Sáhara Occidental. Todo está ocurriendo, por tanto, frente a las Islas, que son vistas por decenas de miles de estos desplazados como la primera puerta a cruzar para alcanzar el sueño europeo.

Las múltiples crisis en el Sahel originan una «tormenta perfecta»

Para aproximarse a lo que está pasando en el convulso Sahel hay que mirar por el retrovisor y tener en cuenta varios factores, para empezar esa bomba demográfica africana de la que lleva hablándose desde mucho antes de la actual crisis migratoria. La población crece en el continente vecino dos veces más rápido que en el conjunto del planeta; y la edad media es de 19 años, frente a los 42 de los países de la OCDE. Este es el escenario en que se produjo el estallido de la «causa primera», ahonda Padilla, de la actual situación. ¿Cuál fue esa causa? «La crisis de la covid y, posteriormente, la guerra de Ucrania», explica el responsable del área de Relaciones con África en el Ejecutivo regional. «Durante la pandemia nos quedamos sin ir a trabajar, pero con un sistema de protección social que nos garantizaba unos ingresos; sin embargo, en estos países la economía es básicamente informal y el sostén financiero, muy débil», agrega.

A renglón seguido, recuerda Padilla –quien también fuera secretario general de Casa África–, la invasión rusa de Ucrania dio lugar a una extraordinaria subida de los precios de los alimentos que a su vez desembocó en protestas y movilizaciones a lo largo y ancho de África, también, claro, en los países del Sahel. «El impacto fue muy fuerte, y a ello se le sumó la cuestión de Senegal, con el anuncio del presidente Macky Sall de retrasar las elecciones, el lío político, los conflictos, las protestas y los muertos», explica el experto.

Por si fuera poco, los problemas en Senegal no fueron ni son los únicos en el área del Sahel, ni muchísimo menos. En paralelo se produjeron los golpes de Estado en Malí –hubo uno en agosto de 2020 y otro en mayo de 2021, dos en menos de un año–, en Burkina Faso –otros dos en 2022– o en Níger, a mediados de 2023. En definitiva, «la desestabilización de toda la zona», precisa el representante del Gobierno de Canarias. Una crisis global en el Sahel –o más bien un sinfín de crisis superpuestas– que se entrevé en la evolución de las llegadas de inmigrantes irregulares al Archipiélago.

Desde 2020 no han dejado de producirse golpes de Estado a lo largo y ancho de la zona del Sahel

Entre 2010 y 2014 llegó a las Islas una media de solo 250 personas al año. Entre 2015 y 2019, esa media anual se incrementó hasta poco más del millar, todavía una cantidad irrisoria en comparación con las actuales cifras. Pero en 2020, el año I de la pandemia de coronavirus, las llegadas ya se dispararon hasta las 23.000. Y de ahí a las 40.000 del año pasado, que serán muchas más en 2024. La correlación entre la inestabilidad generalizada en que está sumido el Sahel y la afluencia de barcazas en la ruta canaria es evidente. Resulta así que a Mauritania han ido a parar esas decenas de miles de damnificados de las crisis de Burkina Faso, Níger, Senegal o Malí. «Mauritania no tiene migrantes pero tiene a 200.000 malienses en la frontera», recuerda Luis Padilla. De hecho, en suelo mauritano está el campo de refugiados de M’bera, donde viven miles de desplazados de Malí.

¿Qué va a pasar entonces con ese éxodo que suma ya 300.000 personas? ¿Cuántas de ellas se subirán a una barcaza? ¿Serán más de esas 70.000 que dicen las previsiones? ¿Cuántas intentarán regresar a sus países? «No lo sé, no lo sabe nadie, no lo sabemos... Nadie tiene una bola de cristal», puntualiza el director general. Hay factores que pueden aminorar esa cifra, como la posible estabilización de Senegal tras las elecciones presidenciales de marzo, que parecen haber insuflado esperanza al país, pero también los hay que pueden incrementarla. Sin ir más lejos Marruecos, cuyas autoridades abren o cierran la espita de la emigración irregular en función del mayor o menor grado de sintonía que a cada rato tengan con la UE. Y ocurre que entre Rabat y Bruselas hay varios puntos de fricción: ahí están las dificultades para cerrar un nuevo acuerdo de pesca o las presiones de los agricultores europeos para que se cumplan los acuerdos de libre comercio y el sector no siga sufriendo una suerte de dumping mientras la Unión mira para otro lado.

Lo que sí se sabe con absoluta certeza es quién tiene la llave para que no sigan muriendo personas en la ruta canaria: la UE. «Necesitamos una mayor implicación de Europa para generar oportunidades de empleo en esos países», recalca Padilla. «Veremos si hay o no una respuesta de Europa», apuntaba Fernando Clavijo hace unos días.

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