Teatro

'Las Bodas del Fígaro': un cabaret de Españas y risas

Mario Vega lleva al Teatro Pérez Galdós una segunda lectura de Las Bodas de Fígaro

La obra se estrenó ayer y también se representa hoy y mañana a las 20.00 horas en el teatro capitalino

Martina Andrés

Martina Andrés

El Cabaret Fígaro abrió sus puertas anoche en el Teatro Pérez Galdós: un «nido de rojos», en palabras del capitán Don Pedro, donde Carmen Polo es La Collares y donde se respira entre bambalinas que España no es una, grande y libre. El clásico de Beaumarchais se transforma -gracias a la productora unahoramenos de Mario Vega- en Las bodas del Fígaro, una comedia ambientada en los años sesenta en la que el miedo a mostrar(se), aunque se diluye entre las carcajadas del público, está ahí, presente entre los artistas, parias y marginados a los que el régimen franquista reduce a terroristas, putas y maricones. 

El poder, representado en la figura de Don Pedro, no siente tal cosa: exige y persigue caprichoso sus antojos, no se martiriza por sus excesos, aunque estos impliquen ir en contra de los principios que se llevan por bandera. Así, nos encontramos con un capitán recién llegado a las Islas Canarias que no se reforma ni aprende de sus errores. Su mujer y la tía de esta, Pilar Primo de Rivera, se han aliado para alejarlo de la tentación y la infidelidad cometida con una jovencita -la hija de Fraga- en la Península; mientras, los integrantes de la compañía Cancán, planean en el Cabaret Fígaro el estreno de una sátira que desafía al régimen, a todo eso que Don Pedro defiende de boquilla, pero que a ellos les pesa como una enorme losa silenciosa que necesitan quitarse de encima. 

Con un «no voy a comer siempre el mismo cocido», el capitán justifica rápido su engaño ante su esposa, a la que le promete que «nunca más». Pero cuando el poder dice «nunca más», el «más» siempre llega, tarde o temprano. En este caso es Susana, una de las integrantes de la compañía que sueña con vivir en Buenos Aires, la que hará que Don Pedro quiera transitar de nuevo el camino del pecado. 

Hijos robados por las monjas, tráfico de alcohol, curas medio rebeldes: todo esto y más tiene cabida en esta apuesta de Mario Vega para el ciclo Segunda Lectura 2024 del Teatro Pérez Galdós, obra que toma las tablas durante tres días y que hoy y mañana se puede volver a disfrutar en este templo capitalino de la cultura; un teatro necesario que en la línea a la que acostumbra el productor, impulsa a la reflexión y a abrir los ojos. 

Después de los últimos estrenos en clave dramática de Vega -seguro que los gritos desgarrados de Mararía la de Femés, los acordes preciosos de LAJALADA o los disparos de Protocolo de Quebranto todavía resuenan en las cabezas de muchos y muchas-, las carcajadas fueron agua fresca anoche para un público que entró en la obra casi desde el primer momento, que arropó a los actores con ríos de aplausos tras cada actuación musical, que abandonó las butacas sonriente para regresar a la Plaza de Stagno y perderse en la noche capitalina. 

Uno de los personajes interpretados por Mingo Ruano fue clave en este despliegue risueño: el cabo Santana -Ángel, Angelito-, que lo mismo servía con aparente diligencia al capitán Don Pedro que se transformaba en La Collares sobre las tablas del cabaret. Además de hacer reír una y otra vez a los asistentes, también encarnaba parte del peso crítico de la obra. Es él el que recuerda a todos «los camaradas muertos», el que dice sus nombres y apellidos para recordar que no puede olvidar, que no puede borrarlos de su cabeza.

«No se puede vivir con miedo. Esta lucha es de todos». Es su firmeza la que impulsa a la compañía a no naufragar, aunque se esté jugando el pellejo -al igual que todos los demás- para que Los Cancán y el cabaret continúen en pie. Y son sus palabras las que arrojan luz con su oscuridad al recordar cuál es su España, esa otra que no es una, grande y libre, esa en la que están «los que tienen miedo a que le griten maricón por la calle», los que son «violados por machirulos», lo que tienen que «fingir delante de su familia». 

El cabo Santana es parte de esa fractura que divide a España en muchos trocitos: a él, como a muchos otros, le toca esconderse en la oscuridad de la grieta que asola y separa. Grieta que a día de hoy no es un abismo kilométrico pero que sigue latente en una sociedad con heridas mal cerradas, con una memoria a la que no se le ha hecho justicia.  

Junto a Ruano, una divertidísima y llena de fuerza Marta Viera y las geniales actuaciones de Ruth Sánchez, José Luis Massó y Rubén Darío consiguieron una función redonda que dio al público la oportunidad de, entre la reflexión y la carcajada, disfrutar cada segundo y llevarse a casa la sensación de que Mario Vega lo ha vuelto a hacer.