Opinión | El lápiz de la luna

¡Que Dios nos coja confesados!

Desde luego que si decides pasar tres horas regodeándote entre tus fluidos malolientes es totalmente respetable, aunque no sé dónde queda el amor propio y el respeto a uno mismo en semejante situación

La cantante Taylor Swift durante la primera de sus dos actuaciones en el Estadio Santiago Bernabéu

La cantante Taylor Swift durante la primera de sus dos actuaciones en el Estadio Santiago Bernabéu / Ricardo Rubio - Europa Press

Ustedes me van a perdonar los términos escatológicos en los que quizá está escrito este artículo, pero creo que el mundo se va a acabar y si esa predicción es cierta (no está basada en ningún poder extrasensorial que tenga, sino en ciertos hechos sociales que han acontecido últimamente), los eufemismos sobran. ¿Alguna vez han tenido infección de orina y no han logrado aguantar el pis? ¿Han estado enfermos de gastroenteritis y lo que pensaban que era un inofensivo pedo se convirtió en algo más sólido? Supongo que en ambas ocasiones se han sentido como mínimo, incómodos y, en el peor de los casos, humillados.

Porque, eso de no controlar el pis o la caca es una mierda, nunca mejor dicho. Esta oscura reflexión me ronda desde que algunos fanes de Taylor Swift decidieran ir con pañal al concierto para no perderse nada. Mi primer –y primitivo– pensamiento fue: «¿Prefieres orinarte encima a dejar de escuchar una canción?». Desde luego que si decides pasar tres horas regodeándote entre tus fluidos malolientes es totalmente respetable, aunque no sé dónde queda el amor propio y el respeto a uno mismo en semejante situación.

No con esto estoy criticando ir a conciertos o admirar a un artista. Simplemente, cuestiono esa delgada línea entre el sentido común y la insensatez que últimamente se cruza con tanta ligereza. Da la sensación de que estamos dispuestos a traspasar cualquier límite de nuestro cuerpo y de nuestra mente para no perdernos ningún tipo de goce, sea el abuso de drogas, el exceso de alcohol, el sexo desenfrenado o las fiestas y los conciertos que hacen que el cerebro libere dopamina, la hormona del placer que, a su vez, está vinculada con las adicciones. La ironía está en que cuando aumenta la dopamina, disminuye la serotonina, la hormona de la felicidad.

Por tanto, creemos ser felices, pero realmente somos adictos. Uno de los principales objetivos que se establecen en terapia con algunos pacientes es dedicarle tiempo al aseo personal. La higiene está ligada a la autoestima y al ejercicio de tratarnos con mimo. Asearnos a diario es una forma de decirle a nuestra mente «me quiero y merezco tratarme con amor».

Orinar en un cuarto de baño, hacer uso de papel higiénico y lavarnos las manos es propio de los seres humanos que contamos con el cerebro límbico, responsable de procesar las emociones, y con el neocórtex, la parte encargada del razonamiento. Hacértelo encima a propósito por la razón que se describe en este texto, no me refiero a las personas que por un problema de salud no pueden controlar el esfínter, es lo común entre los animales, que solo cuentan con el cerebro reptiliano, destinado a la supervivencia.

Es curioso, porque el límbico y el neocórtex aparecieron gracias a la evolución. Sin embargo, situaciones como las que se vivieron en el concierto de Swift hacen que me pregunte si avanzamos o retrocedemos, porque a veces nos comportamos como animales. Si usted que lee esto fue uno de los que usó pañal para no perderse ni un segundo del espectáculo, espero no haberle ofendido con esta columna y que las rozaduras por los desechos acumulados durante horas se le hayan aliviado. En fin, ¡que Dios nos coja confesados!