Opinión | El lápiz de la luna

Filosofía estoica

Séneca

Séneca

Cuando tenía dieciséis años, un sábado por la noche, decidí que quería estudiar psicología. No fue una decisión aleatoria ni impulsiva, sino macerada con el tiempo. Recuerdo que estaba en mi casa –como otros tantos sábados, ya que mi madre no era muy dada a dejarme salir por ahí– leyendo Fluir, de Mihaly Csikszentmihalyi. Como sigue siendo costumbre, leía con un subrayador y un paquete de postit, para no dejar escapar nada que pudiese responderme a las preguntas que ya me angustiaban por aquel entonces: ¿por qué existo?; ¿cuál es mi propósito en la vida?; ¿qué es la felicidad?; ¿existe Dios?; y, de ser la respuesta afirmativa, ¿por qué hay tanto sufrimiento en el mundo? Más tarde, en bachillerato, tuve un profesor, Cristóbal Romero, con el que me enamoré de la filosofía.

En ese punto de mi vida ambas disciplinas luchaban por llamar mi atención. Ganó la psicología una vez que en filosofía se me cruzó la lógica. Me fascinaba Platón y El mito de la caverna o Epicteto y las Disertaciones por Arriano, pero odiaba profundamente analizar proposiciones. Saber que, si una de las dos proposiciones de un enunciado es falsa, todo el enunciado lo es, no me resolvía mis dudas existenciales acerca de quién era y hacia dónde iba. Luego, la vida me llevó a estudiar primero magisterio y después psicología, cosa que le agradeceré siempre al destino, dado que, gracias a que el orden de los factores, en este caso sí alteró el producto, en magisterio tuve un profesor que ahora es mi marido. Un topicazo, lo sé. Aún, hoy en día, tras casi una década de relación y un lustro de matrimonio, la gente sigue juzgando nuestra unión. Pero como dirían los estoicos: «De lo que no puedo controlar, no me preocupo».

A Fluir le sucedieron Dictamen sobre Dios, El mundo de Sofía y otros muchos manuales llenos de pegatinas fluorescentes saliendo de sus páginas. ¿Resolvieron mis dudas existenciales? No. Sin embargo, calmaron mi ansiedad. Cuando cumplí los treinta y ocho años afloraron todas las incertidumbres que ya me rondaban en la adolescencia y llevo meses intentando hallar las respuestas, como suelo hacer, entre libros y en conversaciones con personas a las que admiro. ¿Es una regresión a mi infancia? ¿Mi ego que se apodera de mí? ¿Estoy en la precrisis de los cuarenta? No, lo dudo, y espero que no. Es más bien un problema de incomprensión del mundo en el que vivo. Un mundo que va demasiado de prisa y deja poco espacio a la contemplación y a la reflexión. Un mundo de comida rápida, de pensamientos rápidos, de relaciones rápidas. Todo tiene que ser de efecto inmediato y, qué quieren que les diga, eso me da bastante vértigo, porque la velocidad solo hace que nos difuminemos. En varias ocasiones he hablado de la teoría de la sincronicidad de Carl Jung, si quieren saber más sobre ella les recomiendo La interpretación de la naturaleza y la psique, a través de la cual he encontrado mi camino cuando me sentía perdida. Como dijo Dante: «A mitad del camino de la vida en una selva oscura me encontraba porque mi ruta había extraviado».

Esta sincronicidad me suele mostrar lo que necesito en cada momento vital. Uno no puede huir de quién es y supongo que, a pesar de que la lógica me alejó de la filosofía, es el amor por el saber lo que me ha vuelto a acercar a ella. Me había olvidado de la filosofía estoica, quizá porque sentía que para contestar a mis dudas necesitaba réplicas enrevesadas. Un mundo complicado requiere de explicaciones igual de complejas. Nada más lejos. En ese pensamiento está el error; la lógica diría que es un enunciado falso, porque una de sus proposiciones lo es. ¡Qué cosas! Al final no se me daba tan mal. La calma se abrió paso gracias a Cómo ser un estoico: utilizar la filosofía antigua para vivir una vida moderna y Diario para estoicos, que resumen las tres partes esenciales de esta visión de la existencia: controlar nuestras percepciones, dirigir nuestra acción adecuadamente y aceptar con voluntad lo que está fuera de nuestro control. No parece sencillo, aunque creo que, con mucho entrenamiento y arrojo, transitar este mundo enloquecido puede ser menos desconcertante. Espero que la joven de dieciséis años que fui se encuentre en paz, aunque nos haya costado multitud de tormentas observar el cielo con más claros que nubes.