Opinión | Editorial

Canarias: impensable sin Europa

El electorado canario no debe, en modo alguno, desplazar Europa de su esquema de intereses

Bandera de la Unión Europea (UE).

Bandera de la Unión Europea (UE). / Archivo

Nunca tantas personas habían tenido tantas oportunidades vitales». La frase la dejó escrita el politólogo angloalemán Ralf Dahrendorf para definir el resultado de la construcción europea: el mayor espacio de libertad, progreso económico y bienestar social alumbrado en la historia por sus padres fundadores cuando aún estaban abiertas las heridas provocadas por la Segunda Guerra Mundial. Ahora es precisamente la continuidad de este modelo de Europa, resultado del consenso fundacional entre democristianos y socialdemócratas, aquello que está en juego en las elecciones al Parlamento Europeo.

Unos 359 millones de ciudadanos están llamados a las urnas para elegir a 720 eurodiputados (61 de ellos españoles) en unos comicios en los que están en riesgo los valores de la UE, su paz y seguridad, su crecimiento económico y su modelo social, con dos guerras abiertas, una en su frontera con Ucrania, y otra en Gaza, a orillas del Mediterráneo. En este contexto, el abstencionismo crónico –en la anterior cita de 2019 la participación superó por primera vez el 50%– puede reflejar la desafección de la ciudadanía, pero también su desconocimiento de lo que está realmente en juego.

Sí, Europa se la juega. También se la juegan sus 450 millones de ciudadanos. La UE es la masa crítica necesaria no solo para mantener, de puertas adentro, el modelo social de referencia, sino también para asegurar, de puertas afuera, la paz y la seguridad en un contexto mundial cambiante: el interrogante de las elecciones norteamericanas, el desequilibrio frente a China y la amenaza de la Rusia de Putin. El Brexit es un ejemplo de las consecuencias socioeconómicas y del aislamiento geoestratégico que representa una salida abrupta de la UE.

Y Canarias también se la juega. El temor a una abstención alimentada por la creencia de que la UE nos queda lejos, ha sido contraatacado en campaña electoral por una realidad: el 70% de las normas europeas que se adoptan en la Eurocámara llegan de una forma u otra a las Islas. De hecho, el Archipiélago ha tejido desde la entrada de España en la UE una protección basada en dos instrumentos claves: su condición de región ultraperiférica y el reconocimiento de su Régimen Económico y Fiscal.

¿Cuál es la traducción de esta singularidad y qué beneficios se desprenden de la misma para mayor conocimiento de los 1,842 millones de isleños que están llamados hoy a las urnas? De entrada, los fondos Feder, los programas Interreg, los fondos sociales, los nuevos Next Generation, además de las ayudas para la energía, el agua del grifo (esto es, a la desalinización), junto al 75% de los descuentos aéreos, el Posei para el campo, el Aiem para la protección de productos locales, la fiscalidad diferenciada en el cine, o el reciente pacto sobre Migración y Asilo.

El argumentario de campaña de los partidos, especialmente de los mayoritarios, PP y PSOE, ha contado con los temas candentes de la recién aprobada ley de amnistía, el conflicto bélico Palestina-Israel y la imputación de Begoña Gómez, esposa de Pedro Sánchez. Sin rebajar un ápice la relevancia de estas cuestiones, se encuentran en un mismo plano otras más vinculadas a la cotidianidad de los ciudadanos, pero que son precisamente la que riegan el reconocimiento social y apagan el sarpullido de una Europa inútil.

En el caso concreto de la autonomía canaria, una impensable inexistencia de la UE o un giro en sus políticas compensatorias a la insularidad acarrearía consecuencias insalvables. Basta enumerar los siguientes salvavidas: el ya citado descuento aéreo; la compensación de las telecomunicaciones para mantener unos precios equivalentes a los de la Península; mecanismos similares en energía y agua; incentivos regionales para I+D+I; instrumentos de fiscalidad directa como la RIC o la ZEC; y en el capítulo de la imposición indirecta, un IGIC del 7% frente a un IVA del 21%.

La Comisión Europea como el Europarlamento son ámbitos permanentes de negociación. En este sentido, unos de los retos de Canarias de cara al nuevo mandato en Bruselas es conseguir de la UE una consideración excepcional por su condición de receptora de la migración africana en el Atlántico. Las Islas necesitan una política activa y que su rol humanitario se contemple en las iniciativas que se pongan en vigor, una misión que le corresponde al Estado español frente a los que reclaman una atención monopolizadora para la ruta del Mediterráneo.

Los peligros acechan al espíritu europeo, ensalzado estos días con motivo de la celebración de los 80 años del Desembarco de Normandía contra el nazismo y el fascismo, que reaparece ahora con su rostro del siglo XXI. Para Jaume Duch, director de comunicación del Parlamento Europeo, «los euroescépticos ya no amenazan con irse». Han decidido quedarse para cambiar la UE desde dentro y para convertirla en una especie de confederación de Estados soberanos, un área de libre comercio, pero sin pilares comunes: los valores democráticos, el Estado de bienestar, el pluralismo político y la democracia liberal.

Canarias está incrustada en ese acervo que ponen en riesgo, por un lado, el auge de las corrientes populistas, que seduce y avanza creando disensos hasta entre los mismos socialdemócratas y democristianos, pilares ideológicos del nacimiento de la UE. Y por otro lado, la necesidad de fomentar una empatía que evite que la organización comunitaria sea identificada con una burocracia implacable. El electorado canario no debe, en modo alguno, desplazar Europa de su esquema de intereses. Nada es tan evidente como que las cotas de bienestar logrado tienen un pegamento: Europa, Europa, más Europa.

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