Opinión | Editorial

Aniversario de la ciudad: raíces y desafíos

Las Palmas de Gran Canaria está sobrada de condiciones para armar un discurso que supere los filtros para ser elegida como Capital Europea de la Cultura 2031

Música en los patios de Vegueta por las fiestas fundacionales.

Música en los patios de Vegueta por las fiestas fundacionales. / Juan Carlos Castro

Las fiestas fundacionales de la capital, celebración del hito de su nacimiento un 24 de junio de 1478 en el Real de Las Palmas, atienden a la carga histórica del proceso de gestación urbana y social surgido de la Conquista por parte de Castilla. Una visión inexcusable para el sostén en el tiempo del conocimiento de las raíces, pero trascendental para el propósito de cualquier afán distintivo en el circuito internacional de las ciudades. Las hogueras, los fuegos artificiales, los ritos en el mar de la playa de Las Canteras y las citas musicales exaltan sin complejos los orígenes de un núcleo que hoy roza los 400.000 habitantes. Este crecimiento en el seno de un territorio sometido a las limitaciones de dimensión nos coloca, para bien y para mal, frente a desafíos similares a los que ahora mismo se enfrentan grandes urbes europeas, quizás hasta más complicados.

Si hay un rasgo imperecedero en estos casi cinco siglos y medio de vida es, sin lugar a dudas, su atlantismo. Las Palmas de Gran Canaria y su potente estatus portuario conforman un relato atrayente. Nada escapa de la encrucijada que representa a partir de su arranque urbano al borde del Guiniguada, un establecimiento que dará paso a su incorporación a la administración política-administrativa emanada del dominio de los conquistadores. Vegueta será el primer signo colonial de los Reyes Católicos camino de América, el ensayo de lo que cuajará en las ciudades del Nuevo Mundo.

Virreyes sin ningún escrúpulo, señores de los ingenios azucareros, comerciantes genoveses, soldados de la Reconquista de Granada que buscaban fortuna, esclavos, escribientes, inquisidores, piratas, plutócratas de procedencia flamenca que traían sus ropajes de Flandes y hasta antiguos aborígenes, hombres y mujeres convertidos al catolicismo que dejaban atrás su pasado integrándose en el orden naciente a través de los casamientos... Esta visión muy caleidoscópica da cuenta de la multiplicidad de estratos cuyo latido aún se siente al pisar las calles del casco histórico.

La capital nunca ha perdido ese perfume de trajín, un enorme trasiego que avanza a lomos del descubrimiento de América con Colón repostando en la Bahía; el rastro del miedo a una invasión que dejó tras de sí el ataque devastador del bucanero holandés Van der Doers; aislamiento y hambre por las guerras; la migración a Cuba, Uruguay o Argentina para huir de la sequía; el carácter epopéyico de la construcción del puerto de La Luz y el poblamiento de La Isleta por familias de Lanzarote y Fuerteventura; el sello dejado por la colonia británica en su etapa de predominio económico y sus hoteles con los primeros turistas...

Sólo son unos cuantos rasgos de una ciudad costera llena de ramificaciones infinitas, para la que el Carnaval y la UD son la apoteosis. Mucho más que Pérez Galdós, Alonso Quesada, Tomás Morales, Alfredo Kraus, Manolo Millares o Jorge Oramas, que acabaron elevados a la eternidad canariona a medida que resultaron entronizados más allá del Atlántico, en los parnasos de turno de las letras y el arte. Como no podía ser de otra manera, una capital trufada hasta lo más hondo por su tormenta de contradicciones, que un día se ama y otro se odia, a veces sin término medio.

Metido en una probeta de laboratorio, todo este bagaje de intensidad extraordinaria ha dado lugar a lo que somos hoy, víspera de aquel día de San Juan en el que los castellanos fundaban cerca del Guiniguada, junto a un palmeral, el embrión urbano. Un trayecto agitado, mestizo, cuyo caudal inagotable, también singular, debe ser el combustible para impulsar ante Madrid y la UE un reconocimiento que va más allá de la funcionalidad de unas piezas maestras como el REF o la ZEC para la atracción de inversiones.

Las Palmas de Gran Canaria está sobrada de condiciones para armar un discurso que supere los filtros para ser elegida como Capital Europea de la Cultura 2031. No se trata sólo de imponentes infraestructuras, sino sobre todo del reconocimiento de valores macerados por el intercambio entre pueblos, la hospitalidad, la tolerancia o la solidaridad. En un cruce de caminos entre Europa, África y América, la acogida de migrantes vuelve, una vez más, a hacer explícita la fortaleza de esta ciudad para estar junto a los que sufren. Aquel atlantismo de la ciudad emergente, nexo en la dispersión, retorna como espacio de acogida para los desamparados, niños de los cayucos que buscan el pan.

Pero los desafíos son bastantes. Las Palmas de Gran Canaria no se puede quedar atrás en la competición de las ciudades por obtener logros, tanto para enorgullecer a sus habitantes como para que sirvan de ejemplo o guía para otros territorios. Nos encontramos en una época necesitada de decisiones valientes para poder afrontar los efectos negativos del cambio climático, con la recuperación de espacios que vienen siendo monopolizados por el tráfico. Es necesario proyectar, consensuar y planificar pensando en la salud de los ciudadanos. La renaturalización no se puede quedar en un mero propósito lanzado en campaña electoral, para luego ser olvidada en el archivo de un impresentable ecopostureo. Participación, transparencia e información pública son las mejores vacunas contra el engaño. La ciudadanía exige cada vez más conocer la raíz de proyectos que son relevantes, quiénes son sus autores y en qué informes se basan.

En el momento álgido de la revolución verde, todavía se solapan en esta ciudad las barriadas del franquismo con los primeros polígonos, a la vez que se habla de casas inteligentes, crece como una ola imparable la vivienda vacacional y cada vez es más difícil acceder a un techo debido a los precios de los alquileres y a la falta de promociones públicas. Es sólo una prueba de las dificultades que conlleva la gestión de una ciudad como Las Palmas de Gran Canaria. Como es obvio, siglos atrás nadie intuía aquel 24 de junio de 1478 que en un futuro habría que enfrentarse a este tipo de problemas. Ni por asomo. Pero así es como se conforman las grandezas y miserias de las ciudades, órganos llenos de vida, a la vez que viejos, aunque siempre dispuestas a sorprender.

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