Opinión | Ida y vuelta

No hay Nobel pa’ tanta gente

El escritor Paul Auster.

El escritor Paul Auster. / LAP

Mario Vargas Llosa lo suele decir en sus intervenciones públicas: en cierto modo, escribir significa vencer a la muerte. Los grandísimos escritores se van de este mundo dejando detrás una obra imperecedera, porque seguirá editándose una y cien veces sin agotar sus valores estéticos y referenciales. Es lo que va a suceder con Paul Auster, un gran maestro de la narrativa norteamericana a caballo entre los siglos XX y XXI que ha dejado este mundo luego de una dura lucha contra el cáncer. No consiguió el premio Nobel pero sí el Príncipe de Asturias. Como decía Celia Cruz, «no hay cama pa tanta gente».

Para Auster todo sucede siempre por azar, que gobierna nuestras vidas desde el mismísimo momento en que somos engendrados por un espermatozoide más rápido que sus competidores, se asienta en el óvulo y así marca la idea de quiénes somos y cómo vamos a actuar en la vida. Los budistas y los filósofos hablan de la ley de la causalidad y Auster, un escritor con un enorme éxito a pesar de que también era partidario de enredar sus historias, se ha ido después de haber sido un fumador impenitente, que desarrolló un cáncer de pulmón. Pensaba que para contar historias, la mejor fuente de inspiración es la propia vida, potenció lo autobiográfico y los conflictos de identidad.

Tuvo la fortuna de los triunfadores pero también padeció los golpes de la vida. Este hombre de rostro triste y de grandes ojos se vio afectado cuando su hijo Daniel, 44 años, murió por una sobredosis. Además, Daniel había sido imputado por la muerte de su hija Ruby, de solo diez meses. Según declararía, había consumido heroína cuando se quedó dormido y al despertar la pequeña estaba muerta por intoxicación.

Una pena que los miembros de la Academia de Suecia no se dieran cuenta de que merecía el Nobel, a veces los suecos se hacen los suecos. Piensan que Murakami y Auster son dos escritores ligeros, cuando lo cierto es que –si bien son repetitivos, como todos los grandes– contienen fuentes de originalidad y talento. A fin de cuentas esta teoría de que todo es producto del azar viene a chocar con una idea básica del cristianismo: la del libre albedrío. La visión del mundo determinista ha sido fuente de polémica entre los filósofos, desde Aristóteles a Kant. Y Auster lo resuelve construyendo laberintos dentro de su escritura. Auster es el escritor del azar y la contingencia. En realidad no cree en la causalidad, Auster persigue en lo cotidiano las bifurcaciones surgidas por errores o acontecimientos aparentemente anodinos. Esto último sucede en La trilogía de Nueva York. La metaliteratura es señas de identidad recurrente en su obra.

Mientras el equipo amarillo se desploma y profundiza en el mayor de los ridículos, algunos nos preguntamos cómo es posible hacer un cambio de piel tan acusado. No es nada nuevo: después de una primera vuelta más que aceptable, el once se desmorona acaso porque sus protagonistas, desde el entrenador al último mono, ya no están preocupados por mantener la dignidad de la competición sino que están mucho más pendientes de recibir la llamada de sus representantes para irse a rápidamente a otro club. Ha habido otros baches parecidos, pero el actual los supera, con lo cual el desencanto de los fieles es manifiesto: todos los partidos que restan serán derrotas. Decía un amigo que los británicos inventaron deportes y trataron de que se guiaran por el «fair play», el juego limpio. Así el rugby es un deporte de gamberros practicado por caballeros y el fútbol es justo al contrario: un deporte de caballeros practicado por gamberros.

Finalmente, sabemos que se está agudizando un proceso de desinformación en el que estamos dispuestos a creernos cualquier cosa. Desde que existen las redes, lamentablemente, cualquiera puede poner en el aire todo tipo de bulos sin mancharse las manos. La verdad absoluta no existe, pero seguro que la búsqueda de la verdad nos hace más honestos.