Opinión | Retiro lo escrito

Obsesión y machismo

La crítica a estos comportamientos es imprescindible y debemos agradecer a Teresa Cruz que ayer, en los micrófonos de la SER, dejara su testimonio

Ángel Víctor Torres y Teresa Cruz en un Consejo de Gobierno en 2020

Ángel Víctor Torres y Teresa Cruz en un Consejo de Gobierno en 2020 / LP/DLP

La obsesión. En las negociaciones para formar gobierno después de las elecciones autonómicas de mayo 2019 no se produjeron demasiados problemas, gracias, básicamente, a la actitud conciliadora y generosa de Ángel Víctor Torres. Algunos dirigentes socialistas no mostraban ningún entusiasmo en que Román Rodríguez fuera vicepresidente del Gobierno. Al fin y al cabo el PSOE había obtenido 25 escaños y Nueva Canarias 5. ¿Por qué deberían ceder una vicepresidencia que les correspondía después de un triunfo tan amplio y rotundo? Pero eso ya lo habían negociado prácticamente Torres y Rodríguez. Eso y Hacienda a todo trance: control del gasto e información horizontal de todos los departamentos.

Incluso le sacó las relaciones con la Unión Europea, de las que luego no se ocupó para nada. No, no estaba mal para un grupo de cinco diputados, porque en la Vicepresidencia, convertido hace décadas en un seudodepartamento gubernamental, podía meter a un buen puñado de gente. Desde un primer momento, sin embargo, Rodríguez se trazó unos objetivos, digamos, imperialistas. Y su colonialismo se centraba especial (aunque no únicamente) en la Consejería de Sanidad, mejor dicho, en el Servicio Canario de Salud.

Porque había adquirido ciertos compromisos, sus compromisos de siempre, que guardaban relación directa con imprescindible complementariedad de la sanidad privada respecto a la sanidad pública. Se quedó un fisco patidifuso. Teresa Cruz. No le sonaba de nada, absolutamente de nada. Pero se puso a ello. Era prioritario. Si Cruz se avenía a lo razonable podía seguir, con tal que pusiera frente al Servicio Canario de Salud a alguien que supiera escuchar. Conrado Domínguez era espléndido y Chano Franquis había sido sensible a los elogios de tantos y estaba colocado ya en la secretaria general técnica de Obras Públicas.

Pero en menos de quince días quedó claro que Teresa Cruz no se doblegaría. Ni siquiera atendía a los mensajes a través de terceras o cuartas personas. Entonces comenzó una labor de desgaste político y acoso psicológico aventando barbaridades sobre la incapacidad y la ignorancia de la consejera. Cruz se dirigió discretamente a varios compañeros que le recomendaron prudencia o paciencia. Pero el chaparrón de desprestigios se intensificó. En una ocasión Román Rodríguez terminó descalificándola a grito pelado. El vicepresidente no recibió ninguna recriminación de Ángel Víctor Torres, que desvió la atención a otro punto del orden del día. Al final Rodríguez consiguió su propósito: Cruz fue destituida y pocas semanas más tarde Domínguez controlaba el Servicio Canario de Salud.

El machismo.

Como todo hombre de su edad Román Rodríguez fue educado en una cultura machista. Desde un punto de vista político solo prestó atención al feminismo y sus reivindicaciones muy recientemente. Jamás ha mostrado una especial sensibilidad ideológica hacia una agenda feminista ni dentro ni fuera de su partido. En absoluto es un hombre grosero ni intemperante, pero si algo le caracteriza es una opinión difícilmente mejorable sobre sí mismo.

Sería interesante describir las actitudes machistas de los políticos canarios y los abusos de poder que, desde la supremacía masculina y masculinizante, han practicado con sus compañeras de su mismo partido o de otro. Les aseguro que puede citarse a más de un político isleño de un pasado muy reciente que hoy estaría procesado por sus golfadas o, muy probablemente, encarcelado. Pero hay otro machismo, menos soez y procaz, que practican los políticos de izquierdas y derechas de la generación de Rodríguez: el que añade al enemigo o adversario la condición de mujer como agravante a sus limitaciones o errores reales o imaginarios. A menudo ni se dan cuenta de lo que hacen y reaccionan como víctimas ofendidas. La crítica a estos comportamientos es imprescindible y debemos agradecer a Teresa Cruz que ayer, en los micrófonos de la SER, dejara su testimonio.

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