La historia renace en el molino de El Batán, uno de los más antiguos de Canarias

El antiguo molino de El Batán, cercano al cauce del Guiniguada, se remonta al siglo XVII

El Ayuntamiento pretende restaurar la infraestructura hidráulica

Estado del antiguo molino de El Batán.

Estado del antiguo molino de El Batán. / Andrés Cruz

Dicen que el agua tiene memoria, y si, además, hablara contaría la historia del molino de El Batán. Esta infraestructura cercana al cauce del Guiniguada trituraba los granos que alimentaban a la población con las aguas del barranco como motor. Hoy la imagen es bien distinta, ya no hay barranco y apenas queda en pie el molino. A su lado, los coches transitan por la GC-110, la autovía que sepultó parte del Guiniguada y se llevó consigo flora, fauna, puentes y parte de la historia capitalina. Del pasado hidráulico de la capital grancanaria queda tan solo el recuerdo porque sus huellas están cada vez más borradas. El molino de agua de El Batán es un ejemplo de ello, ya que sufrió durante años el olvido general, en la actualidad, se encuentra comido por la mala hierba, la basura y el paso del tiempo. Para evitar su ruina el Ayuntamiento de Las Palmas de Gran Canaria compró la semana pasada la edificación con vistas de convertirlo en un centro de interpretación.

Los molinos de agua fueron una de las primeras conquistas de los humanos a la hora de mecanizar el trabajo alimentario. Ya los mencionaba el ingeniero romano, Vitruvio en el siglo I a. de C, y su funcionamiento era muy simple, se colocaban junto a una corriente de agua que acciona el mecanismo que pone en movimiento las piedras trituradoras del grano. La mayoría de los molinos de la Isla fueron construidos a partir de siglo XIX, sin embargo, el de El Batán destaca por ser anterior, ya que se remonta al siglo XVII, y se considera uno de los más antiguos de Canarias.

Basura en el molino de El Batán.

Basura en el molino de El Batán. / Andrés Cruz

Tres siglos en funcionamiento

Durante más de tres siglos el molino estuvo en funcionamiento como muchos otros que fueron surgiendo posteriormente en la capital. La ciudad es uno de los municipios que más molinos tuvo en funcionamiento, por su mayor densidad poblacional. En 1876 el conde Agustín del Castillo y Bethencourt describió que el molino de El Batán contenía un cubo, una casa contigua para el molinero, un patio, varios accesorios y medía 266 metros cuadrados. Era propiedad de la familia del Conde de la Vega Grande, es más, en 1795 aparece incluido entre las propiedades de Francisco Javier del Castillo Ruiz de Vergara por una cantidad de 20.479 reales y diez maravedíes. Los actuales propietarios vendieron la infraestructura al Consistorio capitalino por 16.554,09 euros.

Volviendo al presente se puede observar que el exterior está construido con grandes bloques de piedra y cantera, y en su interior aún se conservan restos del edificio como el salón, el cubo, el canal y la acequia por la que entraba el agua, según recoge la ficha de la Carta Etnográfica de Gran Canaria. Aunque nunca se ha descrito que en el molino hubiera una tienda, era muy habitual que Junto a la casa del molinero o en una habitación contigua se vendía a los clientes los productos hechos por el molino, pero también café, azúcar, aceite, vinagre, entre otros elementos básicos.

¿Cuándo paró su actividad el molino de El Batán?

La falta de restauraciónn ha provocado que se haya perdido la entrada principal, o la piedra de moler que desapareció hace más de dos lustros, sin que nadie supiera exactamente su paradero. Aproximadamente en 1965 paró su actividad, ya que la industrialización y globalización hizo mella lentamente en este sector canario, que no tenía la misma capacidad de competencia.

El molino, ubicado en la autovía del Guiniguada, estaba abastecido por la Heredad de Vegueta. Todos los molinos de la Isla estaban construidos bajo permiso de los propietarios de las heredades que regían las acequias. No tenían que pagar renta, pero sí ayudar en la limpieza y cumplir ciertas normas como no abusar del uso del agua para incrementar la productividad.

A lo largo de la capital aún permanecen ciertas huellas del paso hídrico. Una de las zonas capitalinas que mantiene viva esta herencia es San Lorenzo, que alberga reliquias como estanques de barrial de arcilla y de mampostería, presas, cantoneras o minas. Algunos de ellos están abandonados, otros deteriorados y unos cuantos siguen en uso. Una de las principales joyas es el canal de 600 metros de longitud que diseñó Juan León y Castillo, que llega a la presa de San Lorenzo, aunque también hay otras importantes como la de El Pintor, la presa de Las Vacas, situada al otro lado de la cantera de El Pintor, y la de Piletas.

Otra infraestructura que languidece en el olvido

La Noria de Guanarteme es otra infraestructura hidráulica clave en la historia capitalina que languidece en el olvido. Ubicada en el barranco de Tamaraceite, fue incluida en 2023 por el Colegio de Ingenieros de Caminos, Canales y Puertos en un catálogo compuesto por 111 obras públicas en toda España que necesitan una mayor atención por las administraciones públicas. En la actualidad, la Noria está cubierta por la maleza y cada vez más deteriorado por el paso del tiempo. Los ingenieros detallaron que es un «bien patrimonial» que puede ser beneficioso dar a conocer por sus «valores históricos, sociales y científicos». La noria cuenta con una planta en forma de cruz, en cuyos laterales se expanden unos pasillos y, en el centro hay un pozo interior de 15 metros de profundidad protegido por muros de piedra. Su funcionamiento no se tiene del todo claro, pero las reconstrucciones que se han realizado exponen que una gran palanca de madera, movida por animales, transmitía el movimiento a otra rueda y el agua era elevada a la superficie.

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