Opinión | Retiro lo escrito

Contigo en la distancia

La candidatura de Montero fue el primer síntoma de la bunkerización de la dirigencia de Podemos después de que Yolanda Díaz se encargase de expulsarlos del Gobierno

La candidata de Podemos a las elecciones europeas, Irene Montero, en un mitin de campaña en Valencia.

La candidata de Podemos a las elecciones europeas, Irene Montero, en un mitin de campaña en Valencia. / Biel Aliño

Esta mañana me dirigí al kiosco de La Paz a encontrarme con un amigo y tomar café. A mi paso, muy poco legionario, contemplé los carteles de los candidatos para las elecciones europeas y hasta aquel por el que tengo mayor simpatía se me antojó tristísimo. Claro que había matices. Estaba la sinvergüencería de Irene Montero, que a las 24 horas de su salida del Ministerio de Igualdad nadie ignoraba que concurriría al Parlamento de Estrasburgo.

Por supuesto se organizaron unas primarias de paripé en la que solo salió elegida por un 88% de los votos emitidos, porcentajes obtenidos por todos los coordinadores territoriales, todos y cada uno apoyados por la suprema dirección. La candidatura de Montero fue el primer síntoma de la bunkerización de la dirigencia de Podemos después de que Yolanda Díaz se encargase de expulsarlos del Gobierno.

Que esa mantis religiosa gallega haya repetido entre sonrisas de mermelada que en la política también debe existir el amor es una de las grandes humoradas de la izquierda española en desguace. Podemos no solo se ha oligarquizado internamente. Es que ahora mismo apenas queda otra cosa que esa oligarquía que mangonea casi pornográficamente las siglas y las resoluciones congresuales. En Podemos mandan Ione Belarra e Irene Montero y cuando necesitan inspiración, ejemplo moral o consejo pastoral llaman al bar a Pablo Iglesias.

En Canarias quien manda en Podemos es otra pareja, Noemí Santana y Gemma Martínez Soliño, que junto a otra media docena de genios llevaron al partido a desaparecer en el Parlamento, los cabildos y la inmensa mayoría de los ayuntamientos. Pero como sus compañeras en Madrid, ellas conservan el sueldo y siguen hablando en nombre de esa inmensa mayoría que ni les vota ni tiene el más modesto interés por estas señoras. Del trabajo de Santana en el Congreso de los Diputados poco se sabe y Martínez Soliño se pasa los días grabando vídeos para Twitter donde se le ve saltando de un jardín municipal a otro, una auténtica revolución ecológica y urbanística mientras la ciudad se llena de basura y padece una incuria de lustros.

Unos pasos más allá veo el rostro ligeramente inflado –la buena vida– de un sujeto que solo aparece por aquí cada cinco años para pedir el voto. Viene, visita algunas fincas de plátanos, come con grupitos de empresarios, asiste a dos o tres mítines. Desde el 2009 está encajado en el escaño bajo el grisáceo cielo belga. Actualmente los eurodiputados cobran unos 10.000 euros brutos al mes (7.800 euros netos).

Tienen una dieta mensual fija de unos 5.000 euros. Disfrutan de un plan de pensiones por el que cobrarán, una vez jubilados, unos 7.000 euros brutos mensuales –más o menos 5.200 euros netos–. La pensión es compatible con la que recibe de la Seguridad Social de su propio país. Bueno, por eso pueden ver este señor de ojos claritos en los carteles. Hay almas afortunadas que en su vida mortal pudieren desembarcar en la isla del tesoro. En este caso la isla fue La Palma.

Por fin alcanzo el kiosco de La Paz. Hace treinta años lo colonizaban los jóvenes, ahora es un espacio matinal de ancianos valetudinarios que sobreviven a sus recuerdos. Uno de ellos viene con sus hermanas, cada mañana, pero no se sienta en ninguna mesita, sino en un banco próximo. Y espera. Hacia las diez se presenta, puntualmente, un músico callejero, moreno, simpático, solvente, que empieza a interpretar boleros junto a un aparato musical portátil. Siempre comienza por Contigo en la distancia.

Con voz empapada de dulce melancolía canta: «Es que te has convertido/ en parte de mi alma/ ya nada me conforma/ si no estás junto a mí». El viejo, en cada canción, se levanta y se dirige a la primera transeúnte que encuentra, joven o anciana, delgada o gruesa, amable o áspera, y la invita a bailar con un gesto. A veces lo consigue, la mujer acepta y durante unos segundos baila torpemente, cierra los ojos y sonríe. Yo lo observo siempre, fascinado, y hoy pensé por quién votará ese anciano. Aunque está muy claro: siempre ha votado por él. «Más allá de tus labios/del sol y las estrellas/contigo en la distancia/amada mía, estoy».

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