Opinión | Tropezones

Retorno a la Pulchra

Retorno a la Pulchra

Retorno a la Pulchra / La Provincia

Hace ya unos cuantos años tuve la oportunidad de visitar la Pulchra Leonina, la catedral de León. Pero al estar en obras de mantenimiento sus magníficas vidrieras, el diáfano volumen interior de la basílica se veía perjudicado por los andamiajes, por lo que desde entonces una nueva visita se convirtió en mi asignatura pendiente.

Y la reciente excursión a León de nuestra Cofradía de San Millán, colmó con creces el aplazamiento al poder dedicarle a la catedral varias visitas, tanto de día como de noche.

El edificio tiene varios aspectos singulares: por de pronto, y al revés de tantos monumentos religiosos donde la trama urbana se solapa con la religiosa, la catedral de León disfruta de un emplazamiento preferente dentro de la ciudad, con una gran zona circundante libre de todo estorbo a la contemplación del conjunto. Como lo expresaba Miguel de Unamuno: «La Catedral de León se abarca de una sola mirada y se la comprende al punto. Es de una suprema sencillez, y por tanto de una suprema elegancia».

Esta circunstancia es la que exalta el disfrute de sus magníficas vidrieras, sin duda con las de la catedral de Chartres, las más espléndidas de Europa. Al recorrer el sol su periplo habitual va encendiendo los multicolores vitrales, desde el ábside por la mañana, hasta el rosetón de la fachada principal, incandescente al atardecer, en una exhibición en vidrio del devenir histórico de León, alternado con imaginería de función catequética y edificante de unas vidrieras cuya presencia abarcan desde el siglo XIII hasta nuestros días.

Pero donde más mejoras he percibido desde mi anterior visita es sin duda en la iluminación nocturna de la catedral.

Merced al protagonismo del emplazamiento del edificio, como exhibido en la gigantesca peana de la plaza, se ha procedido a su iluminación desde los edificios circundantes; mediante sofisticados cañones de luz que bañan todo el monumento, sin las sombras que suelen afectar a las construcciones con focos disimulados en el mismo. La impresión de conjunto es sobrecogedora, siendo la propia catedral la que se convierte en fuente de luz, como una aparición candente en la compacta negrura de la noche.

Pero no acaba aquí el ambicioso proyecto de iluminación. En breve se completará la visión de la fachada con una proyección de los colores originales de la misma. Como se hizo con el magnífico Pantocrator de San Clemente de Bohí, donde pese a estar el fresco original en el Museo de Arte Románico de Cataluña, este se puede revivir en su emplazamiento original mediante una fiel proyección del mismo in situ. Así en la catedral de León no solo se hará aflorar la policromía original, sino que se reproducirán las imágenes holográficas de las esculturas de los pórticos que por evitar los efectos de la contaminación, se hallan resguardadas en el claustro de la catedral.

En todos los monumentos que se convierten en hitos se esconde siempre un misterio. En la catedral de León cuenta la leyenda que pese a haber sido construida en tiempo récord, menos de un siglo, por la noche aparecía un topo que deshacía lo hecho por los operarios durante el día. Dicho bicho maléfico, que acabó molido a palos por los canteros, está representado por un caparazón de tortuga laúd oculto en un rincón de la basílica, y de origen igualmente misterioso. Por terminar con una nota de frivolidad me atrevería a sugerir mayor visibilidad del topo, tal vez con una iluminación sugestiva; al fin y al cabo, a nadie le amarga un misterio.